11 de mayo de 2009

Violencia y Religión - Conclusión

Caminos posibles de no-violencia

Después de caminar largamente por la Revelación cristiana mirando discretamente las dos tradiciones religiosas monoteístas, tratando de percibir el nexo entre la violencia y la religión, presente aún en nuestros días, y heredado de una larga tradición, es muy difícil llegar a una conclusión. Sobre todo cuando se trata de examinar todo el polifacético y complejo cuadro descrito desde una visión teológica.

Hablando del Cristianismo, los dos primeros capítulos de nuestro trabajo, mostraron con claridad que la violencia está diametralmente opuesta al proyecto de Dios en la creación y en la historia. A pesar de que en ciertos períodos de esta misma historia el ser humano sólo lograba ver la voluntad y el deseo de Dios desde una óptica violenta, el desarrollo de la pedagogía divina va a mostrar que en verdad Dios desea la paz desde el principio y, creando al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, quiere posibilitar que en cada hombre y en cada mujer crezca el deseo del Reino de Dios, que es deseo de paz.[1]

En ese sentido, después de los análisis hechos de los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, podemos afirmar que toda la historia del pueblo de Dios es la historia de la búsqueda de esa paz, de ese shalom, que no significa la ilusión de una tranquilidad sin conflictos, sino la búsqueda constante de una paz dinámica, siempre perdida y siempre recuperada, pero siempre concedida y deseada por Dios, por el Dios que el NT lo reconoció y lo llamó amor (ágape). Las promesas mesiánicas que vive y respira el pueblo elegido son promesas de paz. Y en el NT el don por excelencia del Resucitado es don de paz.[2]

El hecho de que en la historia de la Iglesia, así como en otras tradiciones religiosas continúe presente la violencia y, aun más, sea legitimada por la religión, es la consecuencia de la incapacidad del ser humano de instaurar dinámicas de paz que sean verdaderamente eficaces en la lucha por una vida verdaderamente más humana.

A lo largo de la historia, varios pensadores que marcaron la historia del mundo occidental levantaron sus voces para criticar la violencia. Ellos advierten este proceso de violencia y alienación como un proceso de asesinato. El ser humano sólo podrá contemplar los tres misterios de la vida -la verdad, la justicia y la bondad- cuando logre liberarse del dominio de la fuerza.[3]

Toda violencia es, en verdad, la violación de la dignidad de aquel que la soporta. Toda violencia es amenaza de muerte. Y eso porque atacar la dignidad de un ser humano es atacar su vida. Desde la humillación al exterminio y al genocidio, por lo tanto, son múltiples las formas de violencia y muerte.

La violencia es tan antigua cuanto el mundo. El hombre toma conciencia de su existencia a partir del momento que se reconoce como ser humano. Entonces descubre que su propia humanidad se encuentra amenazada por la violencia inhumana y deshumanizante.

La violencia es también algo irracional. Por eso el ser humano despierta cuando toma conciencia de la violencia como algo radicalmente contrario a sus exigencias racionales. La ética, por lo tanto, juzga a la violencia identificándola como la negación de la humanidad, sacándole toda la dignidad.

Es en el reconocimiento de la violencia y en el rechazo a someterse a sus imperativos que se funda el mismo concepto de la no-violencia.[4]La imagen del hombre y de la mujer fuertes -de acuerdo a como se los piensa comúnmente - no sería aquél o aquella que posee los medios del poder y de la violencia sino el que posee la sabiduría de la no-violencia. Aquél que posee la fuerza [5] es aquél que logra resistir a las pasiones colectivas y tener el control de su propio destino. La virtud de la fuerza es lo que es llamado comúnmente la fortaleza del alma o, como dijimos anteriormente el don de la fortaleza permite enfrentar las pruebas y las vicisitudes la vida, manteniéndose firme en lo que se cree hasta llegar al don-entrega de la propia vida.[6]

Creemos que la única fuente posible de no-violencia es la espiritual. Aunque ésta no tenga el poder de oponerse eficazmente a la violencia de la agresión, la fortaleza espiritual transforma el ser humano interiormente, generando vida a partir de su voluntad de no-violencia. Las fuerzas aparentes y "eficaces" generalmente son materiales, siendo la fortaleza espiritual, de pensamiento o de voluntad, "esencialmente contradictoria".[7]

La propia noción de derecho está por naturaleza unida a la violencia.[8]Afirmaciones como: "Tengo derecho de…", "Tú no tienes derecho de…" encierran en sí una guerra latente y despiertan un espíritu beligerante que dificultan los procesos de paz.[9]

Sin embargo, se hace necesario reconocer que hay muchas nociones, englobadas en la misma categoría de derecho, que son incomprensibles en un plano natural y están, por lo tanto, más allá de la fuerza brutal. Allí entran todos los matices de los derechos humanos. Esas nociones son alcanzadas y configuradas por la gracia.

