11 de mayo de 2009

La negociación en situaciones desafiantes - Prefacio

El corazón de esta obra se centra en el presupuesto que es posible construir con las diferencias. El derrotero humano a lo largo de la historia presenta, sin embargo, facetas cambiantes, a veces acompasadas e integradoras, otras contrapuestas y violentas, que surgen en movimiento dinámico y pleno de matices, cuando en un cruce del tiempo y el espacio los seres humanos toman contacto con el otro y su alteridad.

El impacto del encuentro con lo que es distinto habla el lenguaje de nuestra propia humanidad. Asumir la visión y el compromiso activo de coexistir positiva y ecológicamente, con lo múltiple y lo diverso, -que como un espejo, reflejan a la naturaleza y a la vida-, implica reconocer sus encrucijadas, sus potencialidades y sus desafíos. Demanda además, explorar caminos creadores de una cultura de la convivencia; y darles realidad a través de valores, actitudes y conductas.

En esa dirección, la hipótesis que sustenta este abordaje, es que la negociación tiene un campo de especial aporte en el manejo constructivo de las diferencias culturales. Los escenarios posibles para su despliegue muestran, no solo situaciones problemáticas y conflictos, sino también, procesos de cambio, transiciones entre un ciclo que es necesario dejar atrás y un nuevo tiempo que aún no ha llegado, y proyectos a futuro cuya naturaleza, o escala, hace conveniente compartir.

Vale explicitar de inicio, el contenido y alcances que, a efectos de esta obra, asignamos al concepto de “diferencias culturales.” Entre 1996 y 2001 la Universidad de Sttugart reunió a un grupo de intelectuales para que expusieran sus ideas alrededor de una “Teoría de la Cultura”; disertaciones que vieron la luz compiladas bajo ese mismo nombre. Gerhart Schröeder en el prólogo de la obra, advierte que una debilidad actual del concepto es que, si todo se ha vuelto cultura, ya no es posible consensuar un punto de vista a partir del cual se pueda pensar en la articulación de una teoría. Definida como la totalidad del conocimiento transmitido socialmente, más el conocimiento duro que son los productos; delimitada por elementos objetivos comunes, como lengua, historia, costumbres, tradición, religión, instituciones, más la auto-identificación subjetiva de las personas, entre otras, el concepto de cultura admite pues, diversas interpretaciones. Por ello, la necesaria precisión operativa.

De las distintas perspectivas, adoptamos la que conceptualiza a la cultura como una relación social entre los miembros de un sistema organizado; este enfoque de la cultura surgiendo de las interrelaciones entre las personas pone eje, en especial, en las presuposiciones, prácticas, y reglas implícitas y explícitas, normas, creencias, valores, usos y costumbres, expectativas, que conforman, entre otros, la constelación, la matriz donde se desenvuelven las interacciones. Las culturas y sus componentes tienen, por su parte, estabilidad y dinamismo, como las relaciones y como la vida. Evolucionan.

Desde nuestra mirada entonces, el concepto no se circunscribe a sistemas sociales definidos por factores objetivos, como la data etnográfica o la lengua. Una organización social o económica, un partido político, una institución pública, la familia, constituyen también culturas con sus propias lógicas, con sus propios postulados.

Y en este marco ampliado es que planteamos el tema de las diferencias culturales. Estas pueden tener origen, no solo en la diversidad de factores objetivos como los señalados, sino además, en la interacción con valores, reglas, prácticas, creencias y presupuestos disímiles, provenientes de organizaciones e instituciones más allá de su forma.

Las dimensiones culturales se proyectan sobre actitudes, hábitos, estilos y modos de pensar y adoptar comportamientos. Influencian igualmente, en como se relacionan y comunican las personas, trabajan, producen y crean; en como resuelven sus conflictos y toman decisiones. También, entre otros vectores, en como dan vida a valores sustantivos para las relaciones sociales. El encuentro con lo que es distinto en éstos y otros niveles, -y sus efectos y resonancias- nos interpela para sustentar horizontes constructivos.

Y en la ruta hacia ese estado deseado, proponemos a la negociación.

¿Con qué notas especiales concebimos a la negociación actuando en el campo de las diferencias culturales?

En primer lugar, planteamos una negociación centrada en principios. Este enfoque negociador tiene cualidades intrínsecas, que nos llevan a elegirlo. Si bien vamos a ahondar en el tema, destacamos entre esos atributos, a su visión integradora.


Guiando al modelo y a los recursos operativos, la visión reconoce la interdependencia con que se entraman los objetivos y las relaciones de quienes participan en una situación negociadora. Incorpora también, como posible, el logro de un resultado que traduzca las aspiraciones de todos los protagonistas. Esta visión se proyecta en el nivel de identidad: el otro - con quien se va a interactuar en una mesa real o virtual, -y sus diferencias- no se define como un enemigo, un adversario a quien derrotar, negociación por medio; se percibe como un par con quien se comparte un problema, un desafío, como un compañero, circunstancial o no, en el camino de encontrar una resolución conjunta.

