8 de mayo de 2009

Comunicación, ciudadanía y poder: pistas para pensar su articulación

Por María Cristina Mata

Profesora investigadora en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.


El ejercicio de la ciudadanía ha desbordado hace tiempo, en el marco de la teoría política, la estrecha esfera de la titularidad y ejercicio de los derechos civiles y políticos de carácter universal íntimamente relacionados con el sistema de gobierno y la estructura social y económica de un país"(1) para complejizarse y expandirse, incorporando la problemática de la diversidad y la diferencia y sobrepasando los marcos de referencia estrechamente estatales.
Así, reconociendo la lógica de la globalización, la noción de ciudadanía es el recurso necesario para re-pensar un modo de ser en el mundo ampliado; es decir, para pensar el intercambio y la vinculación simbólica de los individuos en un espacio vuelto común por las tecnologías de producción y distribución de información y productos mediáticos, así como por la desterritorialización de procesos productivos, los procesos migratorios y las interacciones mundiales en términos de negocio y entretenimiento.
En esta esfera, la noción de ciudadanía se tematiza en vinculación con la problemática de las identidades y el multiculturalismo; en referencia a consumos y comunidades hermenéuticas; pero también a demandas y reivindicaciones que trascienden las fronteras. El Estado nación, fuente de reconocimiento y marco jurídico de pertenencia, garante de derechos cívicos, ya no es capaz de contener problemas que lo sobrepasan como lo expresan los movimientos ecológicos o de género -para dar sólo dos ejemplos clásicos- ni resulta el proveedor sustantivo de imágenes colectivas. Mundo y mercado configuran nuevos espacios en los cuales el individuo sufre constricciones -obligaciones- y puede demandar o esperar reconocimiento.
A su vez y concomitantemente con el proceso de globalización, en América Latina, la redefinición de los Estados de bienestar, su achicamiento en razón de su sometimiento a la fuerza del mercado ha provocado, como bien lo padecemos, ajustes estructurales que han erosionado anteriores modalidades colectivas de satisfacción de los requerimientos básicos para la vida de las grandes mayorías. Esta transformación multiplicó objetivamente los espacios de poder con las cuales los individuos deben vincularse en orden a satisfacer sus necesidades, produciendo una consecuente multiplicación de esferas de negociación y enfrentamiento para hacer valer los derechos individuales y colectivos que el Estado ya no respalda. La multiplicación de agrupaciones o movimientos constituidos en torno a la provisión de servicios y al consumo, da cuenta de ello.
Pero esa redefinición de los Estados latinoamericanos no puede leerse sólo en clave economicista como producto de políticas de ajuste de corte neoliberal. En ella se hacen patentes profundas mutaciones políticas: desde las denominadas crisis de representatividad que afectan a estructuras políticas y reivindicativas, incapaces de contener a los individuos en su calidad de espacios de construcción de idearios y proyectos comunes, hasta la pérdida de centralidad de esas organizaciones en términos de referencia, como señales demarcatorias del orden social.
Esta dupla, constituida por la diversificación de las fuentes del poder y el estallido o debilitamiento de los lugares colectivos que históricamente habían aglutinado a la ciudadanía en orden a la reproducción o confrontación del mismo, se produce, como precisa Manuel Garretón, en el marco de una experiencia social que se "presenta como irreductiblemente multidimensional", es decir, como una experiencia en que anteriores correspondencias entre economía, organización social, política y cultura, también son cuestionadas en tanto se revelan dinámicas no reductibles a un único principio de articulación.
"La ciudadanía -planteará el mismo Garretón- es la reivindicación y reconocimiento de derechos y deberes de un sujeto frente a un poder. Si los ámbitos o esferas de la sociedad no se corresponden, si se separan y se autonomizan, si a su vez la política se restringe en su ámbito de acciones y pierde su función integrativa, si aparecen múltiples dimensiones para poder ser sujeto y si, a su vez, los instrumentos que permiten que esos sujetos se realicen son controlados desde diversos focos de poder, lo que estamos diciendo es que estamos en presencia de una redefinición de la ciudadanía en términos de múltiples campos de su ejercicio"(2)

Así, la ciudadanía comenzó a nombrar, en la última década del siglo pasado, un modo específico de aparición de los individuos en el espacio público, caracterizado por su capacidad de constituirse como sujetos de demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados con su experiencia: desde la nacionalidad y el género hasta las categorías laborales, y las afinidades culturales. Pero esta ampliación que lleva a algunos pensadores a hablar de "nuevas ciudadanías" definidas en el marco de la sociedad civil no llega a encubrir, como bien lo señala Hugo Quiroga (3), que el debilitamiento de la clásica figura de la ciudadanía -marcado por un evidente escepticismo hacia la vida política- implica serios desafíos para pensar en la transformación de los órdenes colectivos injustos vigentes en nuestras realidades.
Asociada con esta remozada noción de ciudadanía, la comunicación ha adquirido, desde diversas perspectivas, un estatuto polivalente y de primer rango.
La creciente exhibición en los medios masivos de comunicación de distintas prácticas tradicionalmente reconocidas como prácticas políticas -desde las habituales presentaciones de gobernantes, funcionarios y candidatos exponiéndose ante "la opinión pública" hasta las sesiones de debates parlamentarios-, suele ser tematizada como un enriquecimiento y ampliación del espacio público que contribuiría al fortalecimiento de la ciudadanía, entre otras razones, debido al incremento de las posibilidades informativas de la población, una creciente expresividad de lo social, una mayor posibilidad de ejercer la vigilancia y el control de los actos de gobierno y de otros sectores de poder.

Por otro lado el mercado mediático -pero sustantivamente la televisión y la radio-, reproduce constantemente rostros y voces sufrientes demandando justicia, servicios, trabajo, vivienda, la restitución de hijos muertos o perdidos, ayuda para curar enfermedades. Se trata de imágenes y sonidos acompañadas por los rostros y voces de los periodistas y conductores de programas convertidos en hermanos en desgracia, en padres o madres que contienen el sufrimiento, en abogados y jueces recusadores de las normas y mecanismos institucionales que se revelan incapaces de responder a los dramas privados, lo que justifica su puesta en escena, su "aparición" pública.

Ante ello se habla de los medios masivos como lugar del encuentro, del reconocimiento, de la construcción plural de la opinión. Los medios son, para algunos, el lugar de realización plena de esa comunidad inclusiva que nuestros países niegan, de esa ciudadanía meramente nominal o incompleta derivada de las profundas desigualdades económicas y sociales en que vivimos y que conculca no sólo los derechos ciudadanos sino que impide el cumplimiento de las obligaciones que esa condición conlleva y hasta la misma posibilidad de reconocer y reivindicar aquellos derechos.
"La presencia de otros que ven lo que vemos y oyen lo que oímos -ha señalado Hanna Arendt- nos asegura la realidad del mundo y de nosotros mismos"; de ahí que afirme el valor de la "apariencia" para el ser en el mundo, es decir para que sea posible la "existencia de una esfera pública" que asegure esa realización y que necesariamente es precedida por "el espacio de aparición" ese espacio "que cobra existencia siempre que los hombres se agrupan por el discurso y la acción"(4).

Desde perspectivas que asumen este horizonte filosófico, la comunicación se reconoce como fundante de la ciudadanía en tanto interacción que hace posible la colectivización de intereses, necesidades y propuestas. Pero, al mismo tiempo, en tanto dota de existencia pública a los individuos visibilizándolos ante los demás y permitiendo verse -representarse ante sí mismos. Ese reconocimiento de la comunicación como condición de posibilidad de la ciudadanía es, al tiempo, condición de posibilidad de la política. Sergio Caletti ha desarrollado in extenso esa proposición. A su juicio, ello es así en un doble sentido. En primer lugar porque la política no puede ser pensada al margen de la "puesta en común de significaciones socialmente reconocibles"; en segundo lugar porque es ese procedimiento de puesta en común lo que habilita que justamente "lo común" pueda convertirse en "horizonte" para las aspiraciones provenientes de múltiples y diversas aspiraciones y acciones ciudadanas.(5)

Llegados a este punto, creo necesario formularnos una interrogación. Preguntarnos si acaso este modo de pensar la vinculación de la comunicación con la política y la ciudadanía -presente por otra parte en significativas experiencias de comunicación que aunque en muchos casos han comenzado a designarse como "ciudadanas" hay quienes no resignamos seguir denominando alternativas, populares o comunitarias (6)-, reconoce en el funcionamiento y las ofertas del mercado mediático la realización de esas ideas -de esos ideales de comunicación.

En un texto escrito hace muchos años que titulé "Comunicación Popular, de la Exclusión a la Presencia", trataba de reflexionar acerca de la monocorde voz que ahogaba, desde los medios masivos, la polifonía que una comunicación y una sociedad democrática requerían. Postulaba entonces que esa polifonía no podía restaurarse a través de la simple y llana "inclusión mediada" de hablantes, refiriéndome a su aparición en pantallas, emisiones radiofónicas e impresos, según la lógica mercantil y mediática. Hoy, cuando la presencia de lo individual y lo particular y la sobreexposición de protagonistas satura los impresos, las ondas y las pantallas, me parece pertinente continuar aquella reflexión asociándola a la consideración de la cuestión de la representación, como vía para contribuir al esclarecimiento de lo que valdría la pena interrogar, para distinguir y confrontar las perspectivas antes enunciadas.

Acerca de la noción de representación
Es al historiador francés Roger Chartier a quien debemos aportes sustantivos para comprender la vinculación productiva existente entre las prácticas sociales y su representación simbólica. Buscando superar las oposiciones entre objetividad de las estructuras y subjetividad de las representaciones, Chartier retomará el pensamiento de Luis Marin para reconocer en toda representación dos dimensiones: una dimensión transitiva, en tanto toda representación es la presentificación por algún medio de algo ausente y otra dimensión reflexiva, en tanto aquello que se presentifica se exhibe auto-representándose de un modo específico solicitando para sí la condición de imagen legítima o creíble.(7)

Trabajando con esa noción, Chartier postula la posibilidad de comprender "la construcción de las identidades sociales como resultantes de una relación forzada entre las representaciones impuestas por aquellos que poseen el poder de clasificar y designar y la definición, sumisa o resistente, que cada comunidad produce de sí misma", pero también la posibilidad de analizar "la traducción del crédito acordado a la representación que cada grupo hace de sí mismo, por lo tanto, su capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una exhibición de unidad"(8).
Nuestra actual cultura puede definirse como un "mercado de representaciones"; ellas no son sólo espacios donde se libra la lucha por los sentidos hegemónicos sino, al mismo tiempo elementos de esa misma disputa. De ahí que el análisis de los dispositivos de representación mediática de las prácticas políticas y ciudadanas y de los sujetos que las encarnan resulte una tarea insoslayable si tratamos de comprender de qué modo ellas se inscriben productivamente en la definición de dichos sujetos, en sus modos de constituirse y actuar como tales.

Un camino semejante nos parece productivo para superar una lógica a menudo presente en los estudios que vinculan comunicación, ciudadanía y política, deudora de concepciones deterministas, incapaces de dar cuenta de la índole de los dispositivos que obran como sustrato de ciertas transformaciones que se producen tanto a nivel político como a nivel de los medios de comunicación y en los vínculos existentes entre ambas instancias de la acción social.
Transformaciones complejas, como lo reconocen diversos analistas (9), en las que se ponen en juego una variedad de dimensiones: desde los modos en que la política y los asuntos públicos adquieren visibilidad en los medios masivos de comunicación, hasta la pérdida de la función integradora y ordenadora de la política respecto de las sociedades y la multiplicación de fragmentarios espacios de encuentro e interacción social, de la mano de tecnologías que operan según la lógica del contacto y la virtualización de la experiencia.

