30 de noviembre de 2010

Fraterna Patria Grande. Del imaginario a la unidad en la diversidad latinoamericana.


Este trabajo tiene por objetivo analizar el imaginario socio-cultural presente en pensamientos, acciones, experiencias y proyectos latinoamericanos. Análisis que permitirá explorar dimensiones existentes a lo largo y a lo ancho del continente vinculadas a la fraternidad como categoría socio-cultural y política. Para cumplir este desafío sigue un itinerario que recorre cuatro momentos.
El primer momento, bajo el título: Imaginario cultural: ¿Anhelo recurrente o imperante?, se detiene a considerar el estudio de lo imaginario como tal, el imaginario social, y el imaginario socio-cultural, dado que será la herramienta de interpretación, conocimiento y re-conocimiento de la realidad latinoamericana propuesta.
El segundo momento, bajo el título: Poder y querer: construcciones de una búsqueda inquieta, recoge a partir de bibliografía de referencia, una reseña de autores latinoamericanos de distintas disciplinas. Esta reseña es presentada bajo los nombres: Viaje por el pensamiento de autores latinoamericanos y Voces unánimes y distintas del continente.
El tercer momento, bajo el título: Claves de fraternidad en las raíces culturales latinoamericanas, presenta siete dimensiones de la fraternidad que aparecen con repetida frecuencia en el material de la reseña bibliográfica y en otros autores consultados. A su vez, cotejada por medio de una lectura y re-lectura de las dimensiones desde la mirada de lo imaginario socio-cultural. De allí se desprende cómo esas dimensiones conforman reales claves de fraternidad en la esfera simbólica y de lo imaginario socio-cultural.
Es oportuno señalar que el tramo elegido para el análisis de autores seleccionados, abarca el período que va desde 1810 a nuestros días. Y en el caso de las prácticas culturales presentadas en el texto abarcan las últimas seis décadas. A su vez los autores elegidos para este trabajo representan distintas generaciones, estilos, corrientes culturales y de pensamiento político. Fue una decisión, al emprender este camino, elegir la pluralidad de enfoques y propuestas, que no pretenden agotar el tema planteado. Las frases recabadas de los autores son breves y circunscriptas a textos determinados de una especializada bibliografía referencial que se encuentra citada al final de este trabajo.
Se concluye con un cuarto momento donde el imaginario socio-cultural latinoamericano de comunidad, hace pensar en una nueva y propositiva forma política construida sobre la fraternidad de América Latina una y toda, como gustan llamar con distintas notas los autores reportados.



I. Imaginario cultural:
¿Anhelo recurrente o imperante?

1.1 ¿Qué entendemos por imaginario?


El término imaginario, en tanto sustantivo, remite a un conjunto bastante variado de componentes. Recuerdo, ensueño, sueño, creencia, mito, novela, ficción, son en cada caso, expresiones del imaginario de un hombre o de una cultura. Se puede hablar de imaginario de un individuo pero también de un pueblo, a través del conjunto de sus obras y creencias. Forman parte de lo imaginario las concepciones pre-científicas, la ciencia ficción, las creencias religiosas, las producciones artísticas que inventan otras realidades, las ficciones políticas, los estereotipos y también los prejuicios sociales. El imaginario social es un concepto usado habitualmente en ciencias sociales para designar las representaciones sociales encarnadas en sus instituciones. El término también puede ser especificado en relación con sus contrarios: lo real y lo simbólico. Lucian Boia indica acertadamente que lo imaginario es definido por sus estructuras internas, más que por sus referentes y materiales, cuyo carácter real o no es vano determinar ([1]).Lo imaginario implica una emancipación en lo que concierne a una determinación literal, la invención de un contenido nuevo que introduce la dimensión simbólica.
Entonces, acordaremos denominar imaginario a un conjunto de producciones mentales o materializadas en obras, a partir de imágenes visuales (cuadro, dibujo, fotografía) y lingüísticas (metáfora, símbolo, relato), que forman conjuntos coherentes y dinámicos los cuales conciernen a una función simbólica, en el sentido de una articulación de sentidos propios y figurados.

Lo imaginario está entonces más cerca de las percepciones que nos afectan, que de las concepciones abstractas que inhiben la esfera afectiva. Por otra parte, sólo hay imaginario si un conjunto de imágenes y de relatos forman una totalidad más o menos coherente, que produce un sentido distinto del local y momentáneo. Lo imaginario está del lado de lo que se denomina “holístico” (totalidad) y no “atomístico” (elemento). Lo imaginario puede ser descrito literalmente (temas, motivos, intrigas, ambiente), pero también puede dar lugar a interpretaciones, dado que las imágenes y los relatos son, en general, portadores de un sentido segundo o indirecto. Como el mito, que desplaza el contenido de un discurso, lo imaginario fabula, pero su contenido puede ser “rectificado” para ser restituido en sus móviles, sus fuentes, sus intenciones.

Lo imaginario ha sido objeto de numerosos estudios, es decir, de una vasta bibliografía que abarca múltiples y diversas investigaciones venidas de distintas disciplinas. Los trabajos sobre imaginario fueron también la reivindicación del campo de los artistas, escritores y poetas, a través de los manifiestos del surrealismo. Por otra parte, lo imaginario era para los historiadores un campo extraño, un aspecto vencido, se podría decir, por el europeo que a lo largo del siglo XVI, XVII y XVIII, logró, a costa de un duro esfuerzo, operar en su mente esta separación de lo real y de lo imaginario que fue una de las conquistas de la razón. Después de la década de 1950, las publicaciones sobre lo imaginario se multiplican y, hasta ahora, no han dejado de aumentar. La extensa y variada bibliografía lo confirma: el término imaginario se convirtió en una pista fundamental para las ciencias sociales.
En América Latina, desde México al Cono Sur, distintos autores estudian desde hace décadas la dimensión sociológica, antropológica, comunicativa, histórica, filosófica y psicológica de lo imaginario; autores tales como Jorge González, Jesús Martín Barbero, Jesús Galindo, Victorino Zechetto, Eliseo Verón y otros muchos profundizan la temática en sus varias materias de estudio. Se destaca el trabajo del argentino Néstor García Canclini, investigador residente en México. También se valora el trabajo de antropólogos que han tratado la posmodernidad y la cultura desde una perspectiva latinoamericana.

1.2 Del imaginario cultural al imaginario socio-cultural
Una primera cuestión es qué entendemos por imaginario. Según la línea teórica, la actividad o la disciplina en la que nos situemos, las definiciones cambian. Nos resulta atractiva la definición lacaniana que contrasta lo simbólico y lo real, pero al mismo tiempo no estamos seguros de que sea la más productiva en el trabajo del científico social. En algunos aspectos tal vez lo sea, pero también consideramos que acota mucho la cuestión del imaginario. Por ello, optamos por una concepción que llamaríamos socio-cultural, que coloca lo imaginario en una línea más heterogénea de pensamiento. Esa heterogeneidad resulta de la existencia, sin duda, de fuentes que se pueden rastrear desde la sociología del conocimiento o desde posiciones marxistas o siguiendo una línea de pensamiento al estilo de la de Cornelius Castoriadis, o de filósofos como Paul Ricoeur y otros, que han elaborado la cuestión del imaginario como un fenómeno socio-cultural ([2]). Cuando de imaginario social se habla, se trata, nada más ni nada menos, que de conseguir una nueva inteligibilidad sobre la naturaleza de los fenómenos sociales e históricos ([3]).
La comprensión del antropólogo Néstor García Canclini de las culturas populares latinoamericanas en el marco de la sociedad capitalista propone un debate acerca de lo autóctono y de lo foráneo, de la conformación de la cultura popular, la cual continúa desarrollándose a través de los cambios de las culturas populares tradicionales, de las culturas urbanas y de los procesos de globalización. En su obra Culturas híbridas presenta una discusión en torno a la comprensión de las teorías de la modernidad y de la postmodernidad, poniendo especial énfasis en los usos populares, tanto de lo culto como de los medios masivos de comunicación, y en el estudio de los procesos de recepción y apropiación de los bienes simbólicos.

1.3 ¿Anhelo recurrente o imperante?