El enfoque que sustentamos no habla de homogeneidad ni de anular, en consensos o acuerdos resolutorios, las legítimas y singulares aspiraciones de cada parte. Nos propone, por el contrario, alcanzar como meta el mejor resultado posible, -con acuerdo o sin acuerdo-, y donde cada uno pueda encontrarse y reconocerse; donde compromisos y decisiones han sido asumidos con conciencia y libertad.

No es un planteamiento utópico o distante de materialización. Pongamos un ejemplo significativo; no es el único en el rico tapiz donde los seres humanos muestran su vocación y su capacidad de construir con las diferencias.

La transición que España llevó a cabo, de un sistema autocrático y aislado internacionalmente a la realidad que hoy ofrece, con la calidad de sus instituciones, las oportunidades crecientes de desarrollo sostenible y bienestar, la presencia relevante en Europa y en el mundo, ofrece múltiples puntos para la referencia, -no recetas- que de eso se trata cuando se aspira a aprender de una experiencia.

Los Pactos de la Moncloa, suscriptos el 25 de octubre de 1977, suelen ser evocados, cada tanto y en distintos contextos como un hito significativo en la gran arquitectura de la transición española. Han despertado interés de manera sostenida, - a veces epidérmica- en especial en países de América Latina enfrentados en numerosas oportunidades al desafío de encontrar polos de integración de sus fuerzas políticas, económicas y sociales, para resolver crisis y promover un crecimiento sustentable.

Estudiosa apasionada de estos temas vengo poniendo una especial mirada. No se fundamenta en su texto, en su contenido, -que respondió de hecho, a las necesidades de un contexto específico-, si no en su espíritu y en sus claves. El propio José Luís Leal, artífice de la versión económica de los Pactos, -actuación por la que la Universidad de Alcalá de Henares le concedió en 2002, el Doctorado Honoris Causa- en una entrevista concedida al suplemento económico del periódico español “El Mundo”, en octubre de ese mismo año, manifestó que en la España actual no tendría sentido pensar en una reedición de estos Acuerdos. Cambiaron las situaciones; se modificaron los escenarios, las necesidades y las urgencias.

¿Qué nos dicen entonces sus notas esenciales, acerca del poder del consenso en situaciones desafiantes, no solo de naturaleza socio-política? ¿Qué nos brindan, al indagar en lo profundo y sustantivo de su mapa, que sea susceptible de inspiración y utilidad en otros entornos, en otros tiempos y en otras latitudes?

De la riqueza que podemos encontrar vamos a traer aquí, tan solo aquellas sucintas reflexiones que refieren a nuestra hipótesis.

En los inicios de la transición, España atravesaba una situación socio-económica de suma gravedad. La población sufría en su vida cotidiana los efectos del estancamiento económico, la deuda externa y una creciente espiral inflacionaria. A estas circunstancias se sumaban, por una parte, la crisis energética que, instalada en el panorama mundial, incidía con fuerza en España como país importador de energía, y por otra, el desempleo que crecía al ritmo de la desaceleración económica.

En este crítico contexto, Adolfo Suárez, como Presidente del Gobierno electo por las urnas, comenzó a encarar la búsqueda de respuestas. José L .Leal, como Director General de Política Económica tuvo entre sus misiones, la de explicar a los sindicatos la necesidad de proceder a un ajuste económico, -que involucraba moderar las demandas salariales- con miras a detener y revertir la inflación que amenazaba con continuar su escalada, si no se adoptaban urgentes medidas.

La preocupación estaba también, en las fuerzas políticas. El clima ofrecía posibilidades para agudizar las tensiones y conflictos o para cooperar. España eligió este último camino. La proyección de sus efectos en el tiempo, los logros alcanzados, argumenta por sí sola acerca de la decisión.

Observemos ahora, algunas líneas de interés. Los partidos políticos tenían entre sí, diferencias ciertas. El arco político que participó en el proceso abarcaba desde la Alianza Popular (hoy Partido Popular) al Partido Comunista Español, legalizado cinco meses atrás. Convocados por el Presidente Suárez para una mesa compartida, las percepciones acerca del sí mismo y de los otros resultaron de inicio, determinantes. ¿Quién soy yo en este escenario? ¿Quién es el otro? nuevamente las preguntas. Podemos imaginar las opciones de competencia destructiva, de reabrir heridas o formular agravios, de llevar “agua para el propio molino”. No fueron éstas las rutas transitadas. Desde sus diferencias, y sin renunciar a ellas, desde sus fuertes identidades partidarias, definieron un nivel superador en base a valores: los líderes se encontraron y reconocieron en el valor aglutinante de la hispanidad y en su identidad profunda y definitoria: eran españoles. De allí su compromiso activo e irrenunciable con el “para quién más”: el país y su gente; el presente y el futuro de España.