Pero, fuera de todo determinismo, bien ha señalado Germán Rey que "la política se transforma casi a la misma velocidad y profundidad que la comunicación"(10). Imposible diferenciar nítidamente los cambios; imposible asociarlos causalmente; imposible asimilarlos pero también imposible desvincularlos. El desafío sigue consistiendo en reconocer, en el campo de la producción de la cultura, es decir, en el terreno donde se construyen las convenciones colectivas con que se diseña y sustenta el ser de los hombres en el mundo, algunas zonas de articulación.

El devenir público de la sociedad
En anteriores investigaciones y ensayos (11) venimos analizando las consecuencias de lo que denominamos el "devenir público de la sociedad" o, dicho de otro modo, la definición de nuestra sociedad como "sociedad de los públicos", categoría que designa una socialidad particular que, siguiendo a J. Habermas, registraría sus orígenes a fines del Siglo XVII, cuando la "publicidad representativa" se reduce dando paso a la "publicidad burguesa" (12) y que no cesará de modificarse, en estrecha interacción con las transformaciones económicas, sociales, culturales y tecnológicas propias de la modernidad hasta devenir un principio identitario central en la actual sociedad mediatizada. Es decir, en una sociedad impensable por fuera de las existencia de unas tecnologías que implican modelaciones de las formas de interacción social y del individuo consigo mismo.(13)

Una sociedad en la cual, al decir de Jean-Marc Ferry, "el público es virtualmente toda la humanidad y, de modo correlativo, el 'espacio público' es el medio en el cual la humanidad se entrega a sí misma como espectáculo"(14). Una sociedad integrada por individuos que aceptan un rol genérico diseñado desde el mercado mediático -que abre sus escaparates para diversificadas elecciones y usos de sus productos- con arreglo a normas y competencias que él mismo provee y que se entrecruzan con las adquiridas por los sujetos en otros ámbitos de la vida social (15). Lo que nos permite caracterizar a nuestra sociedad como "sociedad de los públicos" es justamente la adopción de ese rol como un nuevo y significativo referente identitario.
En tal sentido, el ser públicos deviene una condición disciplinada que supera el mero consumo y/o recepción de determinados tipos de medios o bienes culturales. Una condición que implica la aceptación de constantes sistemas de interpelación mediados técnicamente como vía de construcción de colectividades o comunidades, es decir, como vía de inclusión social. Además, implica el reconocimiento de una capacidad preformativa en la aceptación o rechazo de las interpelaciones recibidas: la capacidad de legitimar al interpelante y de crear las condiciones básicas que aseguran la eficacia de su interpelación.

Desde la instauración del rating televisivo o el porcentaje de venta de un título editorial como instancias que determinan la perdurabilidad de programas y libros, hasta la calificación y estabilidad de programas educativos de acuerdo a la cantidad de inscripciones que reciben, ser público opera imaginariamente como recurso efectivo de intervención en la toma de decisiones en el ámbito institucional y en el espacio del mercado. Al mismo tiempo, sustraerse a las interpelaciones implica la desconexión: no conocer -en nuestro país- la última disputa entre los hermanos Süller resulta tan sospechoso, tan restrictivo de una mínima socialidad como no incorporar en términos alimenticios las proposiciones (benéficas o no) de un régimen rico en fibras. Pero, en un mismo movimiento, aceptar algunas interpelaciones y desechar otras sienta las bases del reconocimiento entre iguales y la diferenciación, la ubicación en franjas, rangos, espacios distintivos que proveen cierta seguridad en un mundo cada vez más homogéneo y contradictoriamente fragmentado.

Ser público implica así una suerte de obligación y una esfera de posibilidad: la obligación de integrarse superando incluso mediante ese procedimiento diferencias económicas, territoriales, étnicas, de género u otras, y una doble posibilidad, la de distinguirse y la de participar mediante demandas -en que se traman complejamente intereses contradictorios y hasta antagónicos y cuya satisfacción es clave para la estabilidad de diversos poderes- en la dinámica social.
Este devenir "público" de la sociedad constituye un dispositivo clave con consecuencias significativas para lo que se representa hoy como sistema democrático y para la representación de la política y la ciudadanía. Una de sus manifestaciones más nítidas, en la escena política argentina anterior al momento de ruptura que significó diciembre de 2001, fue la fundamentación de los actosde gobierno en variados sistemas de consulta individual a los ciudadanos: candidatos que encargaban sondeos de opinión para traducir sus resultados en plataformas electorales, funcionarios que utilizaban datos proporcionados por encuestas de diversa naturaleza como razónsuficiente de decisiones, reparticiones públicas que "evaluaban " su labor mediante cuestionarios sometidos a los contribuyentes en las boletas de pago de servicios.

Esas estrategias -al igual que las permanentes consultas implementadas por los medios masivos de comunicación y ofrecidas como base para decisiones de políticos, gobernantes y ciudadanos-que colocan a los individuos particulares y aislados en el centro de la formulación de lo que se convertirá en "acción política", son deudoras de una de las tecnologías que, como señalan entre otros Jacques Rancière y Loïs Wacquant, modelan hoy con mayor pregnancia la idea de colectividad y de saber: la encuesta de opinión (16).

Un procedimiento inclusivo y aglutinador en tanto propone a todos interrogantes comunes cuyos resultados revelan colectivos abstractos pero distinguibles por rasgos que reenvían a la materialidad de lo que se es: mujer u hombre, habitantes de tal o cual sector, jóvenes o viejos. La "población encuestada" - que en ciertos casos presenta rostros particulares en sus apariciones gráficas o televisivas constituye un nuevo modo de ser colectivo en el que cada sujeto se reúne en ausencia con sus pares, participando en la construcción de un ideario común.

Al mismo tiempo, esa estrategia enunciativa pone en juego un efecto de igualación: cada individuo sometido a encuesta, interpelado con un instrumento común tiene, imaginariamente, las mismas posibilidades y oportunidades de respuesta. La normalización discursiva producida por un cuestionario encubre la modelación histórica del habla, sus particularidades y constricciones de clase, de género, de raza, de localización geográfica, de edad... Se encubre, para decirlo de otro modo, la regulación política de lo social, el lento pero marcadamente férreo diseño de un orden hecho de jerarquías y distinciones, los conflictos que, en razón de los modos de obtención de la información y de su procesamiento, se disuelven en un sistema de diferencias.
El recurso a los individuos en tanto informantes, pone entre paréntesis la existencia de organizaciones y grupos como espacios de expresión de necesidades y problemas y ámbitos de conformación de opiniones legitimadas. La "opinión pública" es asimilada a lo que cada quien verbaliza negando su carácter de juicio elaborado colectivamente mediante el debate de ideas y dificultando la identificación de los procedimientos y fuentes a partir de los cuales se construye ese pensar particular. La figura del individuo -con necesidades e intereses subjetivamente vividos- ocupa el centro de la escena democrática desdibujando la trama constituida por intereses y vivencias socializadas y la existencia de proyectos ideológicos más o menos afines o antagónicos.

Por otra parte, las verbalizaciones individuales transformadas en información -la que resulta del procesamiento de una encuesta y que a menudo se difunde en los medios- se erigen en incuestionable saber social en tanto se objetivan y distancian de lo inmediato gracias a procedimientos estadísticos. Así, la encuesta es propuesta y asumida como un sistema experto que reduce la incertidumbre y que, en consecuencia, tendría la capacidad de definir per se los cursos de acción de políticos, gobernantes y funcionarios que, de tal suerte, quedarían exentos de toda responsabilidad intrínseca, de todo riesgo, bajo el amparo de la representatividad y la objetividad.

La centralidad de los hablantes particulares, la centralidad de su decir como fuente de la acción política, remite a la indeferenciación de los saberes diluyendo imaginariamente el diferencial de poder que se concentra en sitios estratégicos y permite encubrir la racionalidad de decisiones ideológicamente orientadas. De tal modo, políticos y gobernantes diluyen su rol de formuladores de diagnósticos y proyectos derivados de particulares comprensiones de lo real y de diferenciables modelos de sociedad a construir, para asumir crecientemente el de ejecutores de acciones sustentadas en la transparente evidencia de las cifras, los datos, las tendencias.
Así, se subvierte la antigua función de representación política, asociada a la idea de coparticipación en un ideario común y a la figura de sujetos capaces de resumir en sí y defender un conjunto de intereses opuestos a otros. Si el representante político hacía suyas voces particulares y las articulaba en un discurso con pretensión de liderazgo y validez nunca universal -porque se enunciaba frente a otros como palabra adversativa- este nuevo político se convierte en un operador que sopesa posibles estrategias de acción en base a la valoración de información que se presenta sólo técnicamente manipulada. No hay proyectos: la realidad particular, colectivizada mediante su procesamiento estadístico y su exhibición mediática, es la que manda.
Por otro lado, así como se diluyen los propósitos hegemónicos, esa colectivización de lo individual mediante el recurso de la abstracción, diluye "el único factor material indispensable para la generación de poder", según lo plantea Hanna Arendt: "el vivir unido del pueblo", condición necesaria para que persistan "las potencialidades de la acción"(17).

Juan Enrique Vega ha señalado que "la asimilación de la idea de comunidad política a la de mercado de ciudadanos, ha conducido a que la discusión sobre los bienes públicos, cada vez más, se asemeje a una elaboración de ofertas en que el mismo ciudadano es entendido simplemente como consumidor" (18). El dispositivo de la interpelación individual a los ciudadanos con el fin de distinguir y agregar intereses como sustento de la acción política, nos enfrenta a un modelo de comunidad constituida técnicamente y a un modelo de representación fundado en la capacidad de "interpretación" de las respuestas que pone en cuestión todo discurso o práctica que quiebre esa lógica dominada por la cantidad y la adecuación a ella.

Porque no se trata de que los índices que no alcanzan significación estadística, los porcentajes marginales, representen en este modelo de construcción del saber para el hacer, una parte desechable. Es decir, no se trata de que las posiciones o propuestas minoritarias pierdan eficacia, en un sentido pragmático. El efecto transformador consiste, como bien lo ha postulado Jacques Rancière, en la desaparición de la política como forma de cuestionamiento de "todo orden de la distribución de los cuerpos en funciones correspondientes a su 'naturaleza' y en lugares correspondientes a sus funciones"(19).

En ese sentido, y tal como él mismo lo plantea, la conjunción de lo científico y lo mediático -de la abstracción estadística y de la visibilización de las regularidades y discontinuidades de personas contables en función de sus opiniones-, impide el reconocimiento de lo "no contable", "la constitución política de sujetos no identitarios que perturban la homogeneidad de lo sensible al hacer ver juntos mundos separados, al organizar mundos de comunidad litigiosa"(20).

La lógica de la interacción y el consenso
Ranciére cuestiona -como verdadera borradura del obrar democrático- esa idea del consenso que se postula como su ideal: el acuerdo razonable de individuos y grupos sociales imbuidos de la convicción de que "el conocimiento de lo posible y la discusión entre interlocutores" es para todos -y para cada uno preferible al conflicto como vía para obtener lo mejor, a partir de los datos objetivos con que se cuenta. El conocimiento de las ofertas y las capacidades de negociación (búsqueda, selección, estrategias de transacción) en función de intereses particulares, como comportamientos habilitantes para integrar una sociedad de públicos y consumidores, asoma así en la esfera política. La gestión será el nuevo nombre de la política, con el cual se estigmatiza la confrontación.

"No son las quejas las que producen cambios, sino las reflexiones, las propuestas y la acción. Si queremos otro país, un país mejor, debemos cambiar primero nosotros mismos. Tenemos que participar y ser más activos. Depender de otro no nos hace feliz. En la democracia es el Ciudadano, es Usted la máxima autoridad. Quiero abrir el diálogo con usted, quiero escuchar su opinión. ¿Cuál es el problema que le preocupa? ¿Cómo se puede resolver? ¿Cuál es su propuesta?"