Sin embargo, la gracia no significa la intervención mágica y directa de Dios en la historia humana. La vida sobrenatural, en verdad, obra solamente en la historia de las sociedades a través de la mediación de los seres humanos, en la medida que ellos entran en contacto con la realidad trascendental del Bien puro que es Dios. En un cierto sentido, por lo tanto, es la capacidad de lucha de los hombres y mujeres enamorados de la justicia que, en una sociedad democrática, sigue siendo la mejor garantía del derecho, de la libertad.

En la sociedad, como en el mundo, el orden de la paz es resultado último del juego de las fuerzas y energías que se equilibran entre ellas. No se puede, por lo tanto, crear relaciones humanas justas y llegar a la pacificación en la medida que unos y otros no sepan limitar sus deseos y no anhelen apoderarse de los objetos finitos. Pues "si limitamos nuestros deseos, podemos componer y convivir con nuestros mismos deseos y los deseos limitados de los demás hombres."[10]

La violencia surge precisamente cuando el hombre comienza a desear lo ilimitado, o sea, pierde el freno de sus propios deseos y/o cuando su deseo se encuentra contrariado por los demás. La violencia se enraiza en un deseo ilimitado que toca el límite que representa el deseo de otro.[11]

Sólo podrá haber justicia y paz cuando los seres humanos renuncien a poseer lo infinito, renuncien a desear ilimitadamente. Si los hombres y las mujeres no obedecen a esa regla de convivencia, es necesario que la ley los obligue a actuar de este modo. Por lo tanto, la ley sería el límite en las cuestiones sociales y en la lucha por la justicia.[12]

De la misma manera, la misma paz no resulta de dos guerras sino de dos fuerzas iguales y de sentido contrario que se limitan mutuamente y se mantienen en equilibrio. Si la paz existe realmente, estas fuerzas son apenas potencialmente violentas y pueden permanecer no-violentas.

La violencia no es solamente instrumento de opresión social o de agresión militar. Ella es también un método de acción que a veces pareciera necesario para defender la libertad amenazada o para conquistarla. En efecto, la violencia puede ser empleada al servicio de las causas justas. Pero esto no la hace justa. Si ella parece necesaria en el combate de la injusticia, esto no la hace menos violencia y aún así hiere a la humanidad, tanto del hombre que la sufre como del hombre que la practica.

Refiriéndonos a la relación entre violencia y religión, hay otros elementos que deberemos tenerlos en cuenta en esta conclusión, sobre todo después del estudio de las tres tradiciones monoteístas: el cristianismo, el islamismo y el judaísmo.

La geografía religiosa del mundo está establecida; no hay en la actualidad más conquistas por hacer, ni cruzadas, armas de hierro, bombas, marketing o inversiones. En cambio, parece que finalmente la humanidad debe aprender a convivir con sus diferencias.[13]

Podemos hacer esto a través de una pax romana, de una ausencia de guerra respaldada por una autodefensa extrema, o podemos hacer una paz griega, un "Irenismo", una armonización de conflictos dentro de un coro singular de voces basadas en el argumento sólido de las cosas esenciales. Aún así, esto no es suficiente. Necesitamos también el shalom judaico y bíblico, una constelación de opuestos que se rechazan a reducirse en una uniformidad seudo-armónica.

El diálogo entre las religiones es una búsqueda de todos esos tipos de paz.

Según las últimas reflexiones sobre el diálogo inter.-religioso, se puede abordar el tema desde distintos ángulos. Pero creemos que el más fecundo es la escucha. Hay muchas cosas en las demás religiones que nos parecen difíciles de aceptar. Pero podríamos al menos escucharnos. La escucha es en sí misma, una disciplina dura, la cual evitamos, simplemente, cambiando de opinión, o intercambiando puntos de vista. Pero lograr mirar al otro alejado de nuestra religión es una disciplina. Este mismo proceso se encuentra relativamente atrofiado en las espiritualidades de Occidente. Interesándose por la religión del otro, podemos aprender no sólo sobre cómo ella interpreta la realidad, sino cómo es su manera de entender.