Entre los supuestos y creencias subyacentes que podemos inferir, “los otros” no fueron enemigos a quienes correspondía derrotar; por ende tampoco los encuentros adquirieron escenografías de contiendas, de intolerancia, de batallas con ganadores y perdedores. Si bien el disenso y los momentos de conflicto estuvieron presentes, buscaron jerarquizar los puntos susceptibles de consenso por sobre las diferencias radicalizadas y fragmentadoras.

Abocados a la búsqueda de caminos para resolver la encrucijada, la trama de las relaciones, -uno de los factores centrales-, registró esta impronta. La negociación fue crucial. El estilo determinante.

Resulta de interés en función de lo expuesto analizar el “Resumen de Trabajo”, aprobado el 9 de octubre de 1977 en el contexto de las reuniones que en el Palacio de la Moncloa, llevó a cabo el Presidente y demás miembros de su gobierno con los representantes de todo el arco parlamentario. Este Documento explicitó criterios previos para la labor, que fueron consensuados; en su párrafo final consignó que, sobre las bases del entendimiento temporal al que se había arribado, y “respetando la autonomía de los diversos partidos políticos y de sus correspondientes programas, proseguirán los contactos, abriéndose por delante un proceso de dinámica y flexible negociación.”

Enmarcada en el respeto y el reconocimiento de la singularidad de cada una de las fuerzas políticas, la flexibilidad marcó el territorio del diálogo, de la superación de posiciones rígidas para encontrar territorios de encuentro. Autonomía y flexibilidad no fueron entonces, lenguajes opuestos sino complementarios. Así lo probaron en su labor durante el procedimiento y dieron cuenta de ello en los resultados

Los choques, el cruce de opiniones y las divergencias no estuvieron, como es de imaginar, ausentes. Eligieron empero, con criterios propios de la sabiduría política, privilegiar el propósito noble y la concepción noble de hacer política. No estuvieron centrados en su propio beneficio, sin embargo, o justamente por ello, cosecharon el respeto, la credibilidad y la confianza del pueblo español. El escenario más amplio ha valorado también a la experiencia y a sus actores. Trascendieron así, a una proyección internacional tal vez impensada.

Es factible marcar otras líneas sustantivas en la cartografía de los Pactos, por ejemplo, que junto con la conciencia de la situación crítica de la que era necesario despegar, se contaba, como polo atractor, con una imagen deseable de futuro de la España hacia la que avanzar. Se puede iluminar igualmente, la participación positiva de otros actores internos y la influencia estimulante del contexto más amplio; destacar además, la serenidad y confiada espera del propio pueblo. Justo es reconocer por otra parte, que este es un modelo de referencia; que hay también, experiencias aleccionadoras en diversas áreas de la acción humana y en otros momentos y lugares. Destacamos sí, que este gran acuerdo parlamentario, hito en la transición pacífica evaluada como la más exitosa del siglo XX, nos reafirma una vez más, y con la elocuencia de los hechos, que las fuerzas de la creación, el impulso hacia el bien común hacen posible hacer puerto profundo en lo similar y enriquecerse y construir con las diferencias. Ilumina asimismo, las posibilidades de la negociación sustentada en principios.

La predisposición al diálogo y la capacidad de dialogar con quien tiene posiciones e ideas diferentes es vital. Se trata de crear una atmósfera de genuino intercambio, de darle paso a la oportunidad de explorar más allá de las fronteras de los propios mapas, de las propias representaciones; de celebrar, en definitiva, la convivencia con sus matices y sus tensiones creadoras. De eso se trata también, cuando queremos vivir en la dinámica de una auténtica cultura de la democracia.

En la hipótesis de esta obra, la otra nota diferencial que planteamos es que negociar en el marco de diferencias culturales requiere una particular y específica preparación, no solo en cuanto al diseño del procedimiento y la actuación en terreno, sino, además, en relación con la puesta en valor de las capacidades del negociador.

En función de lo expuesto hemos desarrollado dos paisajes, cada uno con sus respectivos capítulos. Para iniciar el viaje, trazamos una ruta que nos lleva a compartir ideas-ejes, hipótesis y preguntas acerca de las diferencias. Desde la textura humana que subyace en ellas, atravesamos luego dimensiones claves: las percepciones, filtros y mapas personales y culturales y su resonar en actitudes y conductas hacia lo que es culturalmente distinto. Las emociones plantearon su lugar; y sí, ellas tienen mucho que decirnos en su particular idioma, cuando de semejanzas y diferencias humanas se trata.