Hasta aquí se profundizó el imaginario socio-cultural, en su ser disciplina capaz de develar contenidos, concepciones, cosmovisiones. La utilidad, y su abordaje en este texto y contexto, se centra en el comprender la constelación de autores, de las distintas disciplinas, y las mismas prácticas sociales que emanan de los pueblos latinoamericanos, que de alguna manera pueblan ese espacio y tiempo simbólico, constituyendo un real colectivo de sentimientos, pensamientos y miradas.
Son voces referentes de distintos momentos históricos, sociales, políticos y culturales del continente. Todos traen en sus alforjas muy variadas expresiones y vivencias, pero todas de alguna manera apelan a la integración latinoamericana. La comprensión de esto, para muchos, estableció su tienda de permanencia en la dimensión del todo que comprende las partes, y América Latina es una, toda. Para otros, es una convergencia armónica de diversidad de identidades. Para la mayoría, corre por sus venas una sangre unificadora. Algunos consideran que atraviesa la naturaleza americana una definida identidad. Otros la buscan con la necesidad de ser aquello que se siente en lo más profundo.

Y si bien emergen voces, miradas, notas, expresiones artísticas, de compromiso social y político, de hacer cultural, no son de menor tenor las prácticas culturales que aquí o allí circulan llevando esa savia tan característica que hace pensar en una realidad que está en acto; al mismo tiempo se puede apreciar cuánto camino tiene por recorrer.
Sin duda, no se puede dejar de observar que se trata de algo sumamente singular: son prácticas sociales y culturales, que tienen muchas expresiones, desde lo artístico a lo formativo y educativo. Pero si con la cultura tiene que ver, es necesario comprender que se está hablando de esa cultura que implica toda la vida y la vida toda de la persona. Esa cultura que incluye desde las comunidades humanas y su cotidianidad hasta sus expresiones máximas del pensamiento y el hacer. Como lógica consecuencia, no se puede dejar de valorar que América Latina haya tomado la ruta clara de forjar primero en sus hombres y mujeres la cultura misma; y en sus instituciones, la vida social y política. Es comprensible: sólo desde una concepción de persona en comunidad, que permita leer su humanización en la sociedad, se aprecia esa dimensión que tanto constituye a los latinoamericanos, y que lógicamente no puede hacer menos que constituir su cultura que es la socialidad.



II. Poder y querer:
Construcciones de una búsqueda inquieta


Este segundo momento tiene por finalidad mostrar, a través un recorrido en dos etapas (Viaje por el pensamiento de autores latinoamericanos y Voces unánimes y distintas del continente), los anhelos del continente latinoamericano plasmados en pensamiento.

2. 1 Viaje por el pensamiento de autores latinoamericanos

El pensamiento latinoamericano desarrolló un estilo de pensar; una filosofía comprometida con nuestro entorno sociocultural. De tal manera, los pensadores que hicieron nuestra gran patria americana fueron, a la par, hombres de acción. Joao Cruz Costa comenta que también en Brasil “la filosofía auténtica siempre estuvo ligada a la acción”. Vivimos la aventura de un pensamiento militante “aplicado a nuestra realidad”. Además la historia del pensamiento latinoamericano demuestra una constante preocupación por el tema de la identidad.

Una manera de concebir y hacer filosofía

Por la senda del argentino Juan Bautista Alberdi (1810-1884), que reconoce la importancia de la existencia de una filosofía original en América, y bajo la consigna: “la filosofía debe salir de nuestras necesidades” (es decir: una filosofía americana “será la que resuelva el problema de los destinos americanos”), se encuentran otros filósofos argentinos como Saúl Taborda (1885-1945), que tradujo la línea de Juan Bautista Alberdi en la siguiente expresión: “América tuvo un día la intuición aguda de la nueva conciencia histórica”. Y propuso la idea de que la conciencia federativa de las comunidades de origen es el alma de la integración hispanoamericana. Contemporáneo a Saúl Taborda fue Francisco Romero (1891-1962), quien es considerado junto con Alejandro Korn, el filósofo representativo en la línea de la metafísica personalista de Max Scheler y Nicolai Hartmann. En su libro Sobre filosofía en América (1952), estimó que “en el orden de las ideas, la unidad de nuestra América me parece innegable” ([4]). Como heredero intelectual de Alejandro Korn, intentó con éxito integrar la dispersa comunidad filosófica latinoamericana y escribió: “La mente iberoamericana ensaya sus primeras fórmulas propias”.
Arturo A. Roig (n. 1922) se consagró a los estudios latinoamericanos. La contribución del filósofo a la causa de la integración latinoamericana se manifiesta en el plano teórico y toda su obra se orienta hacia ella. Afirma que las teorías de la dependencia (como formaciones históricas) pueden haber sido superadas, pero la dependencia, sin embargo, es la realidad que nos identifica ([5]). La dependencia cultural es grande, aunque –a juicio de Arturo Roig– no nos impide comenzar un proceso de liberación ([6]). En efecto, exiliado durante el proceso militar argentino, enseñó en México y trabajó en Ecuador para desenterrar el pasado filosófico y cultural, lo que le mereció el reconocimiento del gobierno ecuatoriano.
En esa línea, la “filosofía de la liberación” nace en Argentina, en 1970. Entre sus iniciadores se encontraron Horacio Cerutti Guldberg, Juan Carlos Scannone y Juan Carlos de Zan. Luego tomó resonancia continental y mundial. Leopoldo Zea y Slazar Bondy se incorporaron al movimiento, pues las ideas liberacionistas integraban la “teoría de la dependencia”. El “mínimo básico común” a todos fue: 1) hacer filosofía auténtica (universal, pero situada en América); 2) destruir la situación de dependencia; 3) explicar críticamente las urgencias del pueblo pobre y oprimido; 4) los oprimidos de nuestra América son los portadores de la novedad histórica.
En la Declaración de Morelia (1978), los filósofos latinoamericanos abogaron por la necesidad de una filosofía de la historia que contrarrestase los efectos de una actual “filosofía de la historia que ha dado sentido a la historia de la dominación occidental sobre la totalidad del resto del mundo”. Sus redactores fueron los argentinos Enrique Dussel y Arturo Andrés Roig, el peruano Francisco Miró Quesada y los Mexicanos Leopoldo Zea y Abelardo Villegas. Ya la redacción del documento de Morelia fue una común construcción de pensamiento latinoamericano. Sin pertenecer al grupo, se destaca en 1983 Víctor Massuh (1924), en una de sus múltiples obras: El llamado de la Patria Grande (1983), aboga por la integración de los pueblos latinoamericanos a partir de su integración cultural. La liberación de lo americano no supone oposición a la cultura europea. Escribió: “el crecimiento espiritual sólo se alcanza mediante una radical apertura al mundo de las más diversas culturas”. A los americanos nos toca “capitalizar en nuestra historia los mayores aportes de Occidente”. Piensa que sólo en el plano de una América del espíritu podremos “superar los riesgos de las divisiones políticas, el enfrentamiento de los intereses, la diferencia de los regímenes”. A su juicio, Simón Bolívar, José de San Martín, José Gervasio Artigas y José Martí “hablaron el lenguaje de una unidad supranacional, articularon el sueño de un continente”. Propugna que nos preparemos para un diálogo que afirme la tolerancia y permita acceder a una verdadera universalidad sin desmedro de nuestra diversidad ([7]).

Tres autores latinoamericanos se destacaron mayormente por la propuesta de integración latinoamericana. El puertorriqueño Eugenio de Hostos (1839-1903) vivió apasionadamente una ética militante. Predicó la causa de la autonomía de las Antillas (dentro de una federación española); trabajó por la independencia de Cuba y, ya establecido en la República Dominicana, ejerció la misión de formar antillanos para una patria común. En el libro El día de América, expresó el ideal de la Federación: “era la meta del ideal del Nuevo Mundo; la unión de todas las naciones”. El filósofo mexicano Leopoldo Zea (1912), exponente del pensamiento americanista afirma: “Si algo caracteriza a la filosofía en América es su preocupación por captar la llamada esencia de lo americano”. Leopoldo Zea dice que es el tiempo en que América pueda superar las interpretaciones fragmentarias y se asuma en su universalidad. El pensador mexicano estima que “no hay que considerar lo americano como fin en sí”, se pregunta: “¿Filosofía latinoamericana? No, filosofías sin más, que lo latinoamericano se dará ineludiblemente” ([8]). Mientras en México y Argentina actuaban los filósofos en pos de una filosofía que expresaría el sentir y vivir de América Latina. Siempre en el terreno de la integración, Francisco Miró Quesada, peruano (n. 1918) se volcó en el terreno de la integración, y escribió proféticamente que para obtener la fuerza negociadora que permita superar los obstáculos, hace falta lograr la unión regional –no ya de bloques subregionales– y clarificar los objetivos comunes. Procura desarrollar en su país un pensamiento verdaderamente latinoamericano. A su juicio, la historia de las ideas tiene como finalidad el conocimiento del propio ser latinoamericano. Para Francisco Miró Quesada América Latina es la primera región del tercer mundo en tomar parte del movimiento occidental ([9]).

