20 de agosto de 2009

Movimiento por la Carta Popular: Una iniciativa política de organizaciones sociales

Eduardo Balán


El Movimiento por la Carta Popular es un iniciativa política promovida por más de treinta organizaciones sociales y barriales de Moreno, José C. Paz, San Miguel y Malvinas Argentinas, que conformaron la Red de Organizaciones de Noroeste del Gran Buenos Aires. La Red viene trabajando desde el año 2003 con el objetivo de articular acciones conjuntas sobre temas de preocupación vecinal que involucran sus barrios de alcance. En el 2006 realizaron una consulta popular que recogió la visión de 1500 familias acerca de las necesidades barriales y de los modos de mejorar la participación y la democracia, para luego impulsar y coordinar la elaboración participativa de una serie de propuestas político sociales a nivel vecinal y barrial. Ese mismo año lograron en San Miguel la aprobación del presupuesto participativo y, en el 2007, la reglamentación del mismo, disponiendo del 5% del presupuesto para ser debatido comunitariamente.
Las organizaciones que integran esta experiencia buscan la construcción de una democracia participativa en su región, que incorpore el protagonismo comunitario, el presupuesto participativo, la justa participación de los sectores popular en la generación y distribución del trabajo y la riqueza, el desarrollo local y la economía social.

Eduardo Balán de la organización El Culebrón Timbal, artista, músico, cantor, dibujante y maestro es uno de los referentes de este proceso político comunitario que se da en el conurbano bonaerense.

Balán analiza aquí cómo fue el trabajo de articulación de más de 30 organizaciones sociales en el marco de un proyecto común, y da cuenta de la concepción de la comunicación que la guía, que supera la mirada mediática y funcionalista de la misma para vincularla a cuestiones políticas y culturales.

El comienzo de la experiencia

¿Cuándo surge la carta popular?
En el 2004, con una inquietud que pasaba por lo comunicacional. Editábamos entre todos una publicación gráfica, que hoy se llama la Posta Regional. Eso generaba la posibilidad de integrar un consejo editorial entre distintas organizaciones y tener una voz común, acá en la región, para discutir políticas sociales. Llegamos a ese encuentro a partir de unos cuatro o cinco años de habernos cruzado en trabajos comunes, en festivales como los “Aguante la cultura” o bien campañas, como la que hicimos con las guarderías de la red El Encuentro en el momento que corrieron el riesgo de que no las financiaran más, o bien con la defensa de El Colmenar. En distintas oportunidades nos habíamos cruzado, y lo que nos articuló más fue esta iniciativa de elaborar un medio comunitario. A medida que sacamos distintos números vimos que una estrategia comunicacional coherente no se podía agotar en un medio de comunicación, sino que tenía que buscar espacios de intercambio, de formación y a la vez realizar acciones públicas culturales. Como un complemento de la Posta Regional fue apareciendo la idea de la Caravana Cultural de los Barrios, y al segundo año que hicimos la Caravana apareció el tema más político. En cierta forma habíamos logrado una estrategia de comunicación, pero el tema era pensar en función de qué proyecto político-social lo íbamos a instrumentar. Ahí nos dimos cuenta de que no teníamos realmente un mecanismo de democracia participativa que permitiera construir un proyecto político para la región y le dimos forma a la Campaña por la Carta Popular, que es básicamente un intento de elaborar una visión política con la opinión de vecinos de los distintos barrios. Como se ve, fue un proceso que duró varios años.