El tratamiento de los temas contiene una invitación a pensar, a plantearnos, y quizás replantearnos, supuestos, conceptos, juicios de valor, representaciones, sobre este apasionante campo. Incorpora en su transcurrir, recursos para actuar; busca sembrar además, en esos territorios profundos donde interactúan creencias y valores, se despliega el sentido del sí mismo y el propósito de vida, se despiertan y afirman actitudes.

El segundo campo abarca específicamente a la negociación en el escenario de diferencias culturales. Proponemos en él, una cartografía para las dos etapas sustantivas: la preparación para negociar y la negociación en acción y su dinámica. Cada una de ellas, se diseña con los hitos y estaciones centrales de sus mapas y articula, al compás del recorrido, los recursos y habilidades centrales que proponemos incorporar. Conecta también, en lo esencial, con el campo anterior.

Coincidimos con Robert Dilts en que el auténtico rendimiento de una habilidad interrelaciona dos dimensiones: la conciencia y la competencia. En un ámbito complejo, rico y sensible como el que abordamos, postulamos pues, que técnicas, modelos orientadores, destrezas a potenciar o desarrollar, compartan y convivan, aún para su misma eficacia, con esos espacios donde el conocimiento se une con la comprensión, dando vuelo y tierra firme a la práctica.

El abordaje que sustenta la obra reconoce el aporte del modelo de negociación desarrollado por la Universidad de Harvard, así como de disciplinas vinculadas con la comunicación, especialmente Programación Neurolingüística. El transitar por la ruta involucra además, pensamientos de otras áreas de la creación humana y un enfoque de sistema, infaltable en una mirada que aspira a ser abarcadora.

Algunas reflexiones acerca del proyecto de negociación y del ámbito académico del que surge. Cuando comencé a interesarme en el tema, la negociación basada en principios fue la concepción elegida. La claridad organizadora de sus elementos centrales y sobre todo, su plataforma en valores coincidían con mis propias raíces. Atravesar la lógica del conflicto para transitar hacia la lógica de la cooperación, fundamento central del proyecto, sigue siendo uno de los desafíos centrales de nuestro tiempo.

Mi mapa del mundo incluye por su parte, la excelencia que puede provenir de una universidad privada y de una universidad pública. Cuenta en cada caso, su visión, sus valores y su logro. No selecciona pues, en función de esas categorías; tampoco excluye.

Cuando tuve la oportunidad de realizar un entrenamiento en Harvard, encontré que sus profesores, -creadores del proyecto y mediadores y negociadores de relevancia internacional-, daban, realmente, vida a los principios. El espíritu de equipo presente en cada momento; la colaboración cálida y –sin horario-, con los participantes; la sencillez de los disertantes y de las aulas que permitían centrar en lo esencial: el valor del contenido y de la calidad del docente, favoreciendo a su vez el rico intercambio, profundizaron en mi un mensaje que considero esencial, sobre todo para quienes trabajamos en estos temas: la congruencia. Pienso que desde esa autenticidad, desde ese compromiso que asume que cada acción cuenta y da señales, es que se puede hacer, cada uno a su ritmo y a su medida “la diferencia que hace la diferencia.”

En el abordaje que proponemos la plataforma ética tiene por su parte, una importancia crucial. El respeto, como uno de los valores infaltables, es esencial en la actitud y el abordaje de las diferencias. Un respeto que, al decir de Humberto Maturana, involucra el reconocimiento y aceptación del otro como diferente, legítimo y autónomo.

El pluralismo, que es sustancial en la construcción de una cultura democrática, acepta y consolida a la diversidad y al disenso, -así como al diálogo y al consenso-, como valores que también forman parte del tejido que promueve la evolución de las personas y de las sociedades. Esto no implica una posición relativista; no todo es negociable, no siempre se llega a consensuar; el conflicto y sus tensiones laten también en la trama, y es parte del desafío la gestión de las divergencias de modo que se expresen en una dinámica constructiva.

William L. Ury desde su formación como antropólogo, destaca que una de las claves de la supervivencia humana ha sido la capacidad para colaborar en el trabajo, con miras a alcanzar metas comunes. El conflicto no ha estado ausente en la lógica de vida de nuestros antepasados cazadores y recolectores; no obstante, en su transitar, concluían que con la cooperación se beneficiaban todos, mientras que todos, o casi todos, perdían con la pelea.

¿Perspectivas ancestrales?


SANTA MARÍA, Ma. del Carmen, La negociación en situaciones desafiantes, La Crujía Ediciones, Colección Huanacauri. Buenos Aires, 2008, pp. 11-18.

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