Así se vinculaba con la ciudadanía un candidato de la Unión Cívica Radical en las últimas elecciones legislativas realizadas en Argentina en octubre de 2001 invitando a cada elector a responder una carta que llegaba a cada hogar. En la misma carta, el candidato planteaba una explícita oposición entre los "habituales rituales" de la práctica política -entendida como lucha por el poder- y actividades tales como el escuchar y el pensar que adquirían así una significación positiva, asociada a la idea de diálogo racional entre individuos iguales: el candidato que destinaba la carta y el destinatario poseedor de opiniones y propuestas, equiparados en esa posibilidad epistolar.

Esa positivización de un recurso comunicativo interactivo y personalizado como modo de construcción de propuestas para la construcción de la República -en su más lata significación de res-pública- (21), como opción frente a las estrategias propagandísticas propias de los momentos electorales, bien hubiera podido interpretarse como una respuesta adecuada frente al creciente descrédito de los políticos, las instituciones partidarias y sus típicos modus operandi. También podría haberse interpretado como un saludable llamado a la actividad ciudadana, como promoción de una cultura superadora de instaurados modos de individualismo e indiferencia.
Intenciones aparte, el recurso es parte de variados dispositivos orientados a reconfigurar la política como esfera y práctica de articulación entre demandas y satisfacciones, entre individuos con necesidades, carencias, expectativas, e individuos con competencias para satisfacerlas. La figura del "interpretante" se consolida aquí como caución de participación. La condición de político y legislador habilita para solicitar la palabra reservada (privada) de la ciudadanía que será tenida en cuenta en la construcción colectiva del cambio.

El interpretante-analista fundirá cada voz (cada texto recibido) en el crisol de una homogeneidad incuestionable: ni siquiera sabrá -como ocurre mediante la técnica del sondeo- a qué categoría pertenece ese decir. Tras la hipostasiada búsqueda de un espacio de recreación del debate como recreación del sentido de la política y la participación ciudadana, el candidato ofrece la más palmaria reducción de los individuos a preocupaciones y problemas particulares, a la esfera de la pura contingencia y la necesidad. El ciudadano corresponsable se transforma en ciudadano corresponsal en un movimiento asimilable a la ficción comunicativa que a diario puebla las trasmisiones radiales y televisivas de la mano de conductores que leen mensajes de espectadores participativos o simplemente los agradecen porque el tiempo es tirano y es tan grande la voluntad de decir que desborda las posibilidades del compartir y del confrontar.

Pietro Barcellona indica que "el conflicto que estructura la democracia lleva en sí, inevitablemente, el valor de la convivencia, pues de por sí consiste en la posibilidad de un orden infundado y, por tanto, de un orden que se hace cargo de la pluralidad de las razones, de la posibilidad de que una gane y que otra pierda, sin ser negada definitivamente por ello" (22). Cuando el conflicto se diluye en problemas y cuando los problemas se asumen como consecuencia de una falta o un retardo de los medios para solucionarlos sobreviene una suerte de "despolitización tecnológica": la que hace recaer en la construcción de consensos en torno a las soluciones viables el sentido último de la democracia.

Por el contrario, la idea del antagonismo y la confrontación, la de la lucha por el poder -que necesariamente tiene inscripta la posibilidad de la derrota y su aceptación como riesgo democrático-, resultan estigmatizadas como no incluyentes de la heterogeneidad, de las diferencias. Quien no opina bajo los formatos establecidos, no participa y se margina del cambio; quien radicalmente se silencia o profiere una palabra no normalizada deja de hacerse visible en las pantallas. Quien en tiempos de crisis rechaza las visiones o versiones mayoritarias, merece la exclusión del campo de interlocutores (23).

Refiriéndose a la televisión, Beatriz Sarlo ha afirmado que "construye a su público para poder reflejarlo, y lo refleja para poder construirlo; en el perímetro de este círculo, la televisión y el público pactan un programa mínimo, tanto desde el punto de vista estético como ideológico. Para producirse como televisión basta leer el libro del público; para producirse como público, basta leer el libro de la televisión. Después el público usa la televisión como le parece mejor o como puede; y la televisión no se priva de hacer lo mismo" (24). Una misma lógica de mercado -fundada en el exhaustivo conocimiento del otro como portador de necesidades e intereses a satisfacer garantizando la reproducción económica-, prima en la acción política característica de las democracias liberales, en las cuales esa primacía no puede ponerse en tela de juicio porque, como sostiene Barcellona, "la posibilidad de decidir/innovar sobre el tipo de conflicto permitido y de introducir intereses no negociables (...) que permitirían establecer por consiguiente una 'jerarquía de valores' queda fuera de este esquema" (25).

Al relacionar ambas consideraciones no estamos tratando de establecer una suerte de analogía. Lo que postulamos, es una unicidad de pensamiento y acción. Los ciudadanos, como los públicos, son resultado de un orden categorial que define los límites de lo que puede problematizarse y los modos para hacerlo. Luego, cada quien, puede formular sus propuestas y acordar con unos u otros representantes. Pero lo que no puede hacerse, bajo esos dispositivos regulatorios, es "dar valor a algo que todavía no está definido, incluido en el orden existente, en los lenguajes codificados" (26). Lo que no puede construirse -pensarse- es otra idea de comunidad y de acción expresiva que no sea la de quien interactúa en base a interpelaciones normalizadas y virtualizadas.

Representaciones propuestas, impuestas e interrogantes
Frente a esta lógica dominante - que excede el caso argentino emergen y se desarrollan, sin embargo, movimientos, agregaciones y luchas colectivas que refiguran práctica y simbólicamente los modos de expresión y representación de actores, interacciones, intereses y demandas, entrelazando fuertemente dimensiones políticas y ciudadanas. Germán Rey, en su sugerente trabajo "Espacios abiertos y diversidad temporal. Las relaciones entre comunicación y política", incluye un variado abanico de experiencias que se resisten a ser normalizadas para expresar viejos y nuevos conflictos vinculados a la nominación y ubicación de los individuos en la sociedad.
Hoy, son millares los argentinos que demandan desde plazas y calles pero también desde pantallas televisivas y en los minúsculos espacios de conversación cotidiana "Que se vayan todos". Esas demandas por lograr la revocatoria de mandatos de los representantes políticos trascienden en algunos casos la mera consigna y se materializan en acciones: la propuesta de una nueva asamblea constituyente, la movilización político-jurídica para dar por finalizada la función de algunos gobernantes. Hoy, miles de argentinos sin trabajo cortan calles y caminos. Con sus cuerpos -estadísticamente depositados fuera de los márgenes del circuito productivo- los llamados piqueteros interrumpen la circulación, en un gesto que tal vez persiga menos alcanzar las reivindicaciones planteadas, que restaurar aunque más no sea simbólicamente la existencia del Estado como garante de pactos y derechos y decir a la sociedad que cuentan y que rechazan ser excluidos por su condición de "desocupados".

Hoy, miles de argentinos restauran la creencia en que la puesta en común y la organización son vías que deben re-transitarse: las plazas cobijan asambleas -algunas incluso llegan a denominarse "populares" reponiendo el uso de una palabra casi caída en el olvido-; los barrios ven florecer múltiples espacios de cooperación e intercambio comedores comunitarios, cooperativas de producción, clubes del trueque- que responden a la necesidad de colectivizar la carencia pero en los que apuntan nociones de solidaridad y, en ciertos casos, búsquedas de órdenes alternativos. Pero hoy también miles de ahorristas exigen la devolución de los dólares que creyeron tener por obra y gracia de los mismos políticos cuyo alejamiento reclaman y que, sin duda, produjeron el desempleo, el hambre, la privación de quienes esos mismos ahorristas miran temerosamente porque representan, de algún modo el límite del país posible.

Lenta y desigualmente, estas prácticas ciudadanas novedosas, realizan esa conjunción de discurso y acción que confiere poder. En ciertos casos, sea con el recurso a medios y tecnologías de información -emisoras, publicaciones, redes informáticas-, o sea con el recursos a los cuerpos, las cacerolas, las teatralizaciones, los escraches, es decir, con la producción de un espacio público urbano que altera la fisonomía de los ámbitos cotidianos de interacción (27), hay una ciudadanía que se constituye desde lugares diferenciados y que desde ellos busca no sólo su expresividad particular sino imaginar un futuro común y diferente.

Pero ello no borra las representaciones que se construyen hegemónicamente acerca del poder político y el rol ciudadano, una construcción en la cual el espacio de los medios y redes informativas es central. Ello no borra la estigmatización del conflicto político y la idea de consenso como acuerdo de partes ya constituidas e inmodificables en tanto ideal democrático. Ello no altera esa creciente despolitización del espacio público construido desde los medios en el cual los referentes y actores políticos han sido sustituidos de manera creciente, por personas privadas que exhiben a toda hora conflictos en torno a temas íntimos que, manifestándose incluso con extrema violencia, siempre resultan zanjados por acuerdos negociados.

Como escribiera en octubre de 2001 José Nun, "El malestar y la bronca no son lo mismo que la voluntad de cambio y, mucho menos democrática... Máxime cuando la composición de los sectores populares es tan heterogénea y fragmentada y son tan escasas todavía las instancias de representación genuina capaces de dar formar, de expresar y unificar sus demandas. Para construir se pueden emplear muchos tipos de materiales. Pero es decisivo no confundirse y saber cómo y con qué se emprende la construcción"(28).

Es decisivo reconocer que junto a esa ciudadanía que pugna por desarrollarse y reconfigurar lo político y los modos de pensar el poder, desde el mercado mediático se busca diluir toda posibilidad de reconstrucción de lazos y proyectos comunes.

América Televisión, uno de los canales capitalinos con alcance nacional mediante su retrasmisión vía cable, comenzará a emitir desde fines de septiembre "El candidato de la gente". El programa propondrá 16 "candidatos" seleccionados por el equipo de producción a través de un casting al que concurrieron 800 personas. Ellos competirán a través de la pantalla, mediante el voto telefónico de la audiencia, por el premio mayor: presentarse como candidato a una banca legislativa por el "Partido de la Gente" creado por el propio canal de televisión.

En declaraciones a la agencia AP (29), Sebastián Meléndez, productor del programa, manifestó que ante "la falta de representatividad política que atraviesa Argentina, buscamos generar un canal para fomentar la aparición de políticos nuevos". La novedad de esa aparición consistirá, siempre según los dichos de Meléndez, en que los candidatos no serán vistos por los televidentes-electores "diciendo discursos sino en acción, tratando de poner en práctica sus proyectos". En cada emisión del programa el público irá eliminando participantes a través de su voto hasta elegir a dos finalistas; la gran final consistirá en que ambos candidatos "dejarán de lado su propuesta original para ocuparse de los temas que les impongan sus seguidores televisivos".

El programa de América puede inscribrse en la saga exitosa de espacios en los cuales se fabricaron y fabrican grupos musicales, modelos y jugadores de fútbol. Sus índices de audiencia serán propuestos como indicadores de la búsqueda de renovación deseada por el público argentino identificado plenamente con el ciudadano. Las pantallas y los sistemas de producción standarizados de personajes introducirán, en el tenso y complejo proceso político nacional, un nuevo tópico de discusión cotidiana y se constituirán en nuevo término de referencia para pensar el futuro.