¿Qué es la Caravana Cultural de los Barrios? ¿Cómo se conjuga con otras actividades?
La Caravana Cultural de los Barrios es un evento anual que llevamos adelante con treinta organizaciones comunitarias del noroeste del conurbano bonaerense. Básicamente es una marcha de entre diez y veinte carrozas gigantes que recorre durante varios días los barrios en un acto festivo cultural, pero que es también un acto político. La Caravana está anunciando cada año que tenemos que construir una democracia participativa, no sólo representativa. Es el evento cultural más importante del Movimiento por la Carta Popular, desde el cual intentamos desarrollar un proceso en los barrios con las instituciones, con la militancia, también con los funcionarios y representantes institucionales, para dar un debate acerca de la conformación alternativa que tiene que darse en todo el sistema. Para nosotros cada barrio tendría que ser una unidad de producción política, con vecinos que tengan capacidad de manejo de presupuesto público y decisión sobre su proyecto de infraestructura. La forma de discusión y decisión de lo público que existe actualmente, está agotada. Hay que discutir otro tipo de municipios, otro tipo de cartas orgánicas municipales. Ese proceso no puede ser de la noche a la mañana. El Movimiento por la Carta Popular es un movimiento que trata de ir avanzando hacia esa visión. A nivel barrial hace varios años que estamos haciendo unas ferias que se llaman “Aguante la cultura” y tenemos un diario que se denomina “La Posta Regional” y sale cada dos meses. Son todos instrumentos de las organizaciones de la Carta Popular hay organizaciones de economía social, bibliotecas populares, comedores, guarderías, huertas comunitarias y hay gente que labura con el microcrédito en una óptica que se enfrenta con toda la cuestión usurera de un montón de instituciones que tienen que ver con el microcrédito, incorporando también la idea de desarrollo local.

La mirada comunicacional y los vínculos comunitarios

El movimiento comenzó primero por una intención de generar una estrategia de comunicación ¿Cómo conciben ustedes la comunicación?

En El Culebrón habíamos hecho investigaciones que tiraban por tierra un montón de clichés en torno al tema de la comunicación. Realizamos una encuesta en el año 97 o 98 a un grupo de guarderías que eran de la Red El Encuentro, y ahí quedaba claro que en cualquier guardería comunitaria la comunicación con los chicos era muy buena, con los padres ya no tanto y con el barrio nula. Un par de años después, otra investigación que hicimos junto con la Universidad de General Sarmiento y 270 organizaciones del Conurbano Bonaerense mostraba lo mismo: sólo el 9% tomaba sus decisiones consultando a los vecinos y no tenían medios de comunicación propios.
Nosotros ya veníamos con la conciencia de que la comunicación no era sólo cuestión de medios y folletos. Pensábamos en la necesidad de tener una estrategia integral que combinara, en un mismo territorio, las acciones en el espacio público, la construcción de redes, una estrategia política, y desarrollo de medios de comunicación en el marco de todo eso. No era al revés, por eso decía que antes de la Posta Regional existieron cuatro años de “Aguante la cultura”, se hicieron “aguantes” en cuarenta lugares antes de decidir hacer un diario todos juntos. No empezó por el diario, empezó por el evento en el barrio, y desde allí la necesidad sentida de que todo esto hay que decirlo en un material que llegue a todos lados. Se mezclaron dos cosas, por un lado una investigación teórica sólida, y por otro lado una vocación de construcción en lo territorial que también es sólida. La tercera investigación, que nos confirmó la línea en la que veníamos es la Carta Popular. Las consultas familiares ratificaron lo que ya conocíamos: que el 70% de los vecinos de los barrios no eran consultados por nadie. Entonces, ¿de qué sirve un folleto más en un barrio si hay vecinos a quienes en los últimos diez años nadie les preguntó nada? Se le puede entregar otro folleto que hable de lo solidario, pero la persona no pasa de ser un mero receptor de otro material. Eso significó tirar para atrás toda una serie de teorías que nosotros teníamos en el campo de la comunicación.