Historiadores con otra interpretación

Entre los historiadores encontramos cuatro figuras de fundamental importancia tales como: el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946); Juan Natalicio González (1897-1966), historiador de la cultura y político paraguayo; el chileno Jaime Eyzaguirre Gutiérrez (1908-1968) y el uruguayo Alberto Zum Felde (1889-1979).
Pedro Henríquez Ureña, fue llamado por Jorge Luis Borges “el maestro de América”. Para Ernesto Sábato tuvo dos sueños utópicos: el de la unidad en la Magna Patria (como San Martín y Bolívar) y “la realización de la justicia en su territorio”. La magna patria debería construirse, decía, sobre una fórmula: “la conservación de todas las diferencias dentro de una armonía” ([10]). Pedro Henríquez Ureña –ha escrito Raúl Fornet-Betancourt– fue el visionario de una América unida y solidaria, patria de la justicia y de un hombre universal ([11]). Alberto Zum Felde reflexionó sobre el pensamiento latinoamericano, en el marco de una metafísica de la cultura. Pensaba que la cultura no es extrínseca a nuestro ser, “sino que en ella nos jugamos nuestra identidad y nuestro destino”. Su obra principal fue El problema de la cultura americana. Allí expresó que lo propio de nuestra cultura es la integración de lo universal en lo americano y de lo americano en lo universal.
Juan Natalicio González afirmaba que “América fue inicialmente un mundo autónomo” pero sufrió diversas formas de opresión y dominio. “La conquista fue el asalto, el robo, el apoderamiento desalmado de la riqueza acumulada por los pueblos indígenas”. Luego, nuestros pueblos americanos “surgieron a la vida independiente abrazados a la ideología liberal, pero bajo el signo de la cruz”. Aseguraba que una instintiva vocación de libertad llevó al continente americano –en contraposición al europeo – a irrumpir en la historia “como el abanderado de la fraternidad”. Los ejércitos criollos trascendieron las fronteras nacionales –dice Natalicio González – para “romper cadenas y no para oprimir hermanos”. Esa vocación libertaria e igualitarista es, a nuestro juicio, el antecedente remoto de nuestra integración. A su juicio, las características esenciales de la cultura americana son la humanidad, el sentido cristiano de la palabra y la primacía de lo espiritual.
Jaime Eyzaguirre descubría en el concepto de justicia el núcleo de la tradición cultural hispanoamericana. Y entreveía que la síntesis hispanoamericana se encuentra reducida a dos actitudes: a) la conciencia de la dignidad humana y b) la conciencia de una ley moral que rige la vida internacional y asegura la existencia de las individualidades nacionales ([12]).

El sueño político

El uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) fue militante de la causa de los americanos del sur, caracterizada por lo que consideraba la índole espiritual y reflexiva de nuestra cultura, frente al pragmatismo expresado por los americanos del norte. Afirmaba que el ideal debe ser una renovación constante. José Enrique Rodó sostuvo la necesidad de “contexturar una gran patria americana” y escribió: “Yo creí siempre que en la América nuestra no era posible hablar de muchas patrias, sino de una patria grande y única”. En la misma dirección se encuentra el político argentino Dardo Cúneo (n. 1914), que ha realizado una vasta obra sobre el pensamiento de América. Fue militante socialista, fundador del partido Acción Socialista (1952). Sus libros son reflejo de su conciencia nacional y latinoamericana. En La aventura de América (1958) reflexionó sobre el ser americano. Esa gran aventura consiste en “organizarse para ser ella misma, llevando a zona de universalidad su participación particular”. Afirma: “Es la conciencia latinoamericana la que impone una visión unificadora entre las partes del continente: alianza de patrias liberadas en tiempo de justicia”. Y asegura que “sólo la unión nos restará a la suerte de satélites de los que deciden sobre nosotros, sin nosotros”. Hace años advirtió sobre la estrategia integracionista al participar de bloques regionales. A su juicio, el objetivo debe ser, para la más adecuada realización de la vida nacional, un “regionalismo de integración” y no un “regionalismo de subordinación”. A su vez, el peruano Efraín González Luna (1898-1964) fue un precursor de la revolucionaria Conferencia Episcopal de Puebla. Este pensador católico bregó por un “americanismo realista que dé a nuestros pueblos el conocimiento de su ser, de su dignidad, de sus limitaciones y de su vocación”. Sobre la existencia de una historia común americana escribió: “La historia, sí, pero de las naciones nuestras; no un cosmopolitismo sin raíces, sin savia nacional y, naturalmente, colonizado a veces sin siquiera ser conciente de estarlo”. Efraín González Luna fue un fervoroso partidario de la integración y comentaba que debía darse “en una familia de naciones llamadas a integrar una unidad superior”, a fin de contrarrestar el desequilibrio de poder manifestado en la “amplia y prolongada acción imperialista, ejercida por los Estados Unidos”.

Pensadores de múltiples disciplinas

Antonio Caso (1883-1946) pensador mexicano, ha sido expresión de la generación espiritualista que reaccionó frente al positivismo. Afirmaba que el ser americano es un conjunto heterogéneo de cosas positivas y negativas. La única salida posible es la unidad de los pueblos que tienen una cultura semejante e idéntico destino. También el mexicano José Vasconcelos (1881-1959), verdadero maestro de juventudes, detectaba que “vigorosas corrientes de creación corren por la América hispánica”. “Creación he dicho, y no renovación”, insistió en Indología ([13]).
El fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el ensayista Benjamín Carrión (1898-1979), pasó revista a nuestra realidad cultural y sostuvo que América Latina no ha estado ni está presente en los grandes crímenes de Occidente. “América Latina, hambrienta, subdesarrollada, prolífica y pobre, está limpia; su mayor delito es la desunión inútil en pequeñas parcelas”.
Ángel Rama (1926-1983), pensador uruguayo de reconocida obra latinoamericanista, considera que “existe una unidad subyacente a la pluralidad de culturas regionales de la América Latina”. Piensa que América Latina está al borde de un nuevo movimiento renovador. Desde una perspectiva global de su cultura, advierte dos planteamientos: 1) América Latina siempre se pliega a la antítesis generada dentro de la cultura europea y la desarrolla como principio normativo, acriollándola. (Es el caso de la revolución burguesa, de la colonización económica, de la conciencia nacional de los sectores medios, etc.); 2) dichos movimientos posibilitan la creación de una cultura original porque ensanchan la base popular de la sociedad y establecen la recíproca fecundación de las distintas culturas y elites.