Si como se afirma la política es el espacio en el cual se define la vida en común, ella resulta amenazada hoy por una doble fragmentación: por un lado, por las exclusiones impuestas por los modelos sociales y económicos hegemónicos; por otro, porque la regulación técnica de lo representable como práctica ciudadana y política en el espacio público dificulta la aparición en él de la diferencia radical, única posibilidad de construir alternativas de poder. Y cuando hablamos de diferencia radical no nos referimos a una radicalización violenta de las presencias, sino a la aparición de lo que hoy hace inviable la democracia como sociedad de iguales.

Como ha señalado Hanna Arendt, "la pobreza es mucho más que la indigencia; es un estado de constante indiferencia y miseria extrema cuya ignominia consiste en su poder deshumanizante" en tanto pone a los hombres "bajo el dato absoluto de la necesidad"(30). En contextos de esa naturaleza y con sociedades civiles débiles, la falta de alternativas no supone "la eliminación de las diferencias -diferencias que, por el contrario, tienden a agravarse socialmente-, sino la anulación misma de la instancia de conciliación. Y negando la conciliación, debido simplemente a la marginación política, se expone al riesgo de instalar la violencia en los bordes de la sociedad"(31).

La conciliación no es el acuerdo sino la búsqueda necesaria, aunque siempre resulte imposible e inacabada, de la restauración de la unidad. Frente a ella, la unanimidad de las representaciones es, efectivamente su contrario. "El fin del mundo común ha llegado cuando se ve sólo bajo un aspecto y se le permite presentarse únicamente bajo una perspectiva" (32). En ese sentido, la posibilidad de la comunicación, de una ciudadanía redefinida -porque no se restringe a sus dimensiones jurídicas y estatalistas y se amplía para dar cuenta de la multiplicidad de poderes que los individuos debemos construir y confrontar- y de la vigencia de la política, son una misma posibilidad.

Notas
(1) Torcuato Di Tella, Hugo Chumbita y otros, Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas, Emecé, Buenos Aires, 2001, pp. 85-88.

(2) Mauel A. Garretón, "Democracia, ciudadanía y medios de comunicación. Un marco general" en AAVV Los medios: nuevas plazas para la democracia, Calandria, Lima, 1995, pp. 102-103.

(3) Hugo Quiroga, "El ciudadano y la pregunta por el Estado democrático", Colección Papeles de Investigación, Documentos.

(4) Hanna Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 60 y 222.

(5) Sergio Caletti, Comunicación, política y espacio público. Notas para repensar la democracia en la sociedad contemporánea. Documento Borradores de Trabajo 1998-2002, p. 13.

(6) Me refiero concretamente a experiencias de comunicación radiofónica vinculadas, por ejemplo a la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER) o a FARCO, para el caso argentino. Pero también a numerosas experiencias impulsadas en Perú por la Asociación Calandria y otras tantas a las que se refiere Germán Rey, para el caso colombiano en Balsas y medusas. Visibilidad comunicativa y narrativas políticas, CEREC, FESCO, Fundación Social, Santafé de Bogotá, 1998.

(7) De Roger Chartier ver, entre otros, Escribir las prácticas. Foucault, de Certau, Marin, Manantial, Buenos Aires 1996 y El mundo como representación. Historia cultural entre práctica y representación, Gedisa, Barcelona 1996. Como el señala en este último texto, "cualquiera que sean las representaciones, no mantienen nunca una relación de inmediatez y de transparencia con las prácticas sociales que dan a leer o a ver. Todas remiten a las modalidades específicas de su producción, comenzando por las intenciones que las habitan, hasta los destinatarios a quienes ellas apuntan, a los géneros en los cuales ellas se moldean", p. VIII.

(8) "Entrevista con Roger Chartier" en Historia y Educación, Buenos Aires 1998, p. 139.

(9) Ver, entre otros muchos, los trabajos de Jesús Martín Barbero, Germán Rey y Fabio López de la Roche en Jorge I. Bonilla y Gustavo Patiño, (eds) Comunicación y política. Viejos conflictos, nuevos desafíos, CEJA, Santafé de Bogotá, 2001 y el trabajo de Sergio Caletti, "Repensar el espacio de lo público", ponencia presentada al Seminario Internacional "Tendencias y retos de la investigación en Comunicación en América Latina", FELAFACS-PUC del Perú, Lima, julio de 1999.

(10) "Espacios abiertos y diversidad temporal: las relaciones entre comunicación y política" en Bonilla y Patiño (eds) cit, p.166.

(11) Nos referimos a nuestros estudio "La Sociedad de los públicos. Nociones e Historia de su Constitución" realizada en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba con subsidios de la SECYT (Secretaría de Ciencia y Tecnología) de dicha universidad. También a reflexiones como las contenidas en "La construcción técnica de la democracia", Revista Conciencia Social Nº 2, Escuela de Trabajo Social-UNC, Córdoba, 2002.

(12) Cfr. Historia y crítica de la opinión pública, Gustavo Gilli, Barcelona, 2ª. Edición, 1994, pp. 53 a 56.

(13) Ver al respecto nuestro trabajo "de la cultura masiva a la cultura mediática" en Revista Diálogos de la comunicación Nº 56.

(14) "Las transformaciones de la publicidad política" en Ferry, Wolton y otros, El nuevo espacio público, Gedisa, Barcelona, 1992, p. 20.

(15) Asumimos, en este sentido las reflexiones de Adorno y Horkheimer en sus consideraciones acerca del público de los medios masivos: un conjunto de "seres genéricos" donde el sujeto se desdibuja pasando a ser parte de nuevas categorías constituidas desde la propia industria cultural: oyentes, audiencias, público de espectáculos.

(16) En Las cárceles de la miseria (Manantial, Buenos Aires, 2000), desentrañando la vinculación entre el "menos Estado social" y el "más Estado policial y penal" característico de las sociedades neoliberales, Wacquant resalta el lugar ocupado entre los dispositivos que naturalizan esa creciente sustitución por lo que denomina la configuración científica. Una operación en la que convergen de manera sistemática intelectuales, representantes del poder político y medios masivos de comunicación y uno de cuyos recursos emblemáticos para justiciar el incremento de la represión es un particular manejo de los datos estadísticos. Por su parte, en El desacuerdo.Política y Filosofía, (Nueva Visión, Buenos Aires, 1997), Ranciére reflexiona también sobre "la ciencia que se realiza inmediatamente como opinión", una ciencia que gobierna la comunidad poniendo"a cada uno en su lugar con la opinión que conviene a ese lugar" (p.134).

(17) Op.cit, p. 224.

(18) En "Globalización y política: Chile, las tres transiciones", documento presentado en el "Taller Internacional Efectos de la Globalización en Bolivia", CEDLA, septiembre de 1999.

(19) Rancière, op.cit, p. 128.

(20) Idem, p.132.

(21) Ver al respecto el trabajo de Sergio Caletti, "¡Quién dijo República? Notas para un análisis de la escena pública contemporánea, o de cómo el orden ha vuelto a imperar" en Versión. Estudios de Comunicación y Política, Nº 10, UAM, México 2000.

(22) Posmodernidad y comunidad. El regreso de la vinculación social. Ed. Trotta, Madrid, 1992, p. 132

(23) Los docentes universitarios argentinos transitamos, como muchos otros sectores de la sociedad, un conflicto de envergadura que no sólo se expresa en recortes salariales sino en la inminencia de un cambio del sistema de la educación superior. En medio de esa coyuntura, y a raíz de las elecciones que se realizaron en una asociación gremial del sector, quienes consideramos necesario confrontar la conducción sindical existente en función de otra propuesta político-gremial, resultamos estigmatizados por provocar "desunión" y debilitamiento". La posibilidad de una alternativa que se nombra como tal, es combatida en nombre de una "unidad" que asimila consenso con fuerza y conflicto con desintegración.

(24) Escenas de la vida posmoderna, Ed. Ariel, Buenos Aires,1994, p. 89.

(25) Op. Cit., p.129.

(26) Idem, p.132.

(27) Al respecto nos parecen de gran interés los aportes de Sydney Tarrow en su trabajo Poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. En él, refiriéndose a lo que denomina la "acción directa disruptiva", indica que, "al sentarse, levantarse o caminar juntos en un espacio público, los manifestantes ponen de manifiesto su existencia y refuerzan su solidaridad... la disrupción obstruye las actividades rutinarias de los oponentes, los observadoreso las autoridades... la disrupción amplía el círculo del conflicto", p. 180.

(28) "El enigma argentino" en www.Bazaramericano.com, Bazar opina. (la página de la revista argentina Punto de vista)

(29) Difundidas por diversos medios periodísticos a nivel nacional e internacional, como lo prueba su aparición en la edición del domingo 22 de septiembre de Las Ultimas Noticias de Santiago de Chile. 30. Sobre la Revolución, Alianza, Madrid, 1988, p.61.

(31) María de los Angeles Yanuzzi, "Ciudadanía y derechos fundamentales; las nuevas condiciones de la política" en Kairos, Año 3, Nº 4, 2do Semestre 1999.

(32) Hanna Arendt, La condición humana, cit, p. 67.

Fuente:Revista Diálogos
Para más información contacte a:María Cristina MataE-mail: mmata@mail.agora.com.ar

¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación política?

Javier del Rey Morató
Profesor de Teoría General de la Información Profesor de Comunicación Política Facultad de Ciencias de la Información Universidad Complutense Madrid



I.- EL PUNTO DE PARTIDA.


El título del artículo puede provocar sorpresa en unos lectores, desánimo en otros, y -nunca hay que descartarlo del todo-, curiosidad en un tercer tipo de lectores, que pueden llegar a interesarse por el pensamiento del autor. Los primeros tal vez aborden la lectura con cierto escepticismo inicial, que podrá reducirse en la segunda o tercera página. Los segundos es posible que se pregunten de qué habla el articulista, cuando empieza -como un borracho- por preguntarse de qué habla. ¿Qué les pasará a los terceros? No es improbable que encuentren en la pregunta inicial algo que es menos una derrota que una apuesta rica heurísticamente, y menos una anécdota que una categoría.
Para conquistar a los tres públicos desde las primeras líneas, mejor que hacer promesas grandilocuentes -podrían quedar defraudadas al terminar la lectura-, será partir de un planteamiento más modesto: proponer un esquema -un mapa del territorio que el autor invita a recorrer-, decir de qué se habla -demostrar que el autor lo sabe, o simular que lo tiene claro, y que, al final del artículo, cada uno decida-, establecer el estatuto ontológico de eso de que se habla, explicar sus límites y sus posibilidades, y sentar o proponer algún tipo de conclusión a propósito de las reflexiones propuestas.
El mapa contempla las siguientes categorías relevantes, y remite los detalles al desarrollo del artículo: qué entendemos por comunicación política -qué es, en relación con la política-, cuál es su estatuto, qué lugar ocupa en nuestra sociedad, qué tipo de relato propone, qué juegos nos impone, y qué forma de cultura política propicia, todo lo cual admite la siguiente síntesis. Como punto de partida parecen suficientes estas líneas, que nos permiten entrar en el campo fenomenológico de la comunicación política, sin otro impuesto, otro peaje ni otra aduana que la atención al orden categorial propuesto.
En las siguientes páginas el lector encontrará brevedad y síntesis, detrás de las cuales hay muchos años de investigación en la comunicación política, algunas experiencias prácticas en asesoramiento político y electoral, un par de libros en los que se recoge parte de la reflexión iniciada al hilo de esas experiencias 1, y el precipitado académico de todo lo anterior: la fundación de la asignatura Comunicación Política, como seminario primero (1974), curso de doctorado después (1981), y, finalmente, asignatura de la carrera, en los nuevos planes de estudio (1995). 2


II.- QUÉ ES LA
COMUNICACION POLITICA.