¿Cómo fue el proceso de invitar a otros a sumarse?
Complicado. Nos encontramos con algo que subyace en todos nosotros: una especie de desconfianza, de miedo a apostar por propuestas de trabajar en conjunto. Esto se da tanto desde el lado de quien propone la articulación como del lado de quien recibe la propuesta. Fue un proceso en donde hubo muchas idas y vueltas, pero siempre muy democratizador. Eso fue una garantía. Tanto las consultas familiares como las caravanas y las herramientas que fuimos creando, tendieron a abrir l discusión y democratizarla. Nunca le cerramos la puerta a nadie. A veces nuestro problema es exactamente ese: que la política sea no cerrarle la puerta a nadie frente al hecho de que muchas organizaciones están más acostumbradas a prácticas de lobby, o buscan encerrarse meramente en aquello que les da más poder. No obstante, el crecimiento fue muy notable desde que comenzamos y creo que lo será mucho más a futuro.

¿Fue clave haber trabajado en común previamente?
En nuestro caso hubo que demostrar que de verdad había ganas de articular. Nosotros, como El Culebrón, antes de consultar a El Colmenar sobre la posibilidad de integrar una experiencia política juntos, ya habíamos trabajado diez o quince veces en eventos, llevando el sonido, haciendo los dibujos para los afiches y las campañas. Algo similar pasó con los demás. No nos habríamos animado a hacer algo con El Colmenar, con Defensores del Chaco o con la mutual Primavera si antes no nos hubiéramos conocido desde la cuestión solidaria y desinteresada. Con algunos se pudo dar y con otros no, también colaborando con sectores políticos que en muchos casos te diría que incluso hoy están combatiendo nuestra propuesta. Si uno cree que hay que construir una herramienta de articulación tiene que demostrarlo haciendo en ese sentido el tiempo necesario hasta que el otro se de cuenta que la cosa va en serio. El tema de proponer una articulación o algún tipo de ámbito conjunto, sin nada concreto es un “quilombo”, porque nadie te conoce, nadie sabe quién sos. Antes de los acuerdos sobre un proyecto en conjunto lo primero es demostrar que uno quiere a la otra organización. Eso hay que mostrarlo arriesgando cosas. Nosotros hicimos eso. Entendíamos que había que reconstruir el tejido social y nosotros disfrutábamos haciéndolo. Por eso el carromato, el sonido, los dibujos, la murga, todo lo que teníamos a mano lo poníamos a disposición de lo que necesitaran las organizaciones. Fueron cuatro años de laburo con esa mística. Cuando llegó el momento de proponer hacer algo juntos ya contábamos con todo un recorrido. Esto no es casual, estamos convencidos de que laburando sólo coordinadamente no se producen los cambios políticos que hay que producir. Entendemos que los cambios políticos que se necesitan no se garantizan ni con la proliferación de las organizaciones comunitarias (no es que con diez millones de organizaciones comunitarias más hoy discutirías la distribución de la riqueza); ni siquiera con que estuvieran coordinadas todas estas organizaciones. Tiene que haber, además de todo eso, la voluntad política de convocar al conjunto de la sociedad con una idea. Esa es una decisión muy arriesgada, pero hay que tomarla.

Lo organizativo del proceso

¿Cómo se mantiene el espacio?

Tenemos altibajos: momentos de clímax y de meseta. Lo mismo que le sucede a toda experiencia colectiva. El entusiasmo que se le pone a las articulaciones que hacemos depende mucho de lo que pasa en el entorno y de la visión que vamos teniendo. Hay momentos que se ve con mucha claridad que lo más potente que hacemos es el trabajo en red. En otros, las organizaciones se repliegan sobre su trabajo y consolidan lo propio. Es muy fluctuante.

¿Cómo se organiza el movimiento?
Hay una junta promotora que se junta semanalmente. También funcionan comisiones de trabajo: la metodológica, que es la formación; la política institucional, que toma las tareas de representación política; la territorial, que se hace cargo de la relación con las experiencias barriales, y una de comunicación. Hay además una suerte de áreas por temas: una economía social, una de cultura, una comisión que tiene que ver con deporte y otra que trabaja derechos humanos. Tenemos una dinámica de funcionamiento cotidiana y ciertos temas los trabajamos puntualmente.