El capítulo Brasil y su pensamiento de integración

El escritor y diplomático brasileño Joaquim Tabuco de Araújo (1849-1910) fue luchador contra la esclavitud en Brasil, como lo demuestra su libro Abolicionismo (1883).
Comenta Joao Cruz Costa que, en 1902, apareció un libro de Euclides (Rodrigues) da Cunha (1866-1909): Os Sertões, que fue el primero –según Werneck Sodré– en colocar “los cimientos de una verdadera liberación intelectual”. Ese texto reveló a los letrados y “los pálidos bachilleres del litoral” una realidad dolorosa enclavada en el corazón mismo de la tierra brasileña. Y ese grito despertó al Brasil. José Verissimo (1905-1975), importante historiador de la literatura brasileña ha planteado antes que nadie –y quizás mejor que nadie– el tema de “la latinoamericanidad” del Brasil. Su prédica constante tuvo por objeto difundir en su país la literatura argentina, mexicana, paraguaya, uruguaya, venezolana, entre otras, con sus respectivas historias. También enfatizó la necesidad de que los brasileños estudiaran el español y los hispanoamericanos el portugués, para llevar a cabo la verdadera integración cultural. El filósofo, sociólogo, periodista y escritor Alceu de Amoroso Lima (1893-1983), más conocido como Tristán de Ataide, fue una de las más notables personalidades del catolicismo social iberoamericano. Discípulo de Jackson de Figueiredo, tuvo como referente intelectual a Jacques Maritain. Sostuvo siempre principios integradores: “América es una en su diversidad. Su cultura no tendrá valor si no se la considera como parte de la cultura universal”. Ejerció un americanismo militante, verdaderamente comprometido. También es notable la obra de Darcy Ribeiro (1922-1997), antropólogo y sociólogo que ha indagado con lucidez en el pasado y la realidad iberoamericana. Pese a los factores de diversificación (una contigüidad continental que no corresponde con una estructura sociopolítica unificadora, el aislamiento de nuestros pueblos, las fronteras que separan –más que comunican– etc.) existe un motor integrador que “opera en América Latina, tendiente a uniformarla y unificarla.


2.2 Voces unánimes y distintas del continente

La unidad latinoamericana ha estado siempre presente en el pensamiento y en el sentimiento de nuestros pueblos, pero también en la voz universal de nuestros pensadores y escritores. Antes que los políticos levantaran la bandera de la integración, ya se escuchaba la voz de los poetas. La poesía también convocó para hacer efectiva la unidad –a veces explícita y otras veces implícitamente – recordando sus desventuras afines y la cultura (de des-vínculo) común. Los poetas de la independencia, después los modernistas Ruben Darío, José Santos Chocano, José María Torres Caicedo, Rufino Blanco Fombona, José María Vargas Vila, entre otros; y luego Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal cantaron a América Latina como un todo. Nicolás Guillén, por ejemplo, enaltece el mestizaje en sus poemas (“se mezclan nuestras sangres en una sola vena”) ([14]). El aporte prefigurador de Andrés Bello, cuya “Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida” (1823) ha sido considerada, como la declaración “de la independencia cultural de América”.

En un proceso como el que se propone desbordar las fronteras nacionales, la literatura jugó un papel decisivo. Para Enrique Anderson Imbert ([15]), agrupar a los escritores por países hubiese roto la unidad cultural de Hispanoamérica en diecinueve ilusorias literaturas nacionales. Pedro Henríquez Ureña, propuso un único discurso en sus libros Corrientes literarias de la América Hispánica (1949) e Historia de la cultura en la América Hispánica (1947) ([16]).

José Martí ([17]) (1853-1895) fue el poeta y luchador cubano de la libertad, con la seguridad de que “el problema de la independencia no era el cambio de formas sino el cambio de espíritu”. La prosa encendida por el cubano Martí hizo nacer válidas expresiones como Nuestra América (1891) y Madre América. Allí se interrogaba: “¿Adónde va la América y quién la junta y guía?”. Responderá: “Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá sola”. Su manifiesto es: “Juntarse es la palabra del mundo”.

El uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), llamado el “poeta de la patria”, rememora también la visión integradora de José Artigas y recuerda a Tabaré en su poema epónimo (1886). Dicho poemario ha sido considerado como el último y mayor exponente de la tradición indigenista en Latinoamérica. Dice: “cuando veo tu imagen impalpable / encarnar nuestra América / y fundirse en la estrofa transparente, / darle su vida, y palpitar en ella”. En su serie Libros del Hombre, el poeta de la comunión con lo humano, Carlos Sabat Ercasty (1887-1982) ensalza su credo integrador: “Somos la Identidad, la Unidad en lo Uno, / somos sobre el disperso paisaje y sus imágenes”. Unidad y diversidad, síntesis sudamericana.

El nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) fue emblemático para la consolidación de los ideales del hispanoamericanismo. También fundó en 1894 la Revista de América ([18]). En el último de sus grandes poemas dice: “Y pues aquí está el foco de una cultura nueva/ que sus principios lleve desde el Norte hasta el Sur…”.

Particularmente importante es la acción desplegada por dos poetas: el colombiano José María Vargas Vila y el venezolano Rufino Blanco Fombona. Vale recordar los libros donde propusieron sus ideas integracionistas: Grandes escritores de América (1919), Evolución política y social de Hispanoamérica (1922), El modernismo y los poetas modernistas (1930), El pensamiento vivo de Bolívar (1942).

El poeta peruano modernista José Santos Chocano (1875-1934) volcó su visión integradora en el programa de la “Confederación bolivariana”. “Yo creo que América es para los americanos; pero, por lo mismo, Hispano-América para los hispanoamericanos”.

El argentino Ricardo Rojas ([19]) (1882-1957) fue una personalidad polifacética: educador, escritor, pensador, historiador, político, entre otras actividades. Ricardo Rojas comparó América Latina con un hogar. Sugirió la política exterior de confirmar la fe “en una comunidad hispanoamericana, cuya conciencia histórica es necesaria al equilibrio del interamericanismo”.

César Vallejo (1892-1938) es el genio creador de una nueva visión poética surgida en nuestra Iberoamérica. Sus libros principales son: Trilce (1922), Poemas humanos (1929), España, aparta de mí este cáliz (1940). Sus Poesías completas aparecieron en 1949. En uno de sus poemas cantó a la unidad: “¡Oh, unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno por todos!: / ¡amor contra el espacio y contra el tiempo! / ¡Un latido único de corazón / un solo ritmo: Dios!”.

También la palabra integradora llega desde los países del sur. Con el argentino Leopoldo Marechal (1900-1970), que alienta sobre la base de un nacionalismo que se expande y apunta a la fraternidad universal: “La Patria es una provincia de la tierra y el cielo”, dice. Y agrega en otra parte: “La Patria es un dolor que no tiene fronteras”. Allí define Leopoldo Marechal la integración como ampliación de la conciencia nacional de pertenencia. Afirmaba: “La Confederación latinoamericana es una meta: no basta pensarla, hay que realizarla” ([20]). El poeta entrerriano Juan L. Ortiz (1869-1978) describió en su lirismo regionalista el paisaje de su provincia y la acción de sus caudillos (Francisco Ramírez, López Jordán, Bartolomé Zapata y José Artigas). Su referente era José Gervasio Artigas, el caudillo oriental que propuso la Confederación de los Pueblos Libres. Cantando al proyecto de Artigas, que anunciaba la unidad política de los Pueblos Libres entre argentinos, uruguayos, paraguayos y brasileños.

Luis Alberto Sánchez ([21]) (1900-1994) fue periodista y escritor distinguido. Su obsesión fue siempre América y sus libros han dado testimonio de la misma. Ha sido considerado el primero en enunciar “la existencia de una universidad continental, nuestra y típica en sus bases, surgida de la Reforma” y expresión del nuevo Humanismo surgido en América.

La vocación integradora en el Brasil nos hace viajar al Sur y acudir a los poetas riograndenses. Como Jayme Caetano Braun, Edison Pascual Acri, en “Madre América”, o Antonio Augusto Fagundes que confiesa:

“Salgo a caminar cantando / sem saber onde é a fronteira… / em ti vejo um hermano, / meu amigo, meu parceiro. / Sou tu irmao, companheiro, / teus sonhos sao meus sonhos / tua dor é minha dor… / América Madre América / de nossos sonhos e idilios: nós todos somos teu filos, / raza buena, gente boa. / Ame América, abençoa / os frutos de teu amor”.

La poesía del Paraguay se manifiesta a través de la palabra de Juan Manuel Marcasen por la integración. Dice uno de aquellos versos: “Así juntos iremos hacia nosotros mismos. / La tierra será toda una inmensa mañana / sin aduanas, gendarmes ni fronteras: / unánime materia fluvial y constelada”. La palabra “integradora” de José María Gómez Sanjurjo (Poemas) nos indica el camino: “la palabra elemental no muere / y cada noche un renovado viento / la levanta y la ahonda y la conmueve / para juntarnos, como ahora, en su destino / de ser nueva y azul y cada vez y para siempre”.

Novelista, ensayista, diplomático y musicólogo cubano, Alejo Carpentier (1904-1980) es un símbolo del barroco americano. América indígena, América negra y América mestiza son las protagonistas de sus novelas. Toda su obra es una apuesta a América, estima que su historia “debe ser estudiada como una gran unidad”.