Como los teólogos, cuando iniciaron la inútil definición de lo indefinible, y encontraron que todo lo que podían decir de Dios es lo que no es -fundando la teología negativa-, diremos antes que nada lo que no es la comunicación política. La comunicación política no es la política, no se identifica con ella, enunciado que, en estas páginas, tendrá que soportar la convivencia con este otro: política y comunicación son consustanciales.
¿Paradoja? Paradoja, tal vez, pero aparente. No todas las transacciones políticas son reducibles a términos y categorías de comunicación, pero muchas de ellas no llegan a buen puerto sin el recurso a la comunicación, sin un flujo de mensajes que surta determinados efectos, sin un adecuado proyecto de comunicación.
Si tenemos en cuenta que las circunstancias en las que se desarrolla un proyecto político suelen ser adversas -partido y candidato tienen que abrirse camino en una atmósfera psicológica cargada de ruido y abiertamente competitiva-, notaremos que la comunicación, en la política, es algo más que un gabinete de prensa. La comunicación política no es la política, pero la política -parte considerable de ella- es, o se produce, en la comunicación política.
No incurriremos en el error de llenar inútiles párrafos abundando en tópicas definiciones de la política -son del conocimiento de todos, desde las que nos legaron los griegos hasta la reflexión más reciente-, pero sí diremos algo que no por sabido deja de ser fundamental en el contexto de nuestra propuesta teórica: la política ha sido, junto con la ciencia, la fuerza que ha desmantelado la fortaleza de la metafísica.
Marsilio de Padua dejó sentado que la política pertenece a la realidad natural -distinta de la realidad sobrenatural 3-, y Maquiavelo 4 abrió una grieta en el inconmovible orden del mundo, en el que la jerarquía y la teología eran el paradigma de un espacio público político/religioso indiferenciado.
Desde el Renacimiento, y desde que la idea revolucionaria de 1789 inflamó al mundo, la política ha suscitado adhesiones entusiastas y aspiraciones generosas, tantas como las esperanzas que nacieron de los descubrimientos científicos. 5 Las promesas inagotables de la política y las conquistas impresionantes de la ciencia han conseguido que la economía se convierta en visionaria, la sociología en adivinadora, la psicología en arrobadora, y la técnica en un dios menor capaz de ejecutar raras habilidades y graves tropelías: entre las primeras, la de hacer posible el confort; entre las segundas, la de hacer posible estilos de guerra impensables hasta hace pocos años.
La técnica ha avanzado, la ciencia experimental ha experimentado un desarrollo espectacular, y la ciencia política ha ideado fantásticos y grandilocuentes edificios teóricos. De la técnica y de la ciencia nos queda todo, y, entre ese "todo", un repertorio de barbaridades y de sangre difícil de borrar. De las propuestas de la ciencia política ya no queda casi nada, y sus grandes sistemas, auténticas catedrales bibliográficas de nuestro siglo -el marxismo leninismo-, queda más bien poco: las ideas políticas de nuestro siglo no pasarán de ser un capítulo o un epígrafe en un libro de historia de las ideas políticas, o una voz con una o varias definiciones en una prestigiosa enciclopedia.
Mientras tanto, los problemas que de antiguo acompañan al hombre no se han resuelto. Y ahí sigue la política, proponiendo soluciones, alivios -parches, en unos casos- y a veces poniendo problemas donde no los habría, si no fuera por el comportamiento, a veces errático, irresponsable a veces, de los ciudadanos que asumen el rol de políticos: pensamos en aquellos escenarios en los que no consiguen mantener el lazo social, en los que se rompe la cultura del pacto y de las concesiones mutuas, para iniciar el absurdo monólogo cruzado de las balas.


III.- POLITICA Y COM
UNICACION: ¿DISOCIACION O CONSUSTANCIALIDAD?


Para decir algo más sobre la comunicación política es aconsejable un regreso sobre las posibilidades que anunciábamos en el epígrafe anterior:
- la primera, disociar política y comunicación, privilegiando el segundo concepto para comprender la política; - la segunda, partir de la hipótesis de la consustancialidad de política y comunicación. 6 Pero ese dilema, como tantos otros, se nos antoja evitable, prescindible -es decir, un falso dilema-, pareciéndonos más afortunado tirar por la calle de en medio:- disociamos política y comunicación, como campos fenomenológicos que tienen un punto de encuentro, al que llegan desde actividades distintas, dando lugar a una nueva realidad cultural -la comunicación política-, y - partimos de la consustancialidad de la comunicación y buena parte de la actividad política. Desde la calle de en medio divisamos lo que queda a un lado y a otro -esas dos propuestas que propone Gerstlé-, y no nos dejamos aprisionar ni condicionar por modelos cerrados, exclusivos y excluyentes.
La consustancialidad de política y comunicación afecta a buena parte de las actividades políticas -quedó dicho que no a todas-, y hoy puede considerarse un aspecto de la política y no una actividad que, desde fuera, informa de la política. En efecto, la propia evolución de los gabinetes de comunicación y la preocupación por la imagen y por el qué decir en la próxima comparecencia -a veces no hay nada que decir: sólo comparecer-, nos informa sobre la relevancia de la comunicación en la actividad política: antes sólo existían gabinetes de prensa, pero ahora existen gabinetes de imagen y comunicación, análisis de medios, diseño de estrategias y estudios de marketing. Y esos gabinetes de imagen y comunicación, que diseñan o evalúan estrategias o recurren a asesores externos, no están en la quinta planta, al fondo, a la derecha, pasando los servicios: son el centro de la actividad política, y muchas veces dejan en un segundo plano a actividades que, en principio, consideramos más propias del quehacer político. Como afirma Minc, "para un hombre de estado actuar y comunicar constituyen las dos caras de una misma realidad" 7, en un enunciado que expresa con economía de recursos la relevancia de la categoría de la comunicación en el quehacer político.
Para ilustrar lo que podríamos llamar el irresistible avance de la comunicación en la política basta la siguiente confesión de Michel Rocard 8 sobre la administración de su tiempo en su época de Ministro de Agricultura:
Rocard no tenía reparos en revelar que nosotros no nos encargamos más de la gestión porque ya no tenemos el tiempo ni los medios intelectuales, estamos ocupados en otra cosa, y porque los resultados de la gestión no tienen interés relativo sobre el plan electoral. Pero nosotros nos encargamos, por intermedio del sistema mediático, de proporcionar las palabras, los actos y las actitudes simbólicas del consenso al abrigo del cual la máquina del Estado funciona tranquilamente, animada por funcionarios que los políticos han nombrado, pero que no tienen tiempo de orientar ni de controlar. 9 El lector distraído podrá creer que el autor se ha confundido en la atribución de la cita, y acaso piense que corresponde a un asesor de imagen, a un especialista en marketing político, tal vez a Michel Bongrand, asesor del fallecido presidente Mitterrand. No hay tal confusión: la confesión sobre el uso del tiempo del ministro la hace el ministro, y las palabras de la cita también.


IV.- ¿DE QUE HABLA LA COM
UNICACION POLITICA?


¿De qué nos habla la comunicación política? ¿Cuál es el referente de los mensajes que englobamos bajo la categoría de "comunicación política? Algo hemos dicho, pero nos queda mucho por decir. Y aunque no podamos hacerlo todo en estas reflexiones, sí conseguiremos una aproximación a esta cuestión. Entender la política supone reconocer lo que es importante, es decir, todo aquello que influye en forma destacada sobre el resultado de los acontecimientos. Significa conocer lo que es valioso -la influencia de cada resultado político sobre nuestros valores y sobre las personas y cosas que nos interesan-, y significa también conocer lo que es real y verdadero. Y lo que es real y verdadero tiene que ver con esta pregunta: ¿cuáles de nuestras impresiones, de nuestras intuiciones, de nuestras creencias y pronósticos, resistirán la prueba de la realidad, que es la prueba de la verificación y de la experiencia práctica? 10
La política es una cuestión de comunicación, en la que los mensajes generados por el líder político o por el partido tienen que contrastarse con los mensajes que llegan de la realidad, es decir, de la economía, de los sindicatos, de los adversarios, del exterior, de la patronal, y de los distintos grupos sociales. De la política diremos también dos cosas, que nos parecen pertinentes en este contexto, porque implican a la comunicación política: - la primera, que cuando contemplamos la política vemos que, en último término, gira en torno a la relación entre gobernantes y gobernados 11; - la segunda, que la política genera comportamientos diferenciados -distintos de otros comportamientos-, y que esos comportamientos tienen que ver con la relación amigo/adversario. 12
Lo uno y lo otro nos devuelven a la propuesta que hacíamos antes: política y comunicación son consustanciales, porque la primera gira en torno a la relación entre gobernantes y gobernados, y esa relación tiene, en democracia, dos categorías y dos cauces fundamentales: la representación y la comunicación. Pero hay más, y nos lo proporciona la segunda propuesta: esa relación amigo/adversario, que genera determinado tipo de comportamientos, tipificados como "comportamientos políticos", adquiere visibilidad y eficacia en la comunicación, y es la base de uno de los juegos de lenguaje más socorrido, sobre todo en períodos electorales: es el juego de la creación del adversario, mediante la emisión de enunciados derogatorios.


V.- EL RELATO DE LA COMUNI
CACION POLITICA.


Hemos dicho que la política supuso la derrota de la metafísica -es decir, su presencia en el espacio público, como criterio de legitimidad del poder y de la política y principio en que se apoyaba el orden jerárquico medieval-, y ahora añadimos que al metarrelato metafísico opuso el relato de la comunicación política.
Pero esas palabras no agotan el variopinto universo de referentes -muchos de ellos referentes autorreferidos-, que incluye esa categoría mediática, la comunicación política. El título del epígrafe adopta la forma interrogativa, y no hemos agotado las posibilidades que encierra esa interpelación. La comunicación política nos habla, sí, de los hechos del poder, pero también de los fines de la vida, de los valores, de las metas de la existencia de la sociedad, de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo erróneo, y de todo aquello por lo cual viven o deberían vivir los miembros de una sociedad. 13
En definitiva, nos hablan de los valores, y de lo que nos es más íntimo, como es el problema de la vida -¿dónde comienza?, ¿embarazo, sí o no?- y el problema de la muerte, de la buena muerte, la eutanasia, que supone un hecho cultural y psicológico distinto -y también político- que se superpone a un hecho meramente biológico. Y aun hay más: en la comunicación política se dan los juegos de lenguaje de los que nos ocupamos en el epígrafe siguiente.


VI.- LOS JUEGOS DE LE
NGUAJE.


El relato de la comunicación política adquiere tintes peculiares cuando las campanas del calendario electoral tocan a rebato. La campaña electoral es el ritual de la democracia, y en ella hacen su agosto diversos juegos de lenguaje, que tienen una característica: como los envases en los productos de los supermercados, esos juegos tienen la fecha de caducidad incorporada. ¿Cuáles son esos juegos de lenguaje? Se nos ocurren los siguientes 14: el juego del oráculo o la simulación de los grandes números; el juego de enmascarar lo personal; el juego del travestismo de los valores; el juego de la coartada de los intereses generales; el juego de la creación del adversario, y el juego de los espacios políticos.
Lyotard escribe que el lazo social depende de la pertinencia y eficacia de una serie de jugadas, y que existe una relación entre el lazo social y las jugadas: el lazo social está hecho de jugadas de lenguaje. 15 La eficacia de estos juegos de lenguaje radica en que la mayor parte de nuestras experiencias pasa por el lenguaje. La mayor parte de los conocimientos acumulados por cada hombre -como la mayor parte de los conocimientos acumulados por la humanidad-, descansa en ese patrimonio común que es la lengua, y no sobre la experiencia directa.
Hay una relación tan estrecha entre conocimiento y lenguaje que toda actuación sobre éste acusa su recibo en aquél, y consigue un efecto en los conocimientos, en el mapa cognitivo de la persona o de la sociedad.Lo saben los publicitarios, lo saben los hombres de marketing y lo explotan los políticos: todos ellos saben que el dominio del lenguaje les permite un acceso privilegiado a los juegos de lenguaje, y que ello se traduce en poder sobre el pensamiento, lo cual es tanto como decir que el poder de comunicación origina poder político. Sistematizamos las principales características de estos juegos en el siguiente cuadro. 16


VII.- ¿PLAN DE VU
ELO O PARTE METEOROLOGICO?