¿Cómo fue esta tensión entre el trabajo particular de cada organización y la propuesta de trabajo en conjunto? ¿Qué implica esto hacia el interior de las organizaciones?
Es materia permanente de conflicto. ¿Cuánta militancia y trabajo se le pone a los procesos en red y cuánto se le pone a lo que teóricamente es de la propia organización? En el caso de El Culebrón hay una vocación interna que tiene que ver con las redes
Nosotros antes de tener una sede teníamos el colectivo. Para nosotros no hay proyecto por fuera de redes. En términos de financiamiento, por ejemplo, no hay un proyecto que sea solamente de El Culebrón. Todo lo que hacemos, lo hacemos discutiendo y poniéndonos de acuerdo con otras organizaciones. Cada paso que damos está discutido con otros, hay una filosofía ya incorporada. También sucede que resulta muy caótico traducir eso a un funcionamiento cotidiano. Se discute mucho. Es complicado distribuir la energía y a veces existe la tendencia a querer conservar lo propio, partiendo del convencimiento de que eso es lo que te da identidad. Eso no es verdad. Uno no conserva lo propio defendiéndolo, sino ofreciéndolo al intercambio con los pares. Esto es muy lindo decirlo pero difícil traducirlo en trabajo, en horas, en recursos, en iniciativas políticas.

La articulación con otros

En el marco de este proyecto político: ¿cómo es la relación de ese “nosotros” con “otros”?

Depende. La Carta Popular es un movimiento respetado por una metodología que básicamente es siempre la misma. No porque sea bueno estar siempre en lo mismo, sino porque está argumentada, está discutida. Eso te da respeto. Otra cosa que te da respeto es haber logrado dos o tres cosas importantes. Pero más allá de ese respeto, creo que hay un problema en cómo se articula esta experiencia con una experiencia política más fuerte. Hoy no alcanza con el Movimiento por la Carta Popular, no es una herramienta lo suficientemente fuerte. Por eso nosotros estamos tratando de ver y estar atentos a otros espacios políticos y otras cosas que se van desarrollando, queremos ver qué hacen organizaciones más grandes, qué hacen organizaciones nacionales o regionales, porque sabemos que nosotros no podemos resolver ni la distribución de la riqueza, ni la democracia participativa ni el medio ambiente o la lucha por la tierra. Por eso necesariamente tenemos que estar abiertos a la articulación con otros.

¿Qué relación se establece con el Estado en sus distintos niveles?
El Estado no es una cosa monolítica, hay distintos grados de diálogo con distintas instancias en los gobiernos. Me parece que al Estado hay que dividirlo entre los que tienen cargo de gobierno y los que son trabajadores del Estado. Existe una franja de gente, en todos los niveles, que nos estamos dando cuenta de que todo está en cuestión y que hay que transformar las reglas conceptuales con las que nos veníamos manejando hasta ahora. En eso a veces tenemos tanto interlocutores en la militancia política, como en la militancia eclesial o de las organizaciones sociales. Pero en el terreno de lo político tenemos otra gente que está apostando decididamente a que no cambie nada, a reafirmar el sistema para que siga funcionando de esta manera y al que buscan defender a rajatabla. Con los primeros hay una sintonía muy importante porque estamos todos atravesados por las mismas ganas y muchas veces por el mismo dolor. Sabemos que estamos pasando por una etapa de transformaciones y nos toca a nosotros ser los que tengamos que aguantar el tironeo del cambio de etapa sin llegar a ver todavía claramente ni hacia dónde ni cómo es lo que tenemos que construir. Con los otros hay una discusión muy fuerte. En general el planteo de la democracia participativa es aceptado, casi como una cosa pintoresca y novedosa, en el plano de lo testimonial. Hoy no es programa político de ninguna fuerza nacional en condiciones de gobernar, todos hablan de más democracia representativa. Lo que no hay es la voluntad política de instrumentar estrategias de democracia participativa. Ese es el límite.