Arturo Uslar Pietri (1906-2001), diplomático, escritor y político venezolano que ha estudiado el mestizaje cultural americano, el cual consideró como el fenómeno más importante de la historia de Occidente. Agregó: “Se ha creado una cultura latinoamericana con su personalidad propia, que ya no es, ni puede ser, la que los conquistadores españoles trajeron en sus naves ni la que existía en las naciones indígenas ni la que aportaron de la variedad de las culturas africanas, los negros” ([22]). En otro texto, Arturo Uslar Pietri ha señalado:

“La existencia de una comunidad iberoamericana de naciones es un hecho que hoy nadie se atrevería a negar. Es un gran espacio gran espacio geográfico y humano con características propias que lo diferencian de los otros conjuntos humanos y que lo hacen también diferente de los actores culturales que le dieron origen”[23].

Del célebre científico, novelista y ensayista argentino, Ernesto Sábato (n. 1911), nos interesa aquí su perfil y conciencia integracionistas. En oportunidad de plantearse el último gran conflicto territorial entre la Argentina y Chile, Ernesto Sábato escribió un lúcido artículo donde decía: “Debemos recuperar la idea profética de nuestros fundadores”. Construir la Magna Patria soñada es hoy “una trágica necesidad práctica”… “la única posibilidad de sobrevivencia honrosa” ([24]).

Carlos Fuentes (n. 1928) panameño nacionalizado en México (mundialmente asociado a este país), novelista, dramaturgo y ensayista. En su conferencia Revelación de América expresa su fe en la unidad. “Los pueblos de Iberia y de América han sido grandes –afirma– cuando hemos practicado una cultura de inclusiones. Cuando excluimos nos empobrecemos, cuando incluimos nos enriquecemos”. “Las naciones de nuestro continente –dice– son coherentes en sí mismas (por el proceso de mestizaje) y hay una comunidad cultural entre ellas” ([25]).


Cinco premios Nobel para el sentir unánime Latinoamericano

La chilena Gabriela Mistral (1889-1957) fue la primera figura latinoamericana que recibió el Premio Nobel de Literatura (1945). Al ser galardonada con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guatemala, pronunció un alegato integrador: “Unidad fortalecedora, unidad teológica, sea la frase de orden de nuestras empresas de cultura”.
En su poema “El grito”, dice: “América, América ¡Todo por ella, porque todo nos vendrá de ella!...”
El novelista, dramaturgo, antropólogo y diplomático guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) es el autor de una vasta obra que lo convierte en una personalidad esencial de nuestra narrativa. Sus trabajos Latinoamérica y otros ensayos (1968), América, fábula de fábulas (1972) dan testimonio de su fe americanista y de su fervor por la causa de nuestros pueblos hermanados.

Pablo Neruda (1904-1973), el gran poeta chileno, expresa en su Canto General (1950) palabras de unidad americana: “Así nació la patria unánime: / la unidad antes del combate”. En Alturas de Machu Pichu convoca: “Sube conmigo amor americano”. Y aquí estamos, hermano americano. Subiendo. Naciendo.
Con respecto al narrador colombiano Gabriel García Márquez (n. 1928), no existen dudas de que es portavoz de la nueva novela latinoamericana. En su discurso de recepción del Premio Nobel (1982), Gabriel García Márquez habló de nuestras muertes cotidianas y de esa realidad fantástica latinoamericana, “que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza”.

El poeta y ensayista mexicano Octavio Paz (1914-1998) ha sido uno de los más grandes escritores de la lengua española y una de las mayores figuras del arte poético hispanoamericano. América está siempre presente en su espíritu y se refleja en su obra. Veamos cómo percibe en Fábula la edad de oro de la América Arcádica: “Todo era de todos / Todos eran todo / Sólo había una palabra inmensa y sin revés / Palabra como un sol”. Ya hace tiempo que ha amanecido para la integración.


III. Claves de fraternidad en el pensar y hacer
cultural Latinoamericano


“El imaginario social
o la potencia de
inventar los pueblos”.

Olivier Fressard

De los textos y autores seleccionados se desprende una constante búsqueda, que consideramos oportuno denominar inquieta.
En esta etapa del itinerario de investigación proponemos hacer una lectura que consiste en detectar, evidenciar, develar, las dimensiones constantes vinculadas a la integración latinoamericana que aquí fueron articuladas a los efectos de poder re-leerlas a la luz de lo imaginario socio-cultural.

3.1 Identidad propia

La identidad y la necesidad de su re-conocimiento recorren las miradas de muchos autores. En las propuestas del Grupo de Río ([26]) se dice: “preservar, enriquecer, y difundir nuestras culturas con miras a fortalecer la conciencia de su identidad, acelerar la creación gradual del Mercado Común de Bienes y Servicios Culturales y Educativos y a la preservación del Patrimonio Cultural”. Autores de países y disciplinas distintas subrayan la fundamental importancia de la identidad. Y se vuelve a la focalización de la personalidad propia como expresión de esa misma identidad. Con relación a lo identitario, señalamos que es por medio del imaginario que se pueden alcanzar las aspiraciones, los miedos y las esperanzas de un pueblo. En él, las sociedades esbozan sus identidades y objetivos, dirá el filósofo polaco Baczko Bronislaw, y allí detectan sus amigos-enemigos y organizan su pasado, presente y futuro ([27]).

3.2 Espacio y tiempo para la patria grande

Representantes de distintos países americanos visualizan la patria en la dimensión de la patria grande, como la definiría el ideario del oriental José Gervasio Artigas, trascendiendo lo nacional. Lo hacen declarando desde sus propias voces el diseño de una patria grande significativa para el imaginario. Bajo este tema encontramos que el imaginario diseña otros mapas, otros espacios, otras geografías. Lo imaginario socio-cultural no es una forma de lo irracional, sino que comprende un espacio-tiempo alógico o fuera de la lógica (concebida según su formulación occidental). El imaginario socio-cultural exige muchas veces que las metáforas en palabras o imágenes sean definidas, en este caso grande.
Siempre siguiendo el imaginario de la patria grande, se detecta la importancia de dar un paso adelante en su construcción, llevándolo a la posibilidad que haga efectiva la sobrevivencia del ser latinoamericano.
La tierra hecha espacio-imaginario es lugar de liberación. Cualquiera sea el método empleado, resulta que lo imaginario puede ser comprendido como esfera organizada de representaciones en la que fondo y forma, partes y todo, se entrelazan.
"El imaginario socio-cultural, además de ser un factor regulador y estabilizador, también es la facultad que permite que los modos de sociabilidad existentes no sean considerados definitivos y como los únicos posibles, y que puedan ser concebidos otros modelos y otras fórmulas” ([28]). Esto explica el imaginario de algunos autores cuando hablan de una cultura nueva.
3.3 Impulso místico
El escritor y filósofo francés, Henri Bergson, explica cómo las sociedades pasan de la clausura a la apertura por un impulso místico que convierte la fabulación adaptativa en una aspiración a una humanidad abierta ([29]), y esto nos permite comprender más profundamente cuando ciertos textos latinoamericanos exclaman vinculando unidad y Dios, donde contraponen espacio y tiempo a la fuerza vencedora del amor. Aparece la combinación de tres elementos determinantes: crecimiento espiritual, apertura al mundo y diversidad de culturas; estos elementos, como se vio antes, se entrelazan y se reúnen a partir de un impulso del espíritu.

3.4 Legitimar la conciencia

Lo imaginario permite que los hombres inventen, desarrollen y legitimen sus creencias. Se legitima por el imaginario la creencia de una América con variadas características-límite, pero no partícipe de los crímenes de Occidente. Estableciendo una manera de comprender la importancia de la unión de los pueblos latinoamericanos y de legitimar la creencia de que lo más grave que les puede suceder es la desunión. Creemos con Jean Jacques Wunenburger que lo imaginario aparece como una vía que permite pensar allí donde el saber desfallece ([30]).