El problema que muchas veces se plantea es el de si la comunicación política que existe en una sociedad tiene buenas relaciones diplomáticas con la realidad o si ha roto amarras con ella, para instaurar una realidad que no tiene nada que ver, por ejemplo, con los datos de la economía, con una crisis que se avecina -y que no ha sabido anticipar con una agresión exterior, o con los resultados de una aventura política, social o militar, que puede tener consecuencias negativas. En todos estos casos, al desastre epistemológico de una comunicación política sin arraigo en la realidad, le sucede invariablemente un desastre político, social o militar, consecuencia de haber jugado a negar la realidad: cuando uno ignora la realidad, la realidad, invariablemente, pasa la factura, se venga, pegando una patada en el trasero del individuo o de la sociedad que ha osado marginarla.
Algunos partidos políticos, algunos líderes, algunos gobiernos, sociedades enteras, tal vez generaciones, han vivido con un mapa que no tenía nada que ver con la realidad, o, lo que es tan grave como eso, han emprendido un viaje tomando el parte meteorológico por el plan de vuelo, y han hecho el vuelo con el primero. ¿Ejemplos? Abundan en nuestro tiempo: la Argentina de Galtieri, y su huida hacia adelante, que culminó con el desastre de las Malvinas, las Falkland de los mapas ingleses; el Irak de Sadam Hussein, que ignoró la realidad, creyendo que el mundo asistiría, impasible, a la conquista de Kuwait; todos los regímenes populistas que hicieron su agosto en la América española, desde el de Perón hasta el de Alán García o el de Carlos Andrés Pérez; el régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, una fiesta de deductivismo, una auténtica borrachera de dogmatismo y voluntarismo, en el que la honesta búsqueda de un valor se hizo a costa del resto de los valores, con el agravante de que también en la conquista del valor perseguido se cosechó el fracaso más estrepitoso: el monismo filosófico es mal consejero y peor guía -por decirlo con expresión cervantina-, y construye un mapa que no tiene nada que ver con el territorio: la comunicación política que genera sume a la sociedad en una falsa conciencia. Deutsch cuenta un caso que tuvo lugar en Berlín, en el cuartel general de Adolf Hitler: bien avanzada la guerra, Hitler, ante una maqueta que representaba el frente de batalla, ordenaba avanzar a divisiones alemanas perfectamente adiestradas, impecables, pero improbables: habían dejado de existir. 17 ¿No puede pasarle algo de lo mismo a las democracias? Es posible que en muchas de ellas la gobernación se haga con el parte meteorológico -los sondeos, la política de cara a la galería, tal vez la maqueta de la anécdota-, y no con el plan de vuelo -los datos de la realidad: por ejemplo, los de la economía-, haciendo lo que debe hacerse, sin demora, para que la situación no empeore.
El imperativo de realismo de la comunicación política es un desafío para las democracias, en un momento en que su triunfo sobre las llamadas "democracias populares" coincide con una crisis sin precedentes, en la que el presunto triunfador se ve contra las cuerdas, y en las que las categorías de la representación y la comunicación aparecen, al mismo tiempo, como la solución y el problema.


VIII.- ¿CUAL ES EL ESTATUTO DE LA
COMUNICACION POLITICA?


Si las actividades que englobamos bajo el rótulo "comunicación" han conseguido ser tan importantes para la política, hasta el punto de que no hay manera de entender la política sin el recurso a la categoría de la comunicación, no está de más sentar el estatuto que le corresponde en los distintos estratos de la realidad, pues aquí está la clave de su importancia.
En la primera redacción, este epígrafe encabezaba el artículo, pero la tecla del ordenador se encargó de cambiarlo de lugar, por una razón: preferimos empezar por explicitar el punto de partida, preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de comunicación política, establecer algunas categorías -que son como grandes avenidas, que vertebran el campo fenomenológico que nos ocupa-, describir algunos juegos, para ofrecerle al lector este texto, una vez que ha sobrevivido a los epígrafes anteriores, de los que seguramente ha conseguido sacar algo en limpio.
En una sociedad que ha hecho de la comunicación el paradigma de la realidad, el enunciado fundamental sería éste: sale en la tele, luego existe. Pero como ese enunciado nos exige formulaciones más precisas sobre el estatuto de la comunicación política, nos serviremos de Popper y de Watzlawick para exponer nuestro pensamiento.
Escribe Moragas, con acierto, que "la investigación de la comunicación de masas ha puesto un muy escaso interés en los problemas de carácter epistemológico" 18, y nos parece que no está de más una mínima reflexión sobre el estatuto que merece la cuestión que nos ocupa en estas páginas, pues esos problemas a los que se refiere Moragas no pueden disociarse de la naturaleza del campo en el que se producen. Popper escribe que real es todo aquello que es capaz de pegarle una patada a la realidad, modificándola 19, y Watzlawick asegura que lo que llamamos "la realidad" es el resultado de la comunicación.
El primero nos permite afirmar que la comunicación es real, porque es capaz de pasar esa prueba, ejecutando esa pirueta, una patada en la realidad, realidad que acusa el golpe, del que no sale indemne, sino alterada en algún sentido:
- una campaña electoral modifica la realidad: incide en la distribución de los resultados;
- el uso de una simbología política -la de cualquier nacionalismo-, modifica la realidad: exalta sentimientos, consigue una determinada distribución de la atención, es capaz de inducir a acciones, tal vez lleva a un pueblo a invadir a otro;
- amueblar el entorno urbano con pórticos y estatuas, pinturas y torres que recortan su perfil sobre el horizonte -también esto es comunicación, porque es medio y mensaje de lo sagrado en el espacio de la cotidianidad- modifica la realidad, y consigue colar como realidad lo que no es más que un modelo del mundo, y
- una estrategia publicitaria bien concebida modifica la realidad: también consigue una distribución diferente de los resultados, al provocar actos de compra.
Tan interesante como el enunciado popperiano es el argumento de Watzlawick, que nos pone ante una paradoja, que en realidad es una paradoja aparente: si bien cuando comunicamos creemos estar diciendo algo de la realidad, la verdad no tiene porque ser esa -que lo es, pero no agota la complejidad de la comunicación-, sino esta otra: cuando comunicamos estamos fundando la realidad como tal. 20
¿O es que el enunciado de la derecha de que es "el centro" no está fundando la realidad? Sí, lo que llamamos realidad es el resultado de la comunicación. Cuando pensamos en la realidad solemos dar por supuesto su estatuto, que ella es la que es realmente, y que la comunicación es sólo el modo y manera de describirla, de informar a propósito de ella. Pero ese enunciado, que parece perfecto, indiscutible, evidente, adolece de un sólo defecto: muchas veces es falso. Lo que Lyotard llama el lazo social es comunicación, es el resultado de la comunicación, y puede entrar en crisis, y romperse, con adecuadas o imprudentes jugadas de comunicación.
Decimos que el lazo social depende de jugadas de lenguaje, y hay jugadas de lenguaje que atentan contra el juego que supone vivir en sociedad, cuyas reglas tienen un precio: está lo que puede decirse, están los límites a lo que puede decirse, y está el cómo debe decirse lo que sin duda debe decirse. Y esto vale para líderes y partidos políticos, para sindicatos y líderes sindicales, para patronal y hombres del mundo de la empresa.


IX.- QUÉ TIPO DE CULTUR
A POLITICA PROPICIA.


Saperas hace diana cuando señala que "si observamos la investigación desarrollada sobre los efectos cognitivos, podremos concluir que ha tenido lugar en el marco del análisis de la comunicación política" 21, y nos parece que la cultura generada por los medios -la televisión, sobre todo- es parte de los efectos cognitivos.
La pregunta que pone título al epígrafe es relevante, y nos afecta especialmente en el momento en que redactamos estas líneas, cuando toca a su fin una campaña electoral, con sus actores, su reparto de papeles y sus juegos de lenguaje, y se inicia un período distinto, en el que al ritual de enfrentamientos le sucede el obligado rito del olvido, el indulto para todos los agravios, y el no menos obligado rito de los pactos y de las concesiones mutuas.
La contemplación de la campaña electoral de 1996 -como de cualquier otra, en España o en otra democracia-, probablemente llevaría al lector a compartir con el autor de estas líneas la opinión de que una campaña electoral recuerda menos al discurso del método que a un cuento de Borges: el escritor argentino imagina un mundo en el que los políticos llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían impuestos, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura, pero nadie les hacía el menor caso.
La pluma del argentino da en imaginar un mundo en el que la prensa deja de publicar sus colaboraciones y sus efigies, y, a partir de esa fecha, "los políticos tuvieron que buscar oficios honestos: algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos." 22 El argumento del argentino no debe llevarnos al desánimo, por una razón: la comunicación política es la agonística de la democracia 23 y si los agravios personales y los juegos de lenguaje son el sustituto necesario de otros métodos para dirimir las diferencias entre distintos grupos políticos, bienvenidos sean.
La comunicación política -institución de masas, como el fútbol, la iglesia, elcorteinglés o julioiglesias-, exige a los políticos asumir comportamientos algo estrafalarios, como son los propios del guión de una campaña electoral, y los juegos de lenguaje que ese período impone a los actores instalados en el rol de candidatos, dando la impresión de que ya hemos alcanzado la orilla imaginada por el porteño: algunos políticos son, sin duda, buenos cómicos, o buenos curanderos, y lamentablemente otros son lo uno y lo otro, pero meros imitadores, versiones francamente malogradas. Y pensamos que a la comunicación política que practican nuestros líderes podría aplicársele una ley como la que existe para las propiedades rurales: ¿o es que no cabría proponer una ley de mensajes políticos manifiestamente mejorables?
Mientras tanto, estamos ante la cultura de la personalización 24, del agravio personal -que usurpa el lugar de la propuesta programática-, de la humanización de las grandes abstracciones -no el socialismo, sino Felipe González, no la derecha, sino José María Aznar-, de la afectivización que insulariza la inteligencia 25 y del uso estético y retórico de las categorías izquierda/derecha. No es improbable que algunas de estas ideas, debidamente desarrolladas, puedan ser el origen de hipótesis no previstas por el autor, de artículos que enriquezcan o refuten los enunciados que propone -lo segundo suele ser más rico que lo primero-, o, incluso, el punto de partida para una tesis doctoral.