¿Cuál es el concepto de lo público que plantean?
Lo público es algo más importante que lo estatal. El Estado es una herramienta institucional para llevar adelante un proyecto público que tiene que ser popular, social y comunitario. El Estado es una herramienta. O es parte de un proyecto público y comunitario, o es un lugar de negocios y de interacciones entre grupos poderosos. Vaciado de esa idea del proyecto público y comunitario, es un lugar más de poder, como puede ser también una organización social, un movimiento social, una organización comunitaria, una parroquia, una escuela… Todos pueden ser lugares para negocios personales si no van de la mano de un proyecto público y popular.

Los aprendizajes

¿Cuáles fueron las cosas más fuertes que surgieron de esa consulta a 1.600 familias?

Hay varias cosas. El primer dato pesado es la cantidad de gente que nunca fue consultada en los últimos diez años por nadie, ni por el Estado ni por las organizaciones sociales. Más del 65% de la gente dijo que no la habían consultado nunca, mientras que del resto, la mitad aseguraba que su opinión no fue tenida en cuenta. Esto mostró un grado de alejamiento infernal del barrio respecto a temas que tienen que ver con la política. Se ve que todos los que estamos cerca de la política. Se ve que todos los que estamos cerca de la política estamos como en una suerte de “mundillo” del cual está alejada mucha gente. El otro dato fuerte es que el 98% de la gente dijera que las organizaciones tenían que laburar juntas en el barrio, en red. Eso fue muy contundente como señal. Dijeron: “laburen todas juntas y consulten”. Otro dato es que el 90% de las personas dijo que estaba dispuesta a donar laburo comunitario mensual para un buen objetivo. Estos me parecen los datos más interesantes para pensar un proyecto político.

¿Esto generó debate hacia el interior de las organizaciones?
Sí, el debate está. Pero no se traduce mecánicamente en cambio de prácticas. Conceptualmente tomas el dato, pero la verdad es que toda la práctica institucional te va llevando por otro carril. Llega un momento en donde tenés que violentar la propia práctica. Hoy la realidad te pide que estés detrás de donde va el poder, donde está el apoyo político, donde está el financiamiento. Esto en vez de que uno se ocupe, como práctica política, de saber qué es lo que cree la gente, cuánto poder hay en la gente y cuánto poder hay en nosotros. Es fácil de ver en la teoría, pero difícil de aplicar en la propia práctica. El Movimiento por la Carta Popular es una organización que nació violentando la propia práctica. Nos costó hacer las consultas, fue una discusión política fuerte, hay organizaciones que se fueron al momento de hacer la consulta. A todas nos costó mucho hacerlo: sistematizar la opinión de 90 o 100 familias para ponerlo a disposición de otra red más grande y ver qué opinaba la gente sobre los distintos temas.

¿Qué aprendizajes rescatan de este proceso que aún continúa?
Esta forma de encarar la comunicación, la cultura y la política te obliga a reflexionar todo el tiempo, a salir de los lugares de seguridad e ir a la intemperie, volver a hablar con el vecino, volver al “casa a casa”, a la charla. En definitiva, siempre estás aprendiendo. Lo que nos queda claro es que es fundamental mantener la visión y la continuidad en una estrategia. Hasta el año pasado esa visión y esa continuidad no habían mostrado señales de poder transformar el escenario político. Ahora, lo del presupuesto participativo en San Miguel fue un aprendizaje muy importante, pues notábamos la transformación en nosotros, en la visión, en la espiritualidad y en todo lo que pasaba, pero no sabíamos si esto se podía convertir en un hecho político. Cuando pasó lo de San Miguel aprendimos que además podíamos transformar el escenario político. Ese fue el aprendizaje más fuerte. Lo otro, es que hay que estar dispuesto a cuestionarse y democratizar siempre. Aprendimos que con una red o con una organización no es inteligente dividir la cosa entre organizaciones autoritarias y democráticas, sino que hay organizaciones que están en un proceso creciente y permanente de ampliación democrática y hay otras que deciden truncar este proceso en algún punto. Vos podés tener la organización más revolucionaria o estar en una asamblea barrial o una cooperativa y, en el fondo, aunque parezca en la teoría que sos una organización democrática pues votan veinte tipos, si en realidad esa cooperativa no está en un proceso de creciente democratización, se convierte en funcional al poder aunque tenga una estructura de voto y participación democrática. Ninguno de nosotros está libre de esa posibilidad. El tema no es sólo armar un movimiento de masas, sino saber si ese movimiento está en permanente proceso de democratización o no. La Carta Popular también se puede convertir en un sello antidemocrático, como también puede serlo El Culebrón, si en algún momento se toma la decisión de cortar el proceso de ampliación democrática.