Por eso, dialogar con la religión del otro requiere la misma disciplina que fue necesaria para aprender la nuestra. Las ideas no son las nuestras, las experiencias tampoco. No debemos dialogar sobre un tema sino entrando dentro de una conversación que se viene desarrollando ya desde hace mucho tiempo. El deseo de contribuir con algo original debe ser puesto a un lado.

Por lo tanto, el diálogo requiere una trasformación de la mirada hacia el otro, su religión y su práctica religiosa. Es una tentativa honesta y seria de salir de la ignorancia en relación con su alteridad e identidad. En otras palabras, la salvación que me puede llegar desde la religión del otro es una conversión de perspectiva, juicio y evaluación.

Por eso, la vivencia religiosa, la vida de la fe, la teología del futuro, y mi diálogo con ellas, deben ser una vivencia, una fe y una teología “desarmada”. Lo importante es no juzgar, sino mirar, ver y escuchar. La concepción de misión según el mandato del Resucitado a sus discípulos en el final del Evangelio de Mateo- "Vayan, hagan de todas las naciones discípulos, bautizándolas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo- sigue siendo central y válida para nosotros cristiano-teólogos o no-, pero este mensaje debe ser complementado con otro mandato, que se impone cada día: "Vayan y aprendan de todas las religiones, recibiendo ese 'bautismo' que es la escucha, el aprendizaje y el conocimiento de sus santos y divinidades."

Pues si la misión que nos hace ir al encuentro de los demás, a anunciar la Buena Nueva en la cual creemos, trae con ella una guerra, con un victorioso y un vencido, entonces todo lo que lograremos es la pax romana.

En cambio, si la misión es un irenismo, podemos correr el riesgo de buscar similitudes y hacer de ellas un nuevo orden que fabrica una amalgama de religión y la levanta como única instancia de juicio.

Si la misión es el shalom bíblico, entonces intentaremos someternos a la verdad, sea ella cual sea, aceptando la pluralidad de perspectivas y nombres, yendo a su encuentro allá donde sentimos que todavía late el corazón de la vida. Esta misión es "salir" de la violencia mimética y reductora de la alteridad del otro y entrar en una dinámica de paz polifacética y plural. Y solamente esta "salida" nos puede llevar de vuelta a casa, con los brazos llenos de dones ricos de la herencia que es de todos nosotros: la riqueza que el Evangelio nos hace recodar pero que está presente también en las demás tradiciones religiosas. Aquella que afirma que el poder es necesariamente servicio y la jerarquía se instaura es la de que el último es el primero y el mayor aquél que sirve.

[1] SUSIN,L.C. Los suaves heredarán la tierra. IN: BINGEMER, M.C. y BARTHOLOJR, R. dos Santos. Violencia, crimen y castigo. San Pablo: Loyola, 1996. p.60
[2] Sobre eso la hermosa reflexión de PÁDUA, L. Pedrosa de. Evangelizar una cultura violenta. In:Violencia, sociedad y cultura, Cuadernos del CERIS 1, p. 51
[3] Pensamos en pensadoras como Simone Weil y Hannah Arendt, René Girard, etc.
[4] Cf. Sobre eso, comentando el pensamiento de Simone Weil, MUELLER, J.M. Simone Weil et l'exigence de la non violence, p.122
[5] En términos cristianos, podríamos identificarlo aquí con "fortaleza", uno de los siete dones del Espíritu Santo.
[6] Cf.Lo que escriben Simone Weil y Georges Bernanos a propósito de su experiencia en laGuerra Civil Española: "Hay allí, un arrastre, una embriaguez a la cual es imposible resistir sin una fortaleza de alma que debe ser excepcional puesto que no la he encontrado en lugar ninguno." In: Escrits historiques et politiques. Paris, Gallimard, 1955.
[7] WEIL, S. Oppresión et liberté. Paris: Gallimard, 1955.
[8] WEIL, S.Escris de Londres et derrnières lettres. Paris: Gallimard, 1957. p. 209.
[9] Ibid.
[10] WEIL, S. Cajiers I. Paris: Gallimard, 1994. p. 80.
[11] Ibid. Pp. 47-80.
[12] WEIL, S. Cahiers III. p.113.
[13] Seguimos aquí, en esta parte de la conclusión, las brillantes reflexiones de J. HEISIG SVD, en su conferencia "Diálogo interreligioso y desarme teológico", pronunciada en la PUC-Río.


Fuente:

LUCCHETTI BINGEMER, Ma. C., Violencia y religión, confrontación y diálogo. La Crujía Ediciones, Colección Huanacauri. Buenos Aires, 2007, pp. 271-276.

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