3.5 Construir juntos

Distintas instancias socio-culturales testimonian que el espíritu latinoamericano se manifiesta tanto en el pensamiento y en las creencias como en las prácticas sociales con las características de “hacer juntos”, “construir juntos”, “pensar juntos” “juntarse para”. Un paso hacia delante lo hacen la redacción de distintos documentos, una común construcción de pensamiento latinoamericano. Desde la mirada del imaginario socio-cultural el filósofo francés Cornelius Castoriadis confía a la imaginación la responsabilidad de excitar el deseo de transformación social y ve en la imaginación, en consecuencia, el motor de las construcciones colectivas ([31]).


3.6 Hacia la integración

Dentro de las innumerables prácticas culturales que se tejen en el contexto latinoamericano se encuentra la Acción Cultural en el Pacto Andino que desarrolló importantes acciones tendientes a la cooperación cultural y la integración de nuestros pueblos. Allí se resolvió también la “interdisciplinariedad de los proyectos cuyo eje vertebrador será la cultura”. El ser humano, para el filósofo francés Gilbert Durand, está dotado de una incuestionable facultad simbolizadora; por consiguiente, la creación cultural, artística y literaria no debe ser concebida fuera de una poética de lo imaginario, que interpreta los símbolos y las imágenes recurrentes como proyecciones inconscientes de los arquetipos en que se configuran las profundidades del inconsciente colectivo. En esta línea, se pueden “leer” las múltiples propuestas y programas actuados y proyectados desde el MERCOSUR, desde los intentos de integración cultural hasta los logros en distintos aspectos de institucionalización del MERCOSUR Cultural. Son actuaciones, prácticas culturales, que convocan a la integración.
La integración se va componiendo justamente por el imaginario social y político de los distintos pensadores. El imaginario social-político permite a partir de las contraposiciones establecer propuestas superadoras. Como se evidenciaba anteriormente, es un recurso fuerte del imaginario admitir las contraposiciones para proyectar nuevas posibilidades sobre las temáticas propuestas.
Otra imagen de la integración latinoamericana es la que formula el ideario artiguista Confederación de los pueblos libres, además del estilo, el imaginario socio-político presentado utiliza un ordenamiento jurídico, trabaja con dos imágenes aparentemente distintas y convergentes: una confederación de pueblos libres; convergencia y distinción se conjugan en el imaginario de Artigas. Otro camino de integración con estilo-propuesta.
Otros autores miran la integración, desde un imaginario que reclama la dimensión holística en su estructura, pero por sobre todo parten de la figura inclusiva del Todo-todo originario, enmarcado en el pasado, entendiéndolo como fuente de orígenes, en su constitución identitaria y en su constitución ontológica. Consideran el camino hacia la integración como tierra prometida, en la dinámica que ya es y debe ser todavía. Una gran posibilidad la ofrece el imaginario dado que puede ser siempre “rectificado” para ser restituido en sus móviles, sus fuentes, sus intenciones.

3.7 Unidad múltiple

Dado que son muchos los autores y las prácticas que llevan en sus palabras el objeto de la unidad, entendemos que puede ser de utilidad trabajar estas dimensiones en conjunto a los efectos de tener una panorámica de las mismas, de cómo constituyen sus imaginarios, cómo se asocian y cómo se diferencian.
Dentro de las prácticas socio-culturales se habla de la Unión de Universidades Latinoamericanas: representa entre otras cosas la necesidad de contribuir a realizar “los ideales de unidad de la América Latina”.
Sin lugar a dudas sorprende la amplia gama de expresiones que exponen el pensar y sentir de muchos autores, que a su vez representan distintas latitudes y distintas corrientes latinoamericanas de pensamiento y acción. Todos coralmente, con notas en algunos casos variadas y en otros muy similares recogen con firmeza algo que parecería fuese casi un legado del imaginario histórico de América Latina: su unidad. Muchos son los elementos compartidos en el territorio latinoamericano y simultáneamente muchas son las diferencias geográficas. De la misma forma podemos considerar las similitudes y diferencias culturales, la gran cantidad de lenguas que recorren su extensión continental, con dos grandes expresiones, el español y portugués, pero también con gran variedad de lenguas representadas que son hoy motivo de educación bilingüe en todo el continente: las lenguas históricas provenientes de las comunidades originarias. Muchos consideran como otro elemento de convergencia la difusión del catolicismo en el continente, sin negar ni dejar de considerar la evangelización llevada adelante por otras iglesias cristianas. Todos reconocidos motivos para comprender la posible convergencia. De todas formas, hay algo más que parecería escapar a estos elementos que se fueron mencionando, parecería que responden a tiempos pasados, a tiempos originarios; y a un llamado profundo latente en las voces de los hombres y mujeres que diseñan el quehacer cultural desde posiciones artísticas, filosóficas, educativas o desde la praxis misma.
Podemos preguntarnos a continuación de la reseña de textos realizada sobre la unidad, como canto, profecía, posibilidad estratégica, sueño, vocación originaria, anhelo, ideal, demanda secular: ¿Qué es lo que lleva a una conciencia, a muchas conciencias, a imaginar un posible mundo otro? ¿Qué espera un sujeto personal o comunidad cultural de un imaginario? Y podemos respondernos: lo imaginario no satisface solamente las necesidades de la sensibilidad y del pensamiento, sino que también logra realizarse en acciones, dándoles fundamentos, motivos, fines y dotando al agente-agentes de un dinamismo, una fuerza, un entusiasmo, para realizar su contenido. Ni la autoridad, ni la justicia, ni el trabajo podrían encontrar su lugar en la sociedad si no estuvieran, en alguna medida, tejidos en lo imaginario. Lo imaginario arma a los agentes sociales, políticos, culturales con esperanza, con espera, con dinamismos para organizar o disputar, en resumen, para incitar a las acciones que hacen a la vida misma de los cuerpos sociales. Las personas y los pueblos encuentran, en los imaginarios de sus sueños, objetivos para sus acciones presentes y futuras. Entonces, es establecido como imaginario lo que da acceso a “posibles”, lo que está dotado de una dinámica creadora interna (función poética), de una pregnancia simbólica (profundidad de sentidos segundos) y de un poder de adhesión. Pero esta producción de un mundo otro responde, sin duda –desde el punto de vista de la constitución psicológica del hombre– a un cierto número de finalidades que se pueden describir, tanto desde el punto de vista de la ontogénesis (formación de la persona), como de la filogénesis (devenir de la especie). Como lo sugirió Edgar Morin, la hominización fue inseparable de una adaptación inteligente a lo real (por medio del lenguaje, la técnica), pero también de una necesidad de escapar a lo únicamente dado por medio del recuerdo, el sueño, el entusiasmo, el arte, el ideal, lo que haría del homo demens el complemento del homo sapiens ([32]).



IV Hacia una comunidad latinoamericana fundada
en la fraternidad.