Pareciera que el foco está colocado en la necesidad de pensar el propio proceso, de discutirlo; ¿es común darse estos espacios para poner en crítica los procesos y reflexionar sobre su marcha?
En general eso se problematiza, pero se hace desde la regla del poder. El Movimiento de la Carta Popular: ¿tiene más financiamiento?, ¿más estructura?, ¿tiene cuadros políticos? Si tiene todo esto, está creciendo. Se supone, pareciera, que cuando más gente, recursos y aparato tenés, tu política es la más correcta. Si acumulás poder, es correcto. En realidad, si ese proceso no está inscripto en un proceso de ampliación democrática sos funcional al poder, aunque tengas aparato, recursos y gente, y aunque tengas cada vez más peso específico en la direccionalidad de un montón de cosas. Ahí es donde nosotros perdemos, pues en esas reglas siempre te van a ganar. El poder sabe cómo dominar y cómo ampliar la estructura de dominación. Lo único que nos puede salvar a nosotros es lo democrático. Así que todos los recursos que tenemos tienen que estar puestos en miras a democratizar cada vez más los problemas y los temas.

¿Cuáles han sido las mayores dificultades en este proceso y cómo las han resuelto?
Hay algunas trabas que son operativas, de recursos o capacidades. Ese es un obstáculo que a mí no me preocupa. Sí me preocupa, y es material de laburo todo el tiempo, la dificultad conceptual, de estrategia, de desarrollo político. Por otro lado, el movimiento que edificamos se hizo para resolver esos temas. La voluntad está, buscamos pasar de la cultura de la delegación la del protagonismo democrático. Ese paso es el que estamos transitando.

¿Se dan estrategias de formación?
Sí, permanentemente; nuestra misma práctica política es consecuencia de eso. Ahora, en unos días más, comienza un curso que trata sobre democracia participativa y construcción de poder, que son los dos ejes a laburar. Con ellos buscamos instalar el mensaje de que no se trata sólo de coordinar, sino que entre todos tenemos que lograr acciones que conmuevan al conjunto de la sociedad en función de algo que sea universal.

¿Cuáles son los sueños a futuro?
Hay un tema perentorio: en quince o veinte años se termina el petróleo en el planeta, lo cual le pone a los plazos de lo que uno quiere hacer en política un término bastante acotado. No hay mucho espacio para la tontería. Los sueños que tenemos en la Carta Popular es correr un poco esa línea. Es para que cuando yo tenga ochenta años pueda decir que todo lo que hice en política sirvió para que el mundo sobreviva otros doscientos años más, por lo menos. No quiero ni siquiera la revolución socialista; quiero eso. Lo que pasa es que para lograr eso me parece que hay que hacer una revolución socialista de la democracia participativa. Hay que lograr que de acá a unos años los gobiernos tengan componentes de democracia participativa y de acotamiento de todos los poderes del capitalismo. Para mí el sueño más importante es ver si llegamos a hacer una experiencia política en Latinoamérica que efectivamente destrone a las instituciones del capitalismo, como son las empresas privadas multinacionales o el capital financiero, e instale otra vez a la gente gobernando el planeta.



Procesos en construcción, experiencias y reflexiones desde lo social, Ministerio de Desarrollo Social, UNDP, Buenos Aires, 2007, pp. 17-28.

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