Notas:
1 DEL REY MORATó, Javier, La Comunicación Política, EUDEMA, Madrid, 1989, y Democracia y Posmodernidad, Editorial Complutense, Madrid, 1996.
2 El autor de estas líneas propuso la disciplina Comunicación Política en los nuevos planes de estudio que entraron en vigor el curso académico 1995-1996, en una iniciativa conjunta con el profesor José Luis Dader, que entonces estaba en la Universidad Complutense, y ahora en la de Salamanca.
3 MARSILIO DE PADUA, Le Défenseur de la Paix, Vrin, París, 1968.
4 MAQUIAVELO, Nicolás, El Príncipe, Biblioteca EDAF, Madrid, 1978, y Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
5 FREUND, Julien, Qu`est-ce que la politique, Éditions Sirey, París, 1965, p. 184.
6 GERSTLÉ, Jacques, La Communication Politique, Presses Universitaires de France, Paris, 1992, p. 13.
7 MINC, Alain, L`Ivresse Democratique, Gallimard, París, 1995, p. 175.
8 ROCARD, Michel, en SAUSSEZ, Thierry, Nous sommes ici par la volonté des Médias, Robert Laffont, Paris, 1990, p. 144.
9 ROCARD, Michel, en SAUSSEZ, Thierry, op. cit., p. 148-149.
10 Durante la campaña electoral de 1996, el candidato de la derecha, ¿supo cuáles de sus impresiones, intuiciones, creencias y pronósticos resistirían la prueba de la realidad? Si los sondeos dictaron su campaña, fue la comunicación la que dictó su estrategia de comunicación, y no la realidad. Es justo añadir que añadir que la realidad era también el sondeo, aunque no tuviera nada que ver con la realidad. En cualquier caso, el candidato -de la mano de sus asesores-, cayó en la trampa de uno de los juegos de lenguaje que describimos en el epígrafe VI: su campaña electoral fue un juego de lenguaje parásito del juego del oráculo. En un libro de próxima aparición, el profesor Valbuena piensa que, probablemente, los sociólogos se conviertan en el hazmerreir -"persona que por su figura ridícula y porte extravagante sirve de juguete y diversión a los demás"- de los científicos.
11 SARTORI, Giovanni, Teoría de la Democracia, 1. El Debate Contemporáneo, Alianza Editorial, Madrid, 1988. p. 116.
12 SCHMITT, Carl, La Notion de Politique, Flammarion, Paris, 1972, p. 88.
13 BERLIN, Isaiah, En Diálogo con Ramin Jahanbegloo, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1993, p. 82.
14 La tipología ha sido parcialmente tratada por el autor en La Comunicación Política, EUDEMA, Madrid, 1989. El análisis de este artículo anticipa un material inédito para un libro en preparación.
15 LYOTARD, Jean-François, La Condición Postmoderna, Ediciones Cátedra, Madrid, 1984, p. 28.
16 El cuadro no agota las posibilidades, y más que exhaustivo es indicativo. En una campaña electoral pueden detectarse otros juegos, pero pueden ser analizados en términos de subcategorías -o categorías parásitas- de las que reseñamos en el cuadro. Por ejemplo: el juego de la imprescindibilidad -"yo o el caos", "nosotros o el desastre", "o triunfa nuestro partido o veréis la que os espera"-, que es una variedad del juego de la creación del adversario, o el juego del voto útil, que es un juego derivado del oráculo o juego de los grandes números.
17 DEUTSCH, Karl W., Política y Gobierno, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1976, p. 187.
18 MORAGAS SPA, Miquel de, Teorías de la Comunicación. Investigaciones sobre Medios en América y en Europa, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1981, p. 18.
19 "Estamos dispuestos a llamar real a todo aquello que pueda actuar sobre cosas físicas tales como mesas y sillas -y películas fotográficas, podemos añadir-, y que pueda ser actuado por cosas físicas". POPPER, Karl, Búsqueda sin Término. Una autobiografía intelectual, Editorial Tecnos, Madrid, 1985, p. 247.
20 Watzlavick empieza su libro con estas palabras: "Este libro analiza el hecho de que lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación. A primera vista, se diría que se trata de una tesis paradójica, que pone el carro delante de la yunta, dado que la realidad es, de toda evidencia, lo que la cosa es realmente, mientras que la comunicación es sólo el modo y manera de describirla y de informar sobre ella. Demostraremos que no es así. Que el desvencijado andamiaje de nuestras cotidianas percepciones de la realidad es, propiamente hablando, ilusorio, y que no hacemos sino repararlo y apuntalarlo de continuo, incluso al alto precio de tener que distorsionar los hechos para que no contradigan a nuestro concepto de la realidad, en vez de hacer lo contrario, es decir, en vez de acomodar nuestra concepción del mundo a los hechos incontrovertibles." WATZLAWICK, Paul, ¿Es Real la Realidad? Editorial Herder, Barcelona, 1979, p. 7.
21 SAPERAS, Enric, Los Efectos Cognitivos de la Comunicación de Masas, Editorial Ariel, Barcelona, 1987, p. 31.
22 BORGES, Jorge Luis, "Utopía de un hombre que está cansado", en El Libro de Arena, Alianza Editorial, Madrid, 1977, p. 74.
23 DEL REY MORATO, Javier, op., cit., 212-213.
24 En ese deslizamiento hacia mayores cotas de personalización ocupa un lugar principal la televisión. Aunque la tendencia es anterior -Hitler no contaba con ese invento-, la llegada de la televisión la acentuó y la consolidó, como el paradigma cultural de una época. Saperas reconoce este acontecimiento cuando escribe: "¡qué duda cabe que la llegada de la televisión había modificado profundamente la incidencia de los media en la vida política, de la vida política que había determinado los estudios de Lazarsfeld, Berelson, McPhee, Gaudet, entre otros muchos"! SAPERAS, Enric, op. cit., p. 30.
25 Berne escribe que "la `afectivización` aisla la inteligencia, de la misma manera que la intelectualización aísla el afecto". BERNE, Eric, Introducción al Tratamiento de Grupo, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1983, p, 24.


© Javier del Rey
Revista de Estudios de ComunicaciónKomunikazio Ikasketen AldizkariaAbendua 1996 Diciembre

Fuente: Página Web Comunicación Política

El Encuentro con el Otro - Ensayo

El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski reflexiona sobre los modos en que las distintas culturas establecieron contacto a lo largo de la historia y sobre los desafíos que enfrenta la alteridad.