En el transcurrir del itinerario que trazamos durante el desarrollo de este trabajo emergen tres dimensiones prioritarias en la concepción de imaginario, se habla de imaginario social, de imaginario socio-cultural, se menciona en algunos autores un cierto imaginario histórico. En este momento de entramado de las temáticas aquí tratadas deseamos destacar algo que es fundamental en el planteo general del tema. Las dimensiones que emergen de breves expresiones del imaginario socio-cultural, histórico de América Latina aquí trabajadas tienen un sello que las caracteriza: todas conllevan en su ideario hacia la integración un fuerte anhelo político, entendiendo siempre la política como el arte de la convivencia, del hacerla posible. Las dimensiones tratadas están concibiendo, de una manera u otra, trazos, matices, diseños, que se centran en la convivencia de la comunidad de pueblos, de pueblos hermanados, en integraciones diferenciadas por las diversidades o confederaciones de pueblos libres. En todas las dimensiones del imaginario-cultural latinoamericano aquí trabajado late el sentir y pensar político. Ésta es sin lugar a dudas esa nueva expresión que sugestiva pero coherentemente podemos sumar a las características de imaginario recorridas. Por lo tanto, hablamos de un imaginario socio-cultural-político latinoamericano, que a su vez nos presenta en las dimensiones señaladas anteriormente una fuerte matriz de ideas y sentires, vinculada a la hermandad. Nacidos de un mismo origen, de una América toda como se la define en varias oportunidades. Un elemento a destacar en relación al tema hermandad-fraternidad es la fuerte referencia a lo largo del imaginario latinoamericano de un “mismo origen”.
Varias pueden ser las interpretaciones de distintas disciplinas. Desde nuestra lectura de la construcción simbólica podemos observar algunos aspectos. Una respuesta la da la presencia del cristianismo en estas latitudes, dando el significado de una hermandad-fraternidad en un mismo Padre. No habría motivos para cerrar la puerta a esa posible concepción. Tampoco a aquella donde todos nos reconocemos miembros de la Familia Humana, constituyéndonos unos a otros en un estrecho lazo de hermandad. Ambos modos de comprender este sentir tan hondo dejan abiertas las puertas a un carácter metafísico-trascendente, sin duda alguna. Invitan a profundizar también el universo de los pueblos originarios en su carácter y en su concepción de origen de hermandad. Hermandad fraterna. Fraternidad de hermanos vinculados por una vocación originaria a la convivencia convergente de las diversidades.
Siempre dentro del recorrido entre los autores presentados en el texto, no podemos dejar de asomarnos a aquella que sería la propuesta comunicacional intercultural que permita establecer un camino hacia el constituir de una no lejana comunidad fraterna latinoamericana. Para llegar hasta allí elegimos tres pistas: primero nos dejaremos conducir una vez más por algunos pensadores presentes en este trabajo, y avanzaremos sobre la idea que ellos anhelan y conciben: la comunidad latinoamericana fundada en la fraternidad. Recogiendo del imaginario socio-cultural y político la concepción que ellos nos ofrecen. Centrándonos en la dimensión simbólica de la comunidad comunicativa en relación a la construcción de comunidades para el imaginario. Esto a los efectos de poder comprender cómo el imaginario colectivo, que las ideas y las prácticas componen, está llamando, en medio de grandes contrastes, desequilibrios de la equidad, la distribución de las riquezas y del ordenamiento convivencial político, a otra comunidad posible, aquella de la que estamos hablando.

4.1 Hacia una comunidad simbólica

Entendemos que la comunicación intercultural, es decir entre los distintos pueblos americanos, se “teje” y se construye dinámica y constantemente en las representaciones simbólicas. Concebir la comunidad comunicacional es un deber para quien debe a renglón seguido pensar una comunicación para y desde la política. En este espacio lo haremos sirviéndonos de la concepción de communitas comunicacional de Víctor Turner ([33]), especialista en antropología simbólica, que desarrolló una significativa teoría sobre la creación de la comunidad, de la communitas, como él la denomina. Víctor Turner descubrió que el principal significado del ritual es crear un intenso sentido de compromiso hacia la comunidad. Estableció que el ritual es “liminal”, el umbral entre un mundo utópico de una comunidad perfecta y un mundo real y difícil en la creación de la comunidad en lo cotidiano. Y se encuentran en el punto “x” del cruce entre ambas disciplinas con el imaginario social, que como ha sido dicho anteriormente se expresa por símbolos, alegorías, rituales y mitos. Estos elementos plasman visiones de mundo, modelan conductas y estilos de vida en movimientos continuos o discontinuos de preservación del orden vigente o de introducción de cambios ([34]). En línea con Víctor Turner concebimos que cuanto más fuertemente una comunidad cultural ha definido su identidad en términos de una narrativa sobre sus valores y la promesa de realización de su historia, más probable es que esta comunidad cultural mantenga su cohesión. De ahí que la interpretación que se está realizando entorno al tema Fraternidad, sea como anhelo o como desafío, cobra gran importancia en desentrañar esa posible hermandad en sí misma y la unidad en la diversidad que ella genera.
Al mismo tiempo, es extremadamente importante para una comunidad cohesionada desarrollar habilidades de diálogo con el ambiente cultural o intercultural que la rodea, porque allí puede volverse servicio hacia toda la población-communitas, y que su cohesión no sea motivo de amenaza a otros sujetos culturales. De allí la importancia de la afirmación de la unidad de la comunidad alrededor de un conocimiento del origen y del destino común, y la identificación de la profecía que indique el destino básico y el ethos de las personas. En el proceso de construir una communitas intercultural, es importante trabajar por la unidad en la diversidad, renovando la vocación colectiva y sentido de interdependencia, dirá Víctor Turner.

4.2 Desde una comunidad latinoamericana

Podemos y debemos preguntarnos: ¿cómo concibe el imaginario socio-cultural-político latinoamericano la comunidad de sus pueblos hermanos-fraternos?
Siempre dentro del marco de las denominadas “prácticas sociales-culturales” que son actuaciones en la praxis, se encuentra la Declaración de Guadalajara (1991) que dice: “representamos un vasto conjunto de naciones que comparten raíces y el patrimonio de una vasta cultura fundada en la suma de pueblos, credos y sangres diversos”, agregando que “la convergencia se sustenta no sólo en un acervo cultural común, sino, asimismo, en la riqueza de nuestros orígenes y de su expresión plural”.
También en la misma dirección de las prácticas culturales, el Congreso Internacional de Americanistas (1985), adhirió a la Idea de una Comunidad Latinoamericana. Y también desde lo imaginario vemos convalidarse con Benedict Anderson ([35]), las comunidades imaginadas, como las denominó, donde define la nación como una comunidad política imaginada, u otros tipos de experiencias de comunidades políticas.
El polaco Bronislaw Baczko confirma el pensar de quienes proponen que para que una sociedad exista y se sostenga, para que pueda asegurarse un mínimo de cohesión, y hasta de consenso, es imprescindible que los agentes sociales crean en la superioridad del hecho social sobre el hecho individual, que tengan, en fin, una “conciencia colectiva”, un sistema de creencias y prácticas que unen en una misma comunidad, instancia moral suprema a todos los que adhieren a ella ([36]). En esta instancia, lo imaginario aparece como germen sobre el que necesariamente descansa la utopía y al mismo tiempo es producción que facilita la contemplación de la cotidianidad como invención, creatividad, y especialmente, como espacio de resistencia a todo tipo de coacción o imposición externa. Los individuos y los pueblos encuentran, en los imaginarios de sus sueños, objetivos para sus acciones presentes y futuras. Desde los estudios del imaginario social la afirmación es clara y alerta severamente cuando afirma: sin la mediación de lo imaginario, las sociedades corren el riesgo de no ser más que organizaciones estables y funcionales que pueden compararse con hormigueros ([37]).
La mayor parte de las veces la realidad comienza siendo un sueño, un proyecto, una representación mental de una persona o un grupo de ellas, antes de convertirse en algo concreto, visible, cuya presencia física al final del proceso pasará asimismo a formar parte del imaginario social, como sucede con toda obra importante de una cultura. Un pensador o un grupo de pensadores sobre la realidad, que construye una teoría no hace otra cosa que articular un determinado tipo de imaginario social que va a proporcionar un mayor conocimiento de la realidad y de la sociedad, que los otros pueden aceptar como marco referencial para la interpretación y conocimiento de la realidad socio-cultural y política. Este concepto de imaginario social está profusamente analizado y desarrollado por autores como Cornelius Castoriadis y Michel Maffesoli (entre otros). También el tema se formula desde otras perspectivas disciplinares como la Filosofía, la Psicología, la Historia, la Literatura o la Teoría de la Comunicación ([38]).
Una característica es la interacción permanente que existe entre imaginario y grupo social, por lo que la flexibilidad mencionada permite y procura la realización de microajustes permanentes que refuerzan su utilidad práctica y su carácter como agente socializador.
Muchos son los autores no necesariamente aquí citados que se refieren al tema expresando el anhelo de un camino: Hacia una Comunidad Latinoamericana de Naciones. Desde lo imaginario podemos decir que una sociedad existe “en tanto plantea la exigencia de la significación como universal y total, y en tanto postula su mundo de las significaciones como aquello que permite satisfacer esta exigencia”. De manera que toda sociedad, para existir, necesita “su mundo” de significaciones ([39]).