Desde siempre, el encuentro con el Otro ha sido una experiencia universal y fundamental para nuestra especie.
Según dicen los arqueólogos, los primeros grupos humanos eran pequeñas familias o tribus de treinta a cincuenta individuos. De haber sido más numerosas, su nomadismo habría perdido rapidez y eficiencia. De haber sido más reducidas, la autodefensa eficaz y la lucha por la supervivencia les habrían resultado más difíciles.
He aquí, pues, a nuestra pequeña familia o tribu vagando en busca de alimento. De pronto, se topa con otra familia o tribu y descubre que hay otras personas en el mundo. ¡Qué paso significativo en la historia mundial! ¡Qué descubrimiento trascendental! Hasta entonces, los miembros de estos grupos primordiales, que deambulaban en compañía de treinta o cincuenta parientes, habían podido vivir en el convencimiento de que conocían a toda la población mundial. Resultó que no era así: ¡también habitaban el mundo otros seres similares a ellos, otras personas! Pero ¿cómo actuar frente a semejante revelación? ¿Qué hacer? ¿Qué decisión tomar?
¿Debían arremeter contra esas otras personas? ¿Mostrarse indiferentes y seguir su camino? ¿O, más bien, tratar de llegar a conocerlas y comprenderlas?
Hoy afrontamos la misma opción que enfrentaron nuestros antepasados hace miles de años. Una opción no menos intensa, fundamental y categórica que entonces. ¿Cómo debemos comportarnos con el Otro? ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia él? Ella podría desembocar en un duelo, un conflicto o una guerra. Todos los archivos contienen pruebas o testimonios de estos acontecimientos. Y el mundo está jalonado de innumerables ruinas y campos de batalla.
Todo esto demuestra el fracaso del hombre: no supo o no quiso llegar a un entendimiento con el Otro. La literatura de todas las épocas y países ha tomado esta situación de debilidad y tragedia como tema central de mil maneras distintas.
Sin embargo, también podría darse el caso de que, en vez de atacar y combatir, esta familia o tribu primordial decida defenderse del Otro separándose y aislándose. Con el tiempo, esta actitud deriva en cosas tales como las torres y puertas de Babilonia, la Gran Muralla china, el limes romano y las pétreas murallas incaicas.
Afortunadamente, en todo nuestro planeta hay pruebas abundantes, aunque dispersas, de una experiencia humana distinta: la cooperación. Me refiero a los restos de puertos, ágoras, santuarios, plazas del mercado; a los edificios, todavía visibles, de antiguas academias y universidades; a los vestigios de rutas comerciales como el Camino de la Seda, la Ruta del Ambar y la de las caravanas que atravesaban el Sahara.
En todos estos lugares, las personas se reunían para intercambiar ideas y mercancías. Allí hacían sus transacciones y negocios, concertaban pactos y alianzas, descubrían metas y valores compartidos. "El Otro" dejó de ser sinónimo de algo extraño y hostil, peligroso y letalmente maligno. Descubrieron que cada uno llevaba dentro un fragmento del Otro, creyeron en esto y vivieron tranquilas.
Al toparse con el Otro, la gente tuvo, pues, tres alternativas: hacer la guerra, construir un muro a su alrededor o entablar un diálogo.
A lo largo de la historia, la humanidad nunca ha cesado de oscilar entre estas alternativas. Ha optado por tal o cual de ellas, según los tiempos y culturas cambiantes. Salta a la vista que, en esto, la humanidad es voluble, no siempre se siente segura, no siempre pisa suelo firme. Es difícil justificar la guerra. Creo que en ellas todos pierden invariablemente porque las guerras son desastrosas para el hombre. Ponen de manifiesto su incapacidad para comprender, para ponerse en el lugar del Otro, para actuar con sensatez y benevolencia. Por lo común, en tales casos, el encuentro con el Otro termina trágicamente en una catástrofe de sangre y muerte.
En la época contemporánea, la idea que nos llevó a aislarnos del Otro, a rodearnos de grandes murallas y anchos fosos, recibió el nombre de apartheid. Equivocadamente, circunscribimos este concepto a las políticas del régimen blanco sudafricano, hoy difunto. El apartheid ya se practicaba en los tiempos más remotos. Dicho en términos sencillos, sus partidarios proclamaban: "Cada uno es libre de vivir como le plazca, siempre y cuando esté lo más lejos posible de mí si no pertenece a mi raza, religión o cultura". ¡Como si eso fuera todo!
En realidad, contemplamos una doctrina de la desigualdad estructural de la raza humana. Los mitos de muchas tribus y pueblos incluyen la convicción de que sólo ellos son humanos, es decir, "nosotros", los miembros de nuestro clan o comunidad. Los demás, todos los demás, son subhumanos o ni siquiera eso. Una antigua creencia china lo expresa de manera excelente: el extranjero era visto como un engendro del diablo o, en el mejor de los casos, una víctima del destino que no había logrado nacer en China. Esta creencia presentaba al Otro como un perro, una rata o un reptil. El apartheid era, y sigue siendo, una doctrina de odio, desprecio y repugnancia hacia el Otro, hacia el extranjero.
¡Qué diferente fue la imagen del Otro cuando prevalecieron las religiones antropomórficas, la creencia de que los dioses podían tomar la forma humana y actuar como personas! Por entonces, nadie podía decir si el caminante, viajero o forastero que venía hacia él era una persona o un dios con aspecto humano. Esa incertidumbre, esa ambivalencia fascinante, fue una de las raíces de la cultura hospitalaria que ordenaba prodigar atenciones al forastero, a ese ser en última instancia incognoscible.
Cyprian Norwid se refiere a esto cuando, en su introducción a la Odisea, analiza las fuentes de la hospitalidad que encuentra Ulises en su viaje de regreso a Itaca. "Allí, ante cada mendigo y caminante extranjero -observa Norwid- la primera sospecha era si no lo enviaría Dios. [...] Nadie podría haber sido recibido como huésped si la primera pregunta hubiera sido: ?¿Quién es este forastero?´. Pero las preguntas humanas sólo venían después, una vez respetada la divinidad que había en él. Llamaban a eso `hospitalidad´ y, por la misma razón, la incluían entre las virtudes y las prácticas piadosas. Para los griegos de Homero, nadie era `el último entre los hombres´: [el forastero] siempre era el primero, es decir, divino."
En esta interpretación griega de la cultura de que habla Norwid, las cosas revelan un nuevo significado favorable a las personas. Las puertas no están solamente para cerrarse contra el Otro; también pueden abrirse a él e invitarlo a entrar. El camino no tiene que estar necesariamente al servicio de tropas hostiles; también puede ser la vía por la que venga hacia nosotros algún dios vestido de peregrino. Gracias a esta interpretación, el mundo que habitamos empieza a ser no sólo más rico y diverso, sino también más benévolo. Un mundo en el que deseamos encontrarnos con el Otro.
Emmanuel Lévinas dice que el encuentro con el Otro es un "acontecimiento" o incluso un "acontecimiento fundamental", la experiencia más importante, la que llega hasta los horizontes más lejanos. Como es sabido, Lévinas fue un filósofo del diálogo, junto con Martin Buber, Ferdinand Ebner y Gabriel Marcel (más tarde, el grupo incluiría a Jozef Tischner). Ellos desarrollaron la idea del Otro como una entidad única e irrepetible, contrapuesta -de manera más o menos directa- a dos fenómenos del siglo XX: el nacimiento de las masas, que abolió el estado de separación del individuo, y la expansión de ideologías totalitarias destructivas.
Estos filósofos, para quienes el valor supremo era el individuo humano (yo, tú, el Otro), intentaron salvarlo de su obliteración por obra de las masas y el totalitarismo. Por eso fomentaron el concepto del "Otro" para subrayar las diferencias entre los individuos, entre sus características no intercambiables e irreemplazables.
Fue un movimiento increíblemente importante que rescató y elevó al ser humano y al Otro. Lévinas propuso que no sólo debemos dialogar cara a cara con el Otro: también debemos "responsabilizarnos" por él. En cuanto a las relaciones con el Otro, con los demás, los filósofos del diálogo rechazaron la guerra porque conducía al aniquilamiento. Criticaron las actitudes de indiferencia o encastillamiento y, en cambio, proclamaron la necesidad -o aun el deber ético- de acercarnos y abrirnos al Otro, de tratarlo con benevolencia.
Dentro del círculo preciso de estas ideas y convicciones, una actitud similar de indagación y reflexión surge y se desarrolla en el gran trabajo de investigación de un hombre que estudió y se doctoró en filosofía en la Universidad Jagielloniana, y fue miembro de la Academia de Ciencias polaca: Bronislaw Malinowski.
Su problema fue cómo abordar al Otro. No como una entidad exclusivamente hipotética y abstracta, sino como una persona de carne y hueso, perteneciente a otra raza, con creencias y valores diferentes de los nuestros y con unas costumbres y cultura propias.
Cabe señalar que el concepto del Otro suele definirse desde el punto de vista del hombre blanco, del europeo. Pero hoy día, cuando cruzo a pie una aldea montañesa de Etiopía, los niños me siguen en alegre tropel y me gritan: "¡Ferenchi, ferenchi!" ("extranjero, otro"). Este es un ejemplo del desmantelamiento de la jerarquía del mundo y sus culturas. Los otros, en verdad, son tales, pero, para estos otros, el Otro soy yo.
En este sentido, todos estamos en el mismo bote. Todos los habitantes de nuestro planeta son el Otro para los Otros, Yo para Ellos y Ellos para Mí.
En tiempos de Malinowski y en los siglos anteriores, el hombre blanco, el europeo, emigró de su continente casi exclusivamente para lucrar: para conquistar nuevas tierras, capturar esclavos, traficar o misionar. A veces, estas expediciones fueron increíblemente sangrientas, como la conquista y colonización de América, Africa, Asia y Oceanía.
Malinowski partió hacia las islas del Pacífico con un objetivo distinto: aprender acerca del Otro. Conocer las costumbres, el lenguaje y el estilo de vida de su prójimo. Quería verlos y sentirlos personalmente, experimentarlos para, luego, poder hablar de ellos. Tal empeño quizá parezca obvio, pero resultó revolucionario y puso el mundo patas arriba.
Desnudó una debilidad o, tal vez, una mera característica que aparece en todas las sociedades, aunque en diversos grados: les cuesta comprender a otras culturas. Lo mismo ocurre con los individuos que pertenecen a determinada cultura y, por ende, son sus partícipes y portadores. Tras su llegada a las islas Trobriand para hacer investigaciones de campo, Malinowski declaró que los blancos con varios años de residencia en el lugar no sólo desconocían por completo a los aborígenes y su cultura: de hecho, la idea que tenían de ellos era totalmente errónea, teñida de desprecio y arrogancia.
Malinowski levantó su tienda en medio de una aldea y convivió con los naturales, como si quisiera fastidiar a los colonos y sus costumbres. Su experiencia no resultó fácil. En A Diary in the Strict Sense of the Term, menciona constantemente sus problemas, enojos, desesperación y depresión.
Liberarse de la propia cultura cuesta muy caro. Por eso es tan importante tener una identidad propia, distinta, y una idea aproximada de nuestra fuerza, valor y madurez. Sólo entonces podremos encarar confiadamente otra cultura. De lo contrario, nos recluiremos, temerosos, en nuestro escondite y nos aislaremos de los otros. Tanto más, por cuanto el Otro es un espejo en el que atisbamos o nos observan, que desenmascara y desnuda, y que preferiríamos evitar.
Es interesante señalar que mientras en su Europa natal se libraba la Segunda Guerra Mundial, el joven antropólogo se concentraba en investigar la cultura de intercambio, contactos y rituales comunes entre los habitantes de las Trobriand -a quienes dedicaría su excelente libro Los argonautas del Pacífico Occidental- y a formular su tesis "para juzgar algo, hay que estar allí", tan raramente observada pese a su importancia.
Propuso otra tesis increíblemente audaz para su época: no hay culturas superiores o inferiores, sólo hay culturas diferentes, con diversos modos de satisfacer las necesidades y expectativas de sus integrantes. Para él, una persona diferente, de una raza y cultura diferentes, es una persona cuya conducta se caracteriza por la dignidad y el respeto de los valores que reconoce, de su tradición y sus costumbres.
Malinowski inició su obra en el momento en que nacían las masas; nosotros vivimos el período de transición de esa sociedad de masas a una nueva sociedad planetaria. Hay muchos factores subyacentes: la revolución electrónica, el desarrollo sin precedentes de todas las formas de comunicación, los grandes progresos en el transporte y el movimiento. Y la consiguiente transformación, todavía en curso, de la cultura, en el sentido lato del término, y de la conciencia de sí misma que tiene la generación más joven.
¿Cómo alterará esto las relaciones entre nosotros, que tenemos una sola cultura, y los pueblos que tienen otra u otras? ¿Cómo influirá en la relación Yo-Otro dentro de mi cultura y más allá de ella? Es muy difícil dar una respuesta inequívoca y concluyente porque el proceso está en curso y nosotros, inmersos en él, no tenemos la menor posibilidad de tomar esa distancia que favorece la reflexión.
Lévinas consideró la relación Yo-Otro dentro de los límites de una civilización única, racial e históricamente homogénea. Malinowski estudió las tribus melanesias cuando todavía se hallaban en su estado prístino, cuando aún no habían sido violadas por el influjo de la tecnología, la organización y los mercados occidentales.
Hoy, esta posibilidad es cada vez menos frecuente. Las culturas se vuelven cada vez más híbridas y heterogéneas. Hace poco, vi algo asombroso en Dubai. Una muchacha, sin duda musulmana, caminaba por la playa. Vestía blusa y jeans muy ceñidos, pero llevaba la cabeza, y sólo la cabeza, tan herméticamente envuelta que ni siquiera se le veían los ojos.
Hoy, escuelas enteras de crítica filosófica, antropológica y literaria se ocupan, sobre todo, de la hibridación y la vinculación. Este proceso cultural está en marcha especialmente en aquellas regiones en que las fronteras de los estados también deslindan culturas diferentes (por ejemplo, la frontera entre Estados Unidos y México) y en las megalópolis cuyas poblaciones representan las más diversas culturas y razas (como San Pablo, Nueva York o Singapur). Decimos que el mundo se ha vuelto multiétnico y multicultural, no porque haya más comunidades y culturas de ese tipo que antes, sino más bien porque expresan con mayor energía y arrogancia, y en voz más alta, su exigencia de ser aceptadas, reconocidas y admitidas en la mesa redonda de las naciones.
Sin embargo, el verdadero desafío de nuestro tiempo, el encuentro con el nuevo Otro, deriva igualmente de un contexto histórico más amplio. En la segunda mitad del siglo XX, dos tercios de la humanidad se liberaron de la dependencia colonial para convertirse en ciudadanos de sus propios estados que, nominalmente al menos, eran independientes. En forma gradual, estos pueblos comienzan a redescubrir su pasado, sus mitos y leyendas, sus raíces, sus sentimientos de identidad y, por supuesto, el orgullo que eso genera. Empiezan a percatarse de que son los amos de su propia casa y los capitanes de su destino. Y miran con aborrecimiento cualquier tentativa de reducirlos a cosas, a figurantes, a víctimas y objetos pasivos de una dominación.
Por siglos, nuestro planeta estuvo habitado por un pequeño grupo de gente libre y grandes multitudes esclavizadas. Ahora, lo colman cada vez más naciones y sociedades con un sentimiento creciente de su valor e importancia individuales. A menudo, este proceso ocurre en medio de enormes dificultades, conflictos, dramas y pérdidas.
Quizás estemos avanzando hacia un mundo tan absolutamente nuevo y cambiado, que nuestra experiencia histórica no bastará para comprenderlo y movernos en él. En todo caso, el mundo en el que entramos es el Planeta de las Grandes Oportunidades. Pero éstas no son incondicionales; más bien, están abiertas únicamente a quienes tomen en serio su trabajo y, así, demuestren que se toman en serio a sí mismos. Este es un mundo con muchas ofertas potenciales, pero también con muchas exigencias, y en el que, a menudo, los atajos fáciles no llevan a ninguna parte.
Nos toparemos constantemente con el nuevo Otro que, poco a poco, irá emergiendo del caos y el tumulto actuales. Este nuevo Otro podría surgir del encuentro de dos corrientes contradictorias que modelan la cultura del mundo contemporáneo: la globalización de nuestra realidad y la conservación de nuestra diversidad y singularidad. Tal vez, el Otro sea el hijo y heredero de estas dos corrientes.
Deberíamos buscar el diálogo y el entendimiento con el nuevo Otro. Los años vividos entre pueblos remotos me enseñaron que la bondad hacia el prójimo es la única actitud que puede tocar el punto sensible, humano, del Otro. ¿Quién será este nuevo Otro? ¿Cómo será nuestro encuentro con él? ¿Qué diremos y en qué idioma? ¿Podremos escucharnos mutuamente? ¿Podremos comprendernos?
Me pregunto si tanto nosotros como el Otro desearemos apelar (y aquí cito a Conrad) a aquello que "habla a nuestra capacidad de deleite y asombro; a la sensación de misterio que rodea nuestra vida; a nuestro sentimiento de piedad, belleza y dolor; al sentimiento latente de confraternidad con toda la Creación. Y a la convicción, sutil pero invencible, de una solidaridad que entrelaza la soledad de innumerables corazones: la solidaridad en los sueños, la alegría, la pena, las ambiciones, las ilusiones, la esperanza, el miedo. La que une a los hombres y a toda la humanidad: los muertos a los vivos y los vivos a los que habrán de nacer".

Por Ryszard Kapuscinski Cracovia, 2005


El autor es periodista y escritor; entre sus libros, figuran El emperador y El sha. Esta nota se basa en su conferencia de apertura del período lectivo de verano en la Universidad Jagielloniana de Cracovia.


© Ryszard Kapuscinski/Nobel Laureates Plus y LANACION (Traducción: Zoraida J. Valcárcel)