4.3 Fraternidad posible

Partiendo de la concepción de Antonio María Baggio, que concebimos en sintonía con el sentir de los pensadores latinoamericanos sobre fraternidad: la fraternidad es capaz de dar fundamento a la idea de una comunidad universal, de una unidad de diferentes donde los pueblos están en paz entre sí, no bajo el yugo de un tirano, sino en el respeto de sus propias identidades ([40]).
Recordemos que el trabajo con el imaginario socio-cultural, por ser éste un conjunto asistemático de imágenes de distinta naturaleza y procedencia, permite que los elementos entre sí puedan, conceptualmente y como metáfora de imágenes, colisionar tanto en la mente de los individuos como en la vida social, resistiéndose a ser englobados en sistemas rígidos. Estamos entonces ante un ámbito de continuas recreaciones, que tratan de dar respuesta a las necesidades materiales y simbólicas que los pueblos experimentan.
Se abren nuevas experiencias y expresiones donde la imaginación del imaginario es esencialmente abierta. Para Gastón Bachelard, en el psiquismo humano, la imaginación es la experiencia de apertura, la experiencia que trae novedad ([41]). Esta creatividad de lo imaginario se funda, en realidad, en el reconocimiento de una fuerza intrínseca de ciertas imágenes y de un poder de animación de la imaginación. De esta manera, como dirá Alexandre Koyré, las ideas procedentes del imaginario que concebimos, se convierten en centros de fuerza que pueden actuar y ejercer una influencia ([42]).


CONCLUSIÓN

Hasta aquí el itinerario recorrido quiso “mirar” la huella impresa en distintas épocas, geografías y culturas de un elemento común: el reconocimiento de la hermandad-fraternidad irreprochable y anhelada en esa realidad denominada “latinoamericanidad”.
Todo análisis del discurso siempre es parcial, sea por las herramientas con las cuales trabaja como por la necesidad de hacer una determinada elección que circunscriba el tema. Esta primera consideración tiene por objetivo admitir que temas tan amplios como el de la construcción simbólica, el imaginario sobre hermandad-fraternidad en América Latina, sin duda dejarán sin atender muchos frentes en su tratamiento.
Constatar desde el análisis del pensar, el sentir (entendido como camino del arte) y del actuar (como prácticas culturales-sociales) que hay una identificación poderosa que se manifiesta en las dimensiones recavadas y que todo y todos desde distintos ángulos tienen que ver, se vinculan, con la hermandad-fraternidad, no deja de ser un punto de llegada y de estímulo a la vez.
Las dimensiones aquí analizadas que recorren el imaginario socio-cultural y político de América Latina constituyen una trama real a los efectos de poder concebir una comunidad fundada en la fraternidad.
Sin duda el mayor desafío es la construcción siempre más atenta de esa comunidad simbólica de la fraternitas, de la real hermandad. Sabiendo que lo simbólico del imaginario siempre expresa lo real y siempre lo desafía. La construcción simbólica del imaginario de la fraternidad es sin lugar a dudas un compromiso con el pasado en el poder reconocer sus senderos seculares y en el poder diseñar los nuevos y posibles.
Parecería que el imaginario latinoamericano desafía el título de la obra de Antonio Baggio, El principio olvidado: la fraternidad, para decir así, en ese origen-originador, la hermandad en América Latina late.
Sin duda la construcción de una comunidad comunicativa simbólica latinoamericana siempre más coherente en su ser y expresarse, por medio del imaginario socio-cultural y político, que pueda ir dando significado al crecimiento de la Fraternidad como paradigma político para otra convivencia posible, requiere dejar una agenda abierta hacia un trabajo interdisciplinario constante y dinámico. Otro desafío es en línea con el análisis de las comunidades originarias en relación a sus comunidades simbólicas, desde donde parten nuestras raíces, considerando las hibridaciones y mestizajes con la cultura europea.



Susana Nuin Núñez




BIBLIOGRAFIA REFERENCIAL

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[11] FORNET-BETANCOURT, R., Problemas atuais da filosofia na Hispano-America, UNISINOS, Sao Leopoldo, Brasil, 1993.
[12] EYZAGUIRRE, J., La logia lautarina, Santiago de Chile Ed. Francisco de Aguirre, 1973.
[13] VASCONCELOS, J., La raza cósmica, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
[14] Amado Nervo llegó a la Argentina en 1918, en calidad de ministro plenipotenciario del gobierno de México y recibió la bienvenida a través de las palabras de Leopoldo Lugones. El autor de Lunario sentimental le dijo: “Cuando dos réplicas de América no tienen nada que intercambiarse, nada que vender, nada que comprar, lo mejor que pueden hacer es enviarse mutuamente poetas”. Tenía razón Lugones: los poetas son los principales agentes de la integración.
[15] ANDERSON IMBERT, E., Historia de la literatura hispanoamericana, Fondo de Cultura Económica, México, 1954.
[16] HENRÍQUEZ UREÑA, P., Historia de la cultura en la América Hispana, México, Fondo de Cultura Económica, 7ª edición, 1974
[17] Su obra más representativa en poesía está compuesta por Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891) y Versos libres (edición póstuma de 1913).
[18] Con el boliviano Ricardo Jaime Freyre.
[19] Difundió su credo americanista a través de publicaciones tales como Blasón del Plata (1910), Eurindia (1924), Ollantay (1939), Americanidad (1943), etc. Tienen también sentido continental sus ensayos: El santo de la espada: vida de San Martín (1933) y El profeta de la pampa: vida de Sarmiento (1945).
[20] Cuenta Elbia Rosbaco en Mi vida con Leopoldo Marechal, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1973.
[21] SANCHEZ, L. A., La universidad y la integración latinoamericana, Universidades, 1967.
[22] USLAR PIETRI, A., La otra América, Madrid, Alianza, 1974.
[23] USLAR PIETRI, A., En busca del nuevo mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969.
[24] SÁBATO, E., La Nación, Buenos Aires, 8 de octubre de 1983.
[25] FUENTES, C., Revelación de América, UNESCO, 21 DE mayo de 1991
[26] Grupo Río, creado por el Documento Acapulco (1987) entre Argentina, Brasil, Colombia, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela.
[27] BACZKO, B., Los imaginarios sociales : memorias y esperanzas colectivas, París, Payot, 1984, p. 54.
[28] BACZKO, B., Imaginação social, Enciclopédia Einaldi, vol. 5. Lisboa, Casa da Moeda, Editora Portuguesa, 1985, p. 403.
[29] BERGSON, H., Les deux sources de la morale et la religion, PUF.
[30] WUNENBURGER, J.J., Antropología del imaginario, Ed. DEL SOL, Argentina, 2008.
[31] Ver C. Castoriadis, L´institution imaginaire de la societé, Le Seuil, 1979.
[32] MORIN, É., Le paradigme perdu, la nature humaine, Le Seuil, 1973.
[33] WHITE, R., Diálogo cultural: fundamentos teológicos, sociales y comunicativos, PUG, Roma, 2009.
[34] BACZKO, Bronislaw, Los imaginarios sociales : memorias y esperanzas colectivas, París, Payot, 1984, p. 54.
[35] ANDERSON, B., Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo, editorial FCE, México, 1993
[36] Bronislaw Baczko, Los imaginarios sociales:Memorias y esperanzas colectivas. Nueva Visión, Buen FRESSARD, Olivier, sobre Castoriadis, En artículo “El imaginario social o la potencia de inventar los pueblos”.Revista Trasversales número 2, primavera 2006. Una primera versión de este artículo, en su original francés, fue publicada en la revista Sciences de l’homme & Sociétés, nº 50, septiembre 2005.
[37] FRESSARD, Olivier, sobre Castoriadis, En artículo “El imaginario social o la potencia de inventar los pueblos”.Revista Trasversales número 2, primavera 2006. Una primera versión de este artículo, en su original francés, fue publicada en la revista Sciences de l’homme & Sociétés, nº 50, septiembre 2005.
[38] ARRIBAS GONZÁLEZ, L., El imaginario social como paradigma del conocimiento sociológico,
RIPS Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas, año/vol 5, número 001, Santiago de
Compostela, España, 2006, pp.13-23.
[39] CABRERA, D., sobre Castoriadis (Prof. de Teoría de la Comunicación), Facultad de Comunicación Universidad de Navarra, España.
[40] BAGGIO, A.M., El principio olvidado: la fraternidad. En la política y el Derecho. Ciudad Nueva,
Buenos Aires 2006.
[41] BACHELARD, G., L´air et les songes. Essai sur l´imagination du mouvement, Corti, 1943.
[42] KOYRÉ, A., Mystiques spirituels, alchimistes au XVIe siècle allemand, Gallimard, « Idées », 1971, pp. 96-99.
En
BARRENECHE, O., Estudios recientes sobre fraternidad, Